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Riesgo de bancarrota mundial

A tan solo 48 horas del límite de plazo, demócratas y republicanos son incapaces de alcanzar un acuerdo que evite la suspensión de pagos de los Estados Unidos, lo que tendría graves repercusiones en todas las economías del mundo

ESTADOS Unidos se encuentra a 48 horas de vivir un momento crítico en su historia que, de materializarse, supondría su quiebra económica, su enquistamiento político y su descrédito internacional como potencia, con unas repercusiones imprevisibles en todo el mundo. Lo que hace unas semanas parecía únicamente la escenificación de las diferencias ideológicas entre demócratas y republicanos, en la antesala del inicio de un año electoral en Estados Unidos, ha ido adquiriendo tintes dramáticos para la economía de todo el orbe, hasta el punto de que se empieza a mascar la tragedia. Aunque el bipartidismo norteamericano disponga todavía hasta este martes 2 de agosto para procurar el pacto y evitar la quiebra de la primera potencia mundial, los continuos fracasos para alcanzar un acuerdo están poniendo en tela de juicio el propio sistema y tienen a Barack Obama contra las cuerdas. Porque, como el mismísimo presidente ha advertido a los estadounidenses, la opción de una bancarrota por falta de acuerdo ha pasado de posibilidad remota a riesgo cierto. Hipótesis verosímil dadas las posiciones irreconciliables y que de materializarse conllevaría una hecatombe de nefastas consecuencias porque agudizaría la crisis general hasta convertirla en catástrofe. Basta imaginar la descomunal afección a los proveedores por el mastodóntico impago o cómo se dispararían los tipos de interés, con su correspondiente repercusión en hipotecas y créditos al consumo. El objeto de negociación es la merma del déficit federal en cuatro billones de dólares en una década a cambio de que el Congreso autorice al Gobierno a asumir nueva deuda con la que pagar facturas y créditos, así como los beneficios de los bonos del Estado. Pero las discrepancias se mantienen porque Obama plantea que esos billones se consigan con la reducción de servicios públicos incluidas las ayudas sanitarias, lo que sí comparten los republicanos, aunque también con el incremento de los impuestos a las petroleras y a los ciudadanos que ingresen más de 250.000 dólares anuales, una reforma tributaria que la oposición rechaza como dogma de fe. Una cerrazón que está determinada en buena medida por la creciente influencia social y política del Tea Party, lo que es tanto como admitir que la economía planetaria se encuentra literalmente sobre el alambre por el influjo del extremismo político más recalcitrante y, en consecuencia, más antidemocrático. Viendo la debacle que se avecina, demócratas y republicanos están obligados a olvidar las propuestas partidistas y alcanzar un acuerdo de mínimos. Para ello, ambos deben dejar pelos en la gatera y, sobre todo, los republicanos deberán zafarse de la extraordinaria presión de la ultraderecha cobijada en el Tea Party. Aunque sea -como en otras ocasiones- con un pacto in extremis surgido del miedo al abismo.