De elecciones y pactos
Las elecciones han sido ejemplares, pero no a gusto de todos, especialmente los resultados... para el "no frentismo" que dicen, esta es la realidad de Euskadi, de la comunidad autónoma, aunque con diferencias, al parecer insalvables entre los abertzales
ELECCIONES libres, un individuo, un voto; es un derecho esencial en la democracia moderna. Un numeroso colectivo vasco venía siendo privado de este derecho en sucesivas elecciones por supuestas razones, por lo menos discutibles. Su reciente admisión a las urnas, devuelta oficialmente su legalidad constitucional, ha sido una necesaria y estimulante medida hacia la normalidad política y tal vez hacia la desaparición de la violencia etarra, así como una vuelta a la original apertura de los padres de la Constitución. Esto, para unos. Para otros, en cambio, ha sido un descomunal error, casi una traición, y un retroceso de treinta años en la lucha contra ETA.
Las elecciones han sido ejemplares, aunque no a gusto de todos, especialmente los resultados. Efectivamente: para la coalición Bildu han sido un éxito rotundo, sorpresa para muchos. Nunca ningún partido ha contado con mejor propaganda gratis. Toda España parecía empeñada, jueces incluidos, en vallarles más y más su camino a las urnas, hasta llegar a los pies de la Constitución, que esta vez pareció volver al espíritu del 78. La rabia almacenada por tantos ante la cerrazón de los llamados constitucionalistas y el temor de estos por los resultados explicaría la subida, en cuatro puntos, de la afluencia de votantes, respecto a las municipales del 2007. Sin embargo, esta en lugar de favorecer a los temerosos, se volcó -aunque no tanto- sobre Bildu.
La izquierda abertzale en solitario obtuvo, a raíz de la tregua de ETA en 1998-99, su mayor cota electoral en las municipales del 99: 228.169. Si los restos de aquella EA y su socialdemocracia está a gusto en esa izquierda, no desmentida de un cierto marxismo-leninismo, lo mismo que los otros socios de coalición, Alternatiba, así como los repescados de Aralar, no es difícil explicar esos 48.000 de plus, para alcanzar los 276.134 del domingo 22. Triunfo, ciertamente, pero la sorpresa no debía ser tal. Y el triunfo se ha marcado en Gipuzkoa.
El PNV retiene su hegemonía general desde hace treinta y cuatro años con un resultado superior en número de votos, 25.000 más que en las municipales del 2007. Solo antes de la escisión de EA o en coalición con ella había superado esa cifra. Incluso en Gipuzkoa se repite lo anterior, habiendo superado en casi 10.000 los resultados del 2007, superado por Bildu en 38.000 votos más. Era previsible una merma de 4.000 votos en Araba dada la fuerza mediática de un asunto desagradable aún sin resolver. Es evidente que tiene un reto por delante, y debe meditar sobre la pérdida de municipios ya tradicionalmente peneuvistas. No le excusa de ello que los partidos no frentistas PSE-PP hayan bajado, el primero, bastante considerablemente, 65.000 votos y el PP, 7.000; de modo que el PNV ha superado a los dos juntos.
Ahora bien, aplicados estos resultados: los pertenecientes al actual Gobierno del "no frentismo constitucionalista" -¿da vergüenza decir "nacionalista español"? ¿no es la "única nación del Estado la española y esta indivisible?-, resulta que los primeros representan una tercera parte de la ciudadanía (323.977), y las otras dos corresponden casi en exclusiva a los nacionalistas vascos (675.906). Esta es la realidad de Euskadi, comunidad autónoma, aunque con diferencias, al parecer insalvables entre los aber-tzales todos.
Los pactos son otra cosa. El votante ha dado su confianza a un partido, en última instancia a su dirección, y esta maneja sus resultados según sus fines últimos y estrategias particulares, que pueden alterar en la práctica los resultados electorales. Es lo que hicieron PSE-PP en las autonómicas para desbancar al PNV del merecido gobierno desde Ajuria Enea. Y es lo que pretendían al proponer al PNV un "no frentismo" de los tres, para desbancar a Bildu de las instituciones donde pudieran. Propuesta, por lo menos sorprendente, supuesto lo anterior y teniendo en cuenta que el PNV ha defendido siempre que la izquierda abertzale pueda participar en los comicios. Y si quiere que participe respeta sus resultados y sobre todo la voluntad del pueblo. Eso es democracia. A veces, la política es otra cosa.
En este sentido, y teniendo en cuenta que los que contienden son los candidatos y, en listas cerradas, los partidos, coaliciones o colectivos legales, personalmente me inclino a favor de la lista más votada, sin más, y el reparto proporcional a los resultados. La práctica de los pactos posteriores se ha impuesto. El PNV rechazó la propuesta. Entre los votantes al PNV habrá algunos a quienes resulte preocupante el triunfo en Guipuzkoa de Bildu pero, o mucho me equivoco, o no habrá ninguno que hubiera querido pactar con el PSE. ¡Si más de uno estaba ya un tanto cansado de tanto apoyo a un Zapatero insostenible! El PNV no quiso pactar contra nadie y optó por apoyar a los suyos, aun a sabiendas de que saldría perdiendo. Y así ha sido. Salvo en contadas excepciones. Es obvio que más de un votante o edil ya elegido discrepe de la postura de su partido. En Lanestosa, el PSE votó a Bildu contra el PNV más votado. En Lasarte, el PNV apoyó a Bildu contra el PSE. Sus ediles han sido expedientados. ¿La obediencia deber ser absoluta entre personas en todas las circunstancias, máxime entre demócratas?
Ahora toca a todos y cada uno hacer bien sus deberes en las difíciles circunstancias de la actual crisis y sus paganos más perjudicados. Los novatos en el gobierno de las instituciones deben demostrar la falsedad de aquello: una cosa es predicar y otra dar trigo. Porque si es verdad que no solo de pan vive el hombre, sin pan no vive nadie.
Aparte de eso, la indignación española por la legalidad exitosa de Bildu, amenaza con introducir elementos de discordia en la sociedad vasca en lugar de la normalidad política deseada y esperada. Con el actual Gobierno vasco, el de los dos grandes partidos en el Estado, enemigos tanto o más del PNV como de la izquierda abertzale, en cualquiera de sus formas, aun con los requisitos impuestos por una Constitución acatada aunque no aceptada, ya ha empezado el martilleo mediático: "El culpable, el PNV". Lo formuló ya el sucesor, aún ministro del Interior, lo repite su correspondiente en el Gobierno vasco. Las urnas no hablan y si hablan hay que acallarlas. A la vez asediarán a Bildu con nuevas exigencias que Bildu no va a cumplir. Y entrarán en danza los jueces...
Por parte estatal, no se olvida la traición del Tribunal Constitucional. ¿Cómo dar marcha atrás? ¿Tiene que ver algo esta movida en el sacrosanto tribunal? A los tres jueces cumplido ya su mandato se les retiene. PSOE y PP no se ponen de acuerdo en los sustitutos. El PP reclama elecciones, quiere el poder, más poder ante el TC. Aparte de las convicciones políticas de los jueces como personas ¿hasta cuándo van a ser deudores de sus puestos a los políticos de turno y no a simples méritos jurídicos reconocidos por todos?