la aparatosa detención del director del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, y la orden de su ingreso en prisión hasta la vista del viernes decretado por la juez Melissa Jackson bajo las acusaciones de agresión sexual (intento de violación y abuso en primer grado contra una camarera del hotel en el que se alojaba en Nueva York) que pesan sobre han puesto fin a su trayectoria política -era el principal aspirante en las primarias del Partido Socialista para competir con Sarkozy en las elecciones generales de Francia-, pero también a su continuidad al frente del organismo monetario internacional empeñado en imponer las tesis del mercantilismo neoliberal a la Unión Europea. En realidad, Strauss-Kahn ya representaba antes de esta polémica detención lo peor de la imagen de la política que anida en el imaginario colectivo de los ciudadanos y ciudadanas, y que contribuye a que posiblemente nunca antes haya habido el actual nivel de descrédito de la política ante la sociedad: mantenía hábitos de multimillonario sin serlo gracias a su alto cargo en ese poderoso FMI, representaba el ala más derechista de una socialdemocracia involucionada hacia el eufemístico socialiberalismo y ya se había visto inmerso anteriormente en diversos escándalos por su comportamiento sexual, alguno de los cuales ha vuelto ahora a la actualidad con nuevas acusaciones directas que, en cualquier caso, también deben atenerse a la presunción de inocencia. Que fuera el candidato mejor posicionado en el socialismo francés para competir con el derechista Sarkozy ya era una muestra de la desviación ideológica de la socialdemocracia -se le consideraba irónicamente como el máximo representante de la denominada izquierda caviar-, paso previo al estadio en el que se insertan los casos de corrupción económica que afectan a la socialdemocracia en buena parte del sur de Europa. Incluso desde la presunción de inocencia en este caso concreto, Strauss-Kahn representa mejor que nadie ese intento ideológico conservador de utilizar el lenguaje para manipular el simbolismo de las ideas y, sobre todo, supone la evidencia objetiva de la corrupción ética y política que oculta el ejercicio interesado del poder económico de los organismos internacionales sometidos a los intereses particulares de las grandes corporaciones multinacionales. La caída de Strauss-Kahn es también el reflejo crudo y real de todo un modelo que con la manipulación, el chantaje y la tergiversación como principales argumentos intenta romper las normas básicas de la convivencia internacional para imponer los dogmas de la economía especulativa e interesada a las reglas de la política democrática. Pero lo que deberá ahora dictaminar la justicia es si dicha falta de principios ha pasado, en el caso del director del FMI, del ámbito económico-político al ámbito privado y la depravación personal.
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