Pitufos asesinos
el creciente catálogo de las leyendas urbanas no deja de sorprenderme. Pero más que las nuevas incorporaciones me llaman la atención las leyendas que nos recuerdan que el fenómeno no es, ni mucho menos, reciente. Hace poco he tenido noticia de una de estas, que circuló por Argentina a principios de los años ochenta y que tenía como protagonistas a unos personajes tan inofensivos como los pitufos; inofensivos, entre otros motivos, porque son seres de ficción. Sin embargo, en este caso los pitufos no eran los seres adorables, de un palmo de alto y vivo color azul que todos conocemos, sino unos sanguinarios infanticidas. Hay diferentes versiones de los "hechos", desde pitufos gigantes que se colaban por las ventanas para secuestrar niños, a pitufos de juguete que cobraban vida por las noches y se armaban con cuchillos para saciar su sed de sangre. La leyenda incluye la imprescindible dosis de detalles que contribuyen a hacerla "verosímil" y más truculenta, como el pitufo de juguete que después de degollar a su dueño de corta edad regresó a su estado inanimado ¡sosteniendo un trozo de carne entre los dientes! Me gusta especialmente otro detalle: que los muñecos de los pitufos eran inmunes al poder purificador del fuego, siendo capaces de soportar, sin sufrir daños, las más potentes llamas.
Sobraría decir que estas historias circulaban entre los niños, más crédulos y fantasiosos que los adultos, y con un mayor trato con los pitufos. De acuerdo a mis fuentes, el miedo a los muñequitos azules era colectivo, ni más ni menos. Aún pueden encontrarse rastros en foros de internet.
Fijándose en la época, podría asociarse esta historia con los desaparecidos de la dictadura. ¿Pero cómo pasamos de los desaparecidos, o, mejor dicho, de los "desaparecedores", a los pitufos? Casi me siento tentado a pensar que la leyenda es tan inverosímil que no puede ser del todo falsa.