PERMÍTANME decirlo con claridad: Estados Unidos apoya al pueblo de Túnez y las legítimas aspiraciones democráticas de todos los pueblos". Son palabras pronunciadas por Barack Obama el martes en su discurso sobre el Estado de la Unión. Y no son solo palabras casuales u obligadas por las circunstancias. Estados Unidos ha sido el primer país occidental en enviar una representación diplomática a Túnez tras la caída del régimen de Ben Alí y Obama las pronunciaba coincidiendo con las protestas egipcias. Y aunque el Egipto autocrático de Hosni Mubarak -tres décadas en el poder que pretende legar ahora a su hijo- no es Túnez y su papel en la geoestrategia mundial como aliado de EE.UU. sea bien diferente, la revuelta en sus ciudades confirma que algo está cambiando en los países árabes, quizás ayudado por la nueva orientación de la política exterior estadounidense que Obama ya dejó traslucir en su intervención de 2009 precisamente en El Cairo. Mientras Europa mantenía, y mantiene, su tradicional actitud postcolonial de apoyar (o de mirar a otro lado) a regímenes que aseguran estabilidad y una relación comercial ventajosa, de aquel discurso en el que Obama citó la igualdad entre culturas e individuos y la libertad de éstos dentro de sus respectivas civilizaciones se pudo deducir que la todavía primera potencia mundial había comprendido que la democracia no puede exportarse ni imponerse y que, en el caso árabe, la imposición alentaba el radicalismo islamista. También, y seguramente sobre todo, que mantener a medio plazo la influencia, las ventajosas relaciones comerciales y el papel geoestratégico de los aliados árabes a salvo de esa radicalización del mundo islámico, pasaba en cambio por alentar una democratización interna. Apenas un año y medio después de aquel discurso de Obama, primero Túnez, ahora Egipto, pero también Argelia y Marruecos, todos ellos aliados de EE.UU., parecen dar, aunque convulsamente aún, los primeros pasos hacia una transición política impulsada por una mayoría social joven -en Egipto, la media de edad no alcanza los 25 años- y urbana, culturalmente abierta y mentalmente preparada para los cambios por la influencia de los medios de comunicación globales y al mismo tiempo cansada de la falta de libertad y de una situación económica insoportable que, como han podido comprobar, el islamismo radical tampoco soluciona. Quizás situar en la política exterior estadounidense el origen de esa corriente que empieza a fluir sea atrevido, pero es innegable que los gestos, si no el papel, de la administración Obama han tenido una relativa influencia. Y Europa, en lugar de seguir al margen, debería no solo tomar nota sino contribuir, siquiera por interés, a fortalecer esa incipiente transición ahora que algo se mueve en el mundo árabe o, parafraseando a Obama, en todo el mundo.