Regateo
EL regateo es la práctica más ancestral de las relaciones humanas (excepción hecha de la básica y fundamental, que huelga citar) que se mantiene en la sociedad actual (y la mantiene). Regateamos por todo: por la paga y la hora de llegada a casa, con los padres; por las notas, con los profesores; por el sueldo, con el jefe; por las vacaciones, con los hijos... La palabra negociación es un eufemismo inventado para darle empaque al regateo, que parece una cosa trasnochada y tercermundista: regatear es de dudoso gusto, una afición propia de las clases bajas; la gente de fundamento, negocia. En el fondo, sin embargo, todo es lo mismo. Nuestra sociedad está compuesta de miles de zocos, en los que nos partimos a diario el pecho por rebajar en un par de rupias lo que nos proponen. Cada vez que he visitado un país en el que el regateo es práctica casi obligada, he vuelto con la misma sensación y con una frase bulléndome en la cabeza: "¡Qué ganas tengo de volver a Bilbao, entrar en El Corte Inglés, comprarme cualquier tontería y saber a ciencia cierta que al cliente que espera detrás de mí le van a cobrar exactamente lo mismo". Ese es un lujo que no se paga con dinero, aunque parezca una contradicción. En el regateo hay una parte que siempre gana, el que vende (porque si no, no cerraría el trato), y otra, el que compra, que nunca sabe si ha tensado lo suficiente la cuerda. Y esto vale tanto para el que compra una lámpara en el rastro, como para el que negocia una salida digna a su existencia política.