eTA, al fin, ha hecho público un comunicado que sin embargo y por tan esperado difícilmente hace ir más allá de cierta indiferencia. Provoca, eso sí, una sensación positiva ya que una declaración de alto el fuego "permanente y de carácter general que puede ser verificado por la comunidad internacional", supone un clima de tranquilidad y sosiego del que saldrá beneficiada la sociedad vasca. Y es, por tanto, un paso hacia la progresiva desaparición de la violencia como método para lograr objetivos políticos. Incluso por primera vez en cincuenta años permitiría adivinar la posibilidad de un futuro en paz. Que la declaración de ETA incluya la posibilidad de verificar su decisión supone un importante paso y no es difícil imaginar que dicho extremo no habrá contado con la unanimidad necesaria y que, en consecuencia, haya prevalecido la cautela para evitar una escisión o una actividad descontrolada. ETA, de momento y al parecer, habría llegado hasta donde podía llegar. Y, en ese sentido, para analizar el comunicado no basta con el menosprecio que lo considera sin más insuficiente, ni tampoco con el aplauso incondicional que lo cree definitivo. En el análisis no solamente hay que tener en cuenta lo que ETA dice. También es preciso considerar lo que no dice. Y ponderado lo positivo de lo que aparece escrito en el comunicado y lo que de buena noticia tiene para la sociedad vasca, no sería honesto obviar lo que no está en el texto, las incógnitas que siguen sin despejarse. ETA, así, señala que la solución al conflicto vasco llegará "a través de un proceso democrático", según la retórica al uso; y que el alto el fuego declarado es su "aportación" a ese proceso, en el que hay otros agentes implicados. Se trata, por tanto, de un proceso multilateral al que ETA aporta su alto el fuego, pero no de una decisión unilateral, cuando lo que cabía esperar de ETA era la determinación de abandonar definitivamente, irreversiblemente, las armas. Y en el comunicado tampoco aparece ese término, irreversible, por lo que no se despeja la incógnita de la renuncia total al tutelaje cuando el Acuerdo de Gernika incluía, exigía, de este alto el fuego que fuera "definitivo e irreversible" y en consecuencia que ETA garantizase su no intervención para, en la línea de los Principios Mitchel, no condicionar el proceso. Es muy posible que en sus actuales circunstancias ETA no haya querido ir más lejos, que una organización con más de cincuenta años de presencia armada y violenta trate de no explicitar sin más la decisión definitiva de disolverse. Pero mientras no lo haga seguirá siendo un dramático lastre para la sociedad y los objetivos políticos que pretende defender. Aunque al mismo tiempo sería injusto responder con un portazo a sus pasos y a los de la izquierda abertzale histórica. Una política inteligente y honesta debe, aun frente a las sombras de duda, alumbrar el camino hacia la paz.