EL presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, no ha tenido más remedio que despojarse, por fin, de su optimismo antropológico para caer en la cruda realidad de las cifras del desempleo, lacra y lastre de la sociedad y la economía por la incapacidad para crear puestos de trabajo que, como en alguna ocasión ha recordado el Nobel Joseph Stiglitz, estuvo en el origen de la bancarrota argentina hace ahora nueve años. Una realidad que dice que en la segunda legislatura de Zapatero, desde marzo de 2008 hasta la fecha, se ha pasado de un índice de paro del 13,8% al 19,8% actual y que 1.400.000 personas han perdido su trabajo en apenas veinte meses para llegar a un total de 4.600.000 parados reales en el Estado español, es decir, uno de cada diez habitantes mayores de 16 años y una de cada seis personas activas. Son cifras que, traducidas a la situación de más de millón y medio de familias con todos sus miembros en el paro, dejan de ser frías para convertirse en escalofriantes y siguen desmontando, una a una y una y otra vez, todas las predicciones que desde el Gobierno, y a partir de aquellos famosos y descabellados "brotes verdes", se han realizado respecto al inicio de la recuperación económica, fechada por última vez el pasado mayo para finales de año y que, sin embargo, y según afirmó de nuevo ayer la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico no llegará hasta 2012... en todo caso. Y aun entonces, según la previsión de la OCDE, con un desempleo en torno al 16,5%, es decir, todavía tres puntos superior al de 2008. Pero además, todas esas cifras también confirman que el presidente del Gobierno español tiene aún pendiente de reconocer otra realidad, la de la ineficacia mostrada hasta ahora por su gobierno en el ámbito de la economía y el empleo. No sólo porque ayer volvió a repetir proyectos -prometió una reforma en profundidad de las políticas activas que ya había anunciado el pasado julio- sino porque ano asume que, cinco meses después, la reforma laboral no ha contribuido en absoluto a la generación de empleo y mucho menos a la estabilidad del mismo: nueve de cada diez contratos laborales firmados el pasado mes de octubre fueron temporales y sólo uno de cada cien se englobaba entre los de fomento del empleo. Zapatero y su gobierno -pero también Mariano Rajoy por lo que se deduce de su incapacidad para plantear alternativas- siguen sin asumir que la economía española precisa no de medidas parciales que sacrifiquen aún más a amplias capas sociales, sino inversiones y políticas consecuentes que, siquiera a medio plazo, concluyan con el endeudamiento y la inflación de créditos que impulsaron, de modo similar al de la ahora cuestionada Irlanda, un crecimiento ficticio tratando de sustituir a la imprescindible equiparación con Europa pospuesta durante las dos últimas décadas.