EN plena crisis de las ideologías, el actor y productor francés Vincent Cassel ha afirmado que "si la izquierda y la derecha existieran, yo votaría". O sea, que no acude a las urnas porque está convencido de que actualmente no hay ideologías ni de derechas ni de izquierdas, por eso ha producido una película en que trabaja como protagonista -Notre jour viendra (Nuestro día vendrá)- que aborda en una sucinta reflexión esa crisis ideológica. Creo que tiene buena parte de razón en lo que dice, pero la solución a tal crisis no es el abandono, porque las derechas no están en crisis de ideas, toda vez que sus planteamientos siempre han estado basados en intereses eminentemente económicos.

Hay indicios más que flagrantes de que la crisis económica, caracterizada por el crecimiento del paro y el tambaleo del Estado de Bienestar, se va a traducir en la conformación de una sociedad miedosa y poco dispuesta a la solidaridad y la generosidad y, por ende, al debilitamiento de las izquierdas que no están dispuestas a poner en solfa al actual sistema capitalista de libre mercado, que son la mayoría de las socialdemocracias europeas y el Partido Demócrata de los Estados Unidos, ello por nombrar sólo a quienes más influyen e influirán en nuestro futuro político y económico. Sin embargo, las derechas no van a sufrir idéntico grado de descrédito porque sus recetas son drásticas y escuetas y lejos de pretender la consecución de sociedades justas e igualitarias que redunden en bienestar para todos, prefieren proteger a sus aventajados partidarios, dejando para los súbditos, es decir para todos los demás, las migajas que caen de las mesas de sus epulones.

Todos los movimientos incitan a pensar así. No son gratuitas las actuaciones de Sarkozy expulsando a los pobres (extranjeros y gitanos también) de su país. No lo son las alocuciones pronunciadas por la alemana Merkel en relación a la inconveniencia de seguir potenciando la multiculturalidad en la sociedad alemana. Ni lo son, más localmente, las pancartas exhibidas por unos vecinos de la humilde y laboriosa La Arboleda -otrora patria chica de muchos emigrantes explotados en las minas- contra una familia gitana cuyos miembros no tienen causas pendientes con la Justicia ("Sarkozy, ven para aquí"). Tampoco lo son los deseos del PP catalán que, con el ánimo de arañar unos votos, ha anunciado que propondrá impedir el empadronamiento a los inmigrantes sin papeles. Y, por fin, tampoco es gratuito que Esperanza Aguirre se sienta tan próxima a los principios que rigen el comportamiento del Tea Party, al que pertenecen buena parte de la fauna ultraconservadora del partido republicano de EEUU.

El Tea Party está en ebullición, a la espera de dar la campanada en las elecciones legislativas del 2 de noviembre, del mismo modo que la dio obteniendo 17 victorias en las diferentes primarias del bando republicano. En ese movimiento reaccionario, que toma su nombre de la sublevación de los colonos de Boston cuando se negaron a pagar los impuestos del té en el siglo XVIII al monarca inglés, aterrizan gentes de características muy peculiares, a los que poco les importan las ideologías, liberales siquiera, porque creen en un concepto de libertad poco generoso para los más humildes, a quienes reduce al mero papel de brazos productivos. Les mueven más los axiomas que los razonamientos, hasta el punto de que Obama es su bestia negra por "africano, por socialista y por musulmán". Por ejemplo uno de sus más destacados miembros, que ha amenazado de que si le eligen "promete llegar con un bate de béisbol para arreglar las cosas", ha afirmado que lo hará de ese modo "para devolver el honor que Estados Unidos ha perdido por culpa de Obama". No dudan en afirmar que todos los pobres son unos vagos y que el calentamiento global es un mito porque la contaminación es señal de progreso. El Tea Party se muestra, además de grosero, desvergonzado. Incluso un republicano genuino como Powell ha afirmado que se trata de un movimiento destructivo que no supone una auténtica alternativa en el republicanismo. Sin embargo, sus miembros van ganando posiciones con rotundidad.

Más aún, un multimillonario ha anunciado su intención de competir por el sillón de la Casa Blanca en 2012. No es malo en sí mismo ser multimillonario, pero no se ha caracterizado Donald Trump por su generosidad ni por su filantropía. Sus 1.450 millones de euros de patrimonio han sido amasados en negocios inmobiliarios cuajados de escándalos económicos y de faldas. Casado por tercera vez con una eslovena, se muestra dispuesto a conquistar la Casa Blanca para emular desde ella a su amado y añorado George Bush. Este tipo de personaje, como los miembros del Tea Party, aterrizan en la política con intenciones arteras. Desde luego, no están dispuestos a hacer un alto en su proceso de enriquecimiento personal para prestar sus esfuerzos al beneficio de todos. Peor aún, suelen aprovecharse de las preeminencias de sus cargos para continuar espesando sus riquezas a base de ejercer todo tipo de tráfico de influencias.

Ante este panorama, las izquierdas deben rearmarse de ideas, de tácticas y de estrategias. Aunque parece más que evidente que lo que ha fracasado ha sido el sistema capitalista de libre mercado, incapaz de generar y distribuir la suficiente riqueza para mantener unos niveles de inversión y consumo que permitieran retroalimentarle, el socialismo (las izquierdas) asiste perplejo a la debacle que el poder mediático de las derechas presenta como irresoluble. Los empresarios se expresan con osadía, -"la solución es ganar menos y trabajar más, ha dicho su presidente, el corrupto Díaz Ferrán-, y nadie se ha atrevido a interferir en el interesado diagnóstico que nunca avisó de que seguir alimentando la burbuja inmobiliaria, que la economía hacía engordar hasta la extenuación, era tan perverso para el futuro de nuestros empleos y niveles de consumo, es decir para nuestro bienestar. El resultado final ha sido el aumento del número de pobres, la intensificación de la pobreza, la inseguridad de las condiciones de vida que redunda en falta de libertad y la crisis de los valores y principios que siempre caracterizaron a las izquierdas.

De ellos se benefician las derechas. También en España, donde militan apiladas en la misma formación, compartiendo pan y mantel, unos pocos centristas, algunos restos del liberalismo, la derecha pura y dura, los franquistas, los nostálgicos del franquismo, los homólogos de los friquis del Tea Party, y la ultraderecha española tradicional. Ante esto no caben las resignaciones. La rebeldía ha de llevar a la reflexión profunda y al no desistimiento. La crisis ha debilitado en exceso a las izquierdas, pero han sido las derechas las que la han provocado y alimentado, para asaltar el poder y convertir a los abnegados súbditos, que somos todos los ciudadanos españoles en cuanto sujetos a las autoridades políticas de España, en esclavos de sus intereses particulares, de sus negocios y de sus carteras. Entonces, ¿quién se va a ocupar de los humildes?