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Cómo será el País Vasco que viene

Pienso que será en primer lugar un espacio de hablar pausado y sosegado hasta que vayan cicatrizando las heridas del odio. Pienso que interiorizaremos la larga y amarga experiencia de la violencia padecida durante demasiadas décadas. Pienso que nos reencontraremos con nosotros mismos ante el horizonte del trabajo diario por nuestras familias y por nuestro pueblo, ya sin escondites y sin atajos de clandestinidad; sin zulos. Sin inmolaciones de víctimas y sin circuitos interminables de cárceles programados los fines de semana.

Será, creo yo, un País Vasco esperanzado. Un pueblo que deberá medir sus fuerzas reales: las tecnológicas, las comerciales, las energéticas, las financieras, las institucionales, las sanitarias, las asistenciales, las educativas, las investigadoras, las culturales, y que las medirá por su capacidad de influencia en los mercados y en los foros internacionales.

Nuestras raíces como vascos son muy profundas y nuestra identidad toma cuerpo en la medida en que no podemos desentendernos de ellas, ni olvidarlas estúpida o inconsciente o alegremente. Los tiempos que vienen van a hacer más necesarias que nunca las acciones conjuntas del vasco pragmático, del vasco idealista y del vasco aventurero (siempre nos podemos ver reflejados en la personalidad de San Ignacio, cuyo enorme espíritu abarcaba con relevancia esas tres facetas), propiciando una Euskal Herria más fuerte en un mundo más equilibrado comercial, financiera y medioambientalmente. Y recordamos aquí las palabras de Bernard Lazare: "Un pueblo no vive más que cuando trabaja para la humanidad".

Nuestra representación de la independencia y de la libertad está inscrita en nuestra propia lengua. Que nuestra sociedad en su mayoría se comunique por medio de ella, que nuestros hijos la hablen en el hogar, las escuelas, los talleres, las aulas universitarias, hará que esa representación sea nuestra más digna carta de presentación.