LA publicación por parte de la página web de Wikileaks de cerca de 400.000 documentos secretos de Estados Unidos sobre la guerra de Irak ha abierto una nueva perspectiva sobre las consecuencias pasadas, presentes y también futuras de esta sangrienta contienda que cumple más de seis años y que ha provocado la muerte de decenas de miles de personas. La difusión a nivel global de todo este material tiene varias derivadas. La primera, es que el mundo ha podido conocer detalles no sólo desconocidos sino deliberadamente ocultados por la Administración norteamericana, en especial la muerte de miles de personas, la mayoría de ellas civiles, de las que nada se sabía, así como la práctica de torturas sistemáticas consentidas, abusos, violaciones y asesinatos. Todo ello celosamente guardado por el Pentágono tanto durante la Administración Bush como la de Barack Obama, quien se sitúa ante un momento muy delicado de su mandato y deberá dar muchas explicaciones más allá de la consabida condena por la filtración de documentos secretos. Todo ello configura una situación absolutamente nueva para la guerra de Irak. No es que la revelación de estos archivos haya causado una gran sorpresa. Recurriendo al tópico, el propio fundador de Wikileaks, Julian Assange, recordó ayer durante una ru-eda de prensa en Londres que "la verdad es siempre la primera víctima de la guerra". En cualquier conflicto de esta dimensión y de estas características, la verdad no es precisamente respetada por ninguna de las partes. Sin embargo, lo que la filtración de documentos pone de relieve es el perfecto conocimiento que las autoridades civiles y militares de EE.UU. tenían sobre lo que "de verdad" estaba sucediendo en Irak, con implicación directa de personal a su cargo en graves violaciones de derechos humanos. Pero todo ello llevaba el sello "No investigation is necessary", es decir, no es necesaria investigación alguna. Los informes hablan de asesinatos, de espeluznantes torturas como latigazos, quemaduras, palizas, actuaciones salvajes como cortarle los dedos y quemar con ácido a presos, ejecuciones de prisioneros maniatados... Y todo ello con una minuciosa contabilidad de los muertos reales en Irak, que suman 15.000 más a las cifras que se conocían. Eso significa la ocultación a la opinión pública mundial de crímenes y de incidentes diarios en los que fallecían iraquíes. En este estado de cosas, es difícil decir que lo ahora revelado sea siquiera toda la verdad. La Administración norteamericana no ha dudado en condenar la publicación de estos documentos y en lanzar el consabido mensaje de que "el país es ahora más vulnerable" y de que "se ponen en peligro vidas". Pero no es suficiente. Ni siquiera la guerra ampara el crimen. EE.UU. no debe seguir mintiendo al mundo y ocultando la verdad sin asumir la responsabilidad ni poner a los autores a disposición de la justicia.