HAN tenido que transcurrir dos décadas para que se hiciera realidad aquel vaticinio mediático tantas veces reiterado de que Ramón Jáuregui fuera nombrado ministro del Gobierno de España. Ya está. Ya ha llegado. Ya ha superado el muro que en un tiempo suponía la vieja guardia del socialismo vasco (Benegas, los Múgica...), que jamás confiaron en él por considerarlo demasiado ambicioso; trepa, concretarían algunos. Más importante, por actual, era el otro muro, el levantado por la actual Ejecutiva del PSE, que por considerarle en exceso pactista, quizá hasta transversal, no paró hasta hacerle enviar al cementerio de los elefantes como parlamentario europeo. No se sabe bien por qué, Ramón Jáuregui está considerado por los más célebres creadores de opinión como el socialista que mejor conoce la política vasca y después de haber tomado nota de lo que el PNV le ha transmitido profusamente en las conversaciones para el acuerdo de los Presupuestos Generales, José Luis Rodríguez Zapatero ha decidido situarle en una de las más altas posiciones de su Gobierno por considerarlo el más apto para afrontar una etapa de inevitable cambio político en Euskadi. Como es sabido, Jáuregui no era partidario del actual Gobierno vasco sostenido por el PP e incluso ha reconocido en alguna ocasión haber transmitido en Madrid dicha postura e intervenido en intermediaciones para que no se concretara. Así le fue. Ello lleva a pensar ahora que su ascenso, su recuperación por Zapatero habría que decir, no habrá sido nada bien acogido por los Patxi López, Rodolfo Ares, José Antonio Pastor y demás muñidores del asalto a Ajuria Enea. Sin embargo y para su consuelo, Zapatero ha vuelto a tomar decisiones diversificadas. Siempre lo hace. Al ministro de Economía ortodoxo y segurola que era Pedro Solbes le colocó como segundo a Miguel Sebastián, un imaginativo audaz, para compensar. Y también para compensar, en este caso el eventual ramalazo de debilidad de las posiciones de Jáuregui y el riesgo de su aproximación a Jesús Eguiguren, ha situado a la máxima altura del Ejecutivo -tras el propio Zapatero, claro- y para controlarle a Alfredo Pérez Rubalcaba, vicepresidente primero y ministro de Interior, además de portavoz, cargo que ya ejerció en la época de decadencia de Felipe González. El palo y la zanahoria. Rubalcaba, incondicional y valedor de la Guardia Civil, en equilibrio con el supuestamente moderado Jáuregui, quizás para que ambos se maticen políticamente. Dos opciones por si las cosas fueran mal o por si fueran bien, siempre en cuanto a la evolución del conflicto vasco del que Zapatero ha sido informado por el PNV y tomado nota. Y, de paso, salga el sol por donde salga, por lo que parece ya tiene un sucesor: el propio Rubalcaba.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
