QUE la incongruencia política de soslayar todas las innumerables diferencias de dos fuerzas antagónicas, con el único fin de apartar del poder a una tercera mayoritaria, condena al acuerdo resultante a una inestabilidad difícilmente gestionable es una obviedad política harto comprobada que ha hecho patria en Euskadi durante los últimos diecisiete meses. El pacto firmado por el PSE y el PP para desalojar al nacionalismo vasco de Ajuria Enea, el Acuerdo de Bases, se ha confirmado en este tiempo carente precisamente de ellas aunque se soporte a sí mismo en ese objetivo compartido que, sin embargo, ni siquiera ha sido contemplado por los firmantes desde el mismo ángulo. Mientras los socialistas vascos lo abrazaron como simple método para colmar su ambición por alcanzar el poder pese al diagnóstico contrario de las urnas, el PP lo hizo en el doble interés de responder en el Estado a su imagen de defensor de la intocable unidad constitucional y someter en Euskadi al PSE a la incomodidad de su presión y, al tiempo, lograr que ésta llevara al socialismo vasco a proceder, como si del propio PP se tratara, a la dilución de las características específicas, de las señas de identidad, de la sociedad y el autogobierno vascos, sacándole de la calculada ambigüedad que históricamente había pretendido y con la que sustentaba su preponderancia en el espectro no nacionalista (vasco) del electorado. En ambos sentidos, socialistas y populares han logrado, al parecer, sus respectivos fines privados, pero con el enorme coste de desnudar ante la sociedad, ya de por sí más que reacia, los contrasentidos inherentes a una forma de hacer política basada en razones y objetivos que nada tienen que ver con los intereses mayoritarios de Euskadi, no ya al respecto de las afinidades ideológicas sino en cuanto al desarrollo y bienestar, precisamente en tiempos de crisis en los que estos aspectos se entienden como prioritarios. No es necesario explicitar los imposibles equilibrios del PSE y del Gobierno que preside Patxi López y las contradicciones internas, patentes ayer en la desautorización a Mikel Torres por Idoia Mendia, para regatear la certidumbre de su deficitaria gestión y de su carácter sucursalista tras quedar en evidencia por las exitosas negociaciones del PNV con el PSOE en Madrid, pero las consecuencias de la incoherencia del pacto firmado por socialistas vascos y populares no son patrimonio de los primeros. Las críticas de Mariano Rajoy al acuerdo PNV-PSOE, pese a su similitud con el que él mismo negoció en 1996 para lograr la primera investidura de José María Aznar, y la ruptura del acuerdo de gobierno que el PP mantenía en Canarias con CC por el apoyo de esta formación a los presupuestos de José Luis Rodríguez Zapatero, mientras mantiene el pacto con el PSE en Euskadi, son pruebas manifiestas de que unos y otros son más víctimas de su propio desatino que aquéllos contra los que éste se diseñó.
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