LA novena jornada de paros, quinta desde el final del verano, que los sindicatos franceses han convocado para hoy en protesta por el proyecto de reforma de las pensiones, que el gobierno presidido por Nicolas Sarkozy presentará para su votación definitiva mañana en el Senado, amenaza con paralizar Francia a través de dos sectores estratégicos, el de las refinerías y el de transporte, y de endurecerse mediante la adhesión a la misma de los estudiantes de secundaria, pero el verdadero problema para el Eliseo estriba en que el profundo malestar ante su política de recortes es ya muy mayoritario y se extiende a prácticamente todas las capas de la sociedad gala. En los cálculos del primer ministro francés, Francois Fillon, quien se resiste a retirar el retraso de 60 a 62 años de la edad legal de jubilación y de 65 a 67 el límite en el que debe jubilarse un trabajador que no haya cotizado el tiempo necesario para cobrar la pensión íntegra; están tanto las vacaciones estudiantiles de la última semana de octubre, que podrían minimizar el apoyo juvenil, como la esperanza de que la aprobación de la ley desmovilice a los sindicatos; pero éstos también confían en que el desabastecimiento de combustible y la ralentización o paralización del transporte doblegue al Gobierno a través de la presión empresarial y, por qué no, de una Unión Europea que apoya las medidas de Sarkozy pero que también empieza a mirar con preocupación la posibilidad de que los efectos de las protestas, si no las mismas protestas -los ferrocarriles belgas ya pararon ayer y la Confederación Europea de Sindicatos (CES) ha anunciado acciones en los próximos meses-, se extiendan a otros países o condicionen el transporte y la actividad económica del resto de la UE. Con una de cada doce gasolineras ya sin combustible, las doce principales refinerías y el principal puerto de descarga de crudo, el de Fos-Lavera en Marsella, del país bloqueados, la paralización podría extenderse del transporte terrestre al aéreo -el aeropuerto de París-Roissy apenas cuenta con reservas de fuel para unos días- y bloquear el principal nudo de comunicaciones de Europa. El Gobierno Sarkozy ha llegado incluso a amenazar con la utilización de la fuerza y, de hecho, ya hay más de trescientos detenidos en los últimos días de protesta renovable cada 24 horas, pero una actuación rotunda sólo lograría enconar la postura sindical y el enfado ciudadano, que ha ido en aumento durante toda la tramitación de la reforma de las pensiones. Francia, en definitiva, parece haberse convertido en el tablero sobre el que se disputa una pugna que traspasa las fronteras del propio Estado francés y que dirime, en el fondo, si Europa sacrifica el modelo social erigido durante décadas y traspasa a su ciudadanía la responsabilidad de los mercados en la crisis global provocada por el descontrol de los mercados.