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Viaje al interior

Indiscutiblemente viajar está de moda y, precisamente por estas fechas, carreteras y aeropuertos adquieren un protagonismo importante. Con todos mis respetos al pueblo soberano, yo confieso sin rubor que me quedo en casa, la mar de contento, compartiendo la ilusión inicial de los que salen y dispuesto a soportar los relatos fantásticos de los que vuelven. Ojalá que tras sus fantasiosos relatos no se vean obligados a ocultar unas cuantas decepciones y mucha fatiga. En fin, que lo disfruten con salud tanto los viajeros y veraneantes como a quienes mantienen sus puesto de trabajo gracias a ellos.

Dicho esto, no me quedo tranquilo sin una pequeña aclaración: quedarse en casa no equivale a no viajar. No lo haces físicamente, es decir, hacia afuera, pero hay otras alternativas. Por ejemplo, hacer trabajar a la mente, a la imaginación, etc., sin condenarlas a un letargo veraniego. Al alcance de todos está la aventura apasionante de intentar viajar al interior de uno mismo. Es sorprendente el volcán de pasiones, sensaciones y sentimientos que bullen en nuestro inconsciente más profundo. ¿Será cierto que solemos tener miedo de nosotros mismos? Pues sería una pena porque intentar huir de nuestro yo más profundo puede suponer la pérdida de lo mas valioso del ser-persona. ¿Por qué no probar un cambio de rumbo? Intentar conocernos mejor a nosotros sin el agobio del día a día, tiene su encanto y su misterio.

Por de pronto, solemos llevarnos la sorpresa de sentirnos más cerca de otras personas y sintonizar mejor con sus penas y alegrías. Esa proximidad nos exige, a veces, echar una manita a alguien. ¡No pasa nada! Curiosamente, el esfuerzo de hacer un favorcillo que otro te deja un buen cuerpo, en lugar de la conocida resaca. Normalmente quienes prueban de este placer no lo cambian por nada y acaban siendo reincidentes en su particular fiesta de la generosidad.