La Organización Mundial de la Salud (OMS) puso fin ayer de forma oficial a la pandemia de la gripe A. Se pone punto y final así a la crónica de un gran fracaso de la autoridad directiva y coordinadora de la acción sanitaria en el sistema de las Naciones Unidas. La OMS situó al mundo en alerta máxima ante lo que pronosticaba iba a ser una rápida propagación de un virus que llegaría a infectar a buena parte de la población mundial (se hablaba de que la mitad de los ciudadanos de la Unión Europea lo sufrirían, aunque fuera de forma leve) y que era previsible un número muy elevado de muertes. Los responsables de la sanidad en los diferentes estados se contagiaron de la psicosis alarmista y pusieron en marcha radicales protocolos de prevención y vacunación. El departamento dirigido por Rafael Bengoa, consejero vasco de Sanidad, estimó que el invierno pasado morirían 630 personas por el virus H1N1, que llegaría a afectar al 30% de los habitantes de la Comunidad Autónoma Vasca. Murieron siete personas. En el Estado español fallecieron 350 personas por causa de la gripe A, cuando la ministra Trinidad Jiménez había previsto la muerte de ocho mil ciudadanos. En todo el mundo han sido 18.449 los muertos, cuando la gripe normal se cobra cada año la vida de entre 250.000 y 500.000 personas. La pandemia de la gripe A no existió. Quizá técnicamente sí, por afectar a un determinado número de pacientes en diferentes continentes, pero no en la medida que hizo ver la OMS. Esta realidad lleva a una reflexión de la que este organismo no sale bien parado, pero que genera también un determinado grado de incertidumbre entre los ciudadanos de a pie: si este organismo ha calculado de forma tan nefasta la evolución de un virus, nadie puede afirmar que en un futuro, ante la presencia de otro virus, la OMS no haga el ejercicio contrario; es decir, que no dé importancia a un virus que pueda desencadenar una pandemia de graves consecuencias. Pero además de la crítica puramente científica o médica, la OMS ha sido objeto de graves acusaciones por parte de diferentes estamentos profesionales del mundo sanitario y de organizaciones no gubernamentales. La sospecha de una connivencia con la industria farmacéutica para la producción y venta de millones de dosis de la vacuna contra el H1N1 sobrevuela el expediente de la Organización Mundial de la Salud. Muchos millones de dosis no han sido inoculadas y ahora se les busca una utilidad más provechosa que la del cubo de la basura. Una auditoría externa determinará si la OMS gestionó de forma correcta la alerta. Su directora general, Margaret Chan, insistió ayer en defender esa actuación. No reconocer los errores es el primer paso para volver a repetirlos. Y hasta ahora, no se ha oído a ningún responsable de los sistemas sanitarios entonar el mea culpa.
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