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Cuatro mujeres fuertes

JULENE, Balendiñe, Polixene y Karmele tenían muchas cosas en común, y también algunas diferencias. Compartieron tiempos y lugares, ilusiones y contrariedades. Se comprometieron tempranamente con su pueblo y nunca le dieron la espalda, aunque hubieran de ausentarse de él por largos años. Sus biógrafos las recuerdan como oradoras dulcemente encendidas -"propagandistas" de la causa vasca-, o como poetisas, o como sanadoras de almas y cuerpos.

A Julene le recuerdo, sonriente, en el Centro Vasco y en la escalera trasera de la Urbanización Miranda de Los Palos Grandes de Caracas: madura, hermosa, con unos ojos que traspasaban cuerpos, heredados en parte por su hijo Mikel. A Polixene, que vivió Venezuela desde Maracaibo, le retengo en la memoria en una imagen del Centro Vasco de El Paraíso con su hija mayor, muy mujeres, muy sólidas, muy guapas las dos. Balendiñe nos acogió por un tiempo en su casa a los de ELE (Euskera Lagunen Elkartea), en cuya presidencia tuve el honor de sustituir a Kirru. Luego les digo quién fue Kirru. A Balendiñe le hizo un atrevido busto Beovide, rendido sin duda al encanto interior y exterior de esta mujer singular.

Un día, Balendiñe me pidió que le acompañara en la cena que iba a dar a un primo suyo que venía de La Habana. El tal primo era descendiente nada más y nada menos que de Albizu Campos, el patriota portorriqueño, y Balendiñe me solicitaba ayuda porque temía no saber de qué y cómo hablar con aquel rojísimo pariente suyo. Creo recodar que en ese tiempo el primo ocupaba un importante cargo en la administración cubana. Si no recuerdo mal, me parece haber entendido que le nombraron administrador general de los hoteles confiscados por la Revolución. La cena resultó amable, afable y civilizada: los temores de Balendiñe no eran justificados.

¿Y Karmele? Karmele y los Urresti son los que me acogieron en Caracas como uno más de la familia. Los Urresti, y muy especialmente Jon -Kirru- y Miren, son de casa, son nuestra casa. Primero se fue Anita, la hermana mayor de Karmele, luego se fue Jon -demasiado joven, demasiado pronto-, ahora se ha ido Karmele. Esta familia merece un libro, por lo menos, merece un lugar destacado en la memoria abertzale. Antes, bastante antes, había muerto el hermano cura, activista de la Red Comète, y también Josu, el varón de más edad de los hijos de Antsosolo. Queda Gaizka. Cada uno de ellos da para una historia, y entre todos y sus hijos y nietos dan para rehacer una buena parte de la historia patriótica vasca de los últimos cien años.

Karmele era ante todo enfermera. Lo fue en la guerra, en el exilio, en Ondarroa, a su regreso, cuando alguien menos vocacional hubiera optado por un muy justificado jubileo. Karmele formó parte del Eresoinka y ahí conoció a Txomin Letamendi, con el que se casó, con el que llegó a Caracas y regresó luego a Europa para seguir en el arriesgadísimo combate. De Txomin no se ha hablado suficientemente. Trabajó en clandestinidad para los Servicios y los pretendidos amigos de éstos, fue detenido, torturado, sacado de la cárcel para morir. Josep Benet se acordaba de él y de su paso clandestino por Barcelona, con admiración.

Txomin Letamendi era un excelente trompetista que compartió conjunto con Luis Mariano, en París, y con Billo -la Billo"s Caracas Boys- en Venezuela. El dominicano Billo marcó una época antes de que a aquello se le llamara salsa y creó escuela. Cuando a Txomin Letamendi hijo la policía franquista le hizo preso, la prensa de Venezuela subrayó en sus informaciones que se trataba de un muchacho nacido en Caracas cuyo papá formó parte de la orquesta de Billo Frómeta. En la casa de Karmele de la Urbanización Miranda estaba la trompeta que le habían regalado en Nueva York con ocasión de unas exitosas actuaciones suyas en "tiempo normal".

Karmele, enviudó joven, trabajó largos años de enfermera en la petrolera Creole y le tocó entre otros muchos quehaceres el doloroso reconocimiento de los cadáveres del Delegado del Gobierno Vasco en Venezuela Lucio Aretxabaleta y esposa, sepultados en el terremoto de Caracas. Karmele (nos) ayudó a todos cada vez que hizo falta. Tenía un carácter fuerte. No hacía concesiones por comodidad en cuestiones de valores y creencias. Fue durante mucho tiempo fiel a los compañeros de su marido, fue luego durante el resto de su tiempo fiel a los adoptados valores y creencias de Jon, de Gaizka, de sus hijos y nietos.

Fue por un tiempo concejala de HASI en Ondarrroa, pero tengo motivos para sostener que no porque fuera o se hubiera hecho marxista-leninista. Karmele, como luchadora que fue siempre, se acercó a los combatientes, a los que tenían a su juicio más necesidad de ella. Karmele, y Jon, Kirru, tenían una sólida formación cristiana. Por ello seguramente, y por consecuentes, se negaron a comulgar con las ruedas del molino de entreguistas, olvidadizos y comodones.

Me imagino los últimos años de Julene de dulce y apacible amama. Los de Polixene, que publicó como amama, los veo recordando a aquellos desvalidos de Maracaibo a los que dedicó su madurez. A Balandiñe no es que le imagine sino que le recuerdo bajo la protección del euskera y la poesía, incómoda con un entorno nuevo que no terminó de hacer suyo. Le vi a Karmele por última vez en Bilbao, junto al Ayuntamiento, con Ikerne, hace unos pocos años, en una manifestación de las unitarias a favor de los derechos de todos y de siempre.