CUANDO el jueves 27 de mayo el Congreso de los Diputados convalidó el real decreto-ley "por el que se adoptan medidas extraordinarias para la reducción del déficit público", por un solo voto de diferencia, se hizo el silencio. Fue extraño e impactante que la votación más trascendental de cuantas han tenido lugar en esta legislatura pasara de eso modo, a pesar de que los prolegómenos fueran tan enrevesados. La trascendencia de la votación se debió al hecho de que mientras el Gobierno y el PSOE, en un esfuerzo bárbaro de corresponsabilidad con Europa, tuvieron que aprobar medidas contrapuestas a sus tesis ideológicas, la oposición del PP, en un alarde de soberbia, de egoísmo y de irresponsabilidad, fue capaz de votar en contra de tales medidas aunque fueran acordes a cuanto siempre han defendido y ejercido. Lo hicieron, según ellos, para defender a los jubilados y pensionistas, que van a ver congeladas sus pensiones durante un año, sin detenerse a comparar el tratamiento que han dado ellos durante sus años de gobierno a tales cifras en relación al tratamiento dado en las sucesivas etapas socialistas para dicho colectivo.

Ciertamente el debate mostró una especie de mundo al revés en el que las cabezas engominadas se propusieron ejercer de humildes defendiendo a los humildes, es decir, la soberbia y la altanería defendiendo a la humildad y la sencillez. Fue esta terrible contradicción lo más triste de aquel debate, porque acabará por derruir los edificios ideológicos y las convicciones que precisaron tanto tiempo, tantas reflexiones y tantos hechos contrastados para instalarse en la sociedad. En aquel maremagno había demasiadas percepciones que, por extrañas, pueden también considerarse falsas.

¿Es España europeísta? Cuando Morán y Marín negociaron y firmaron nuestra incorporación a la Europa económica y social -pues antes sólo habíamos pertenecido a la Europa geográfica-, la gran mayoría de los españoles sintió la esperanza de que por fin el progreso estaba más cerca. Nuestros emigrantes no tendrían que extender tanto papelaje en los mostradores de las aduanas para certificar sus buenas cualidades para el trabajo y su mejor conducta. Por si fuera poco, empezaron a llegar dineros con el fin de que España alcanzara la europeidad también en sus estructuras productivas, calidad medioambiental, desarrollo agrícola y rural... Y era tanto lo que llegaba que casi nadie se daba cuenta de las contrapartidas exigidas. En realidad se trataba de certificar nuestra convalidación como europeos, lo cual era tal como dar un salto cualitativo como ciudadanos.

Europa, en esta ocasión, ha ordenado y los mercados -que son un ente abstracto, omnipresente y de previsiones e intenciones inesperadas- también han fijado sus preferencias. Quien quiera seguir siendo europeo con todas las consecuencias y esté por espetar y potenciar las reglas del libre mercado debe escuchar y obedecer los dictados. No sólo España, también Grecia y Portugal, por ser los tres países gobernados por partidos socialistas, han sido conminados a tomar decisiones drásticas. Conminados y amenazados. Pero otros países europeos también han tomado medidas, muchas de ellas más drásticas que las contenidas en el decreto-ley convalidado en España. En ningún lado el Gobierno se ha visto tan solo como en nuestro país. Allí donde gobierna la derecha, en Alemania, Gran Bretaña o Francia, porque la izquierda se ha mostrado responsable; donde gobierna la izquierda porque las derechas de esos países se han sentido partícipes y comprometidas con el proyecto europeo. Sólo en España la oposición se ha comportado con mezquindad, con la cicatería propia de quienes sólo desean alcanzar el poder a cualquier precio.

La derecha española se ha hartado de proclamar la necesidad de tomar medidas del corte de las contenidas en el decreto, y se ha hartado de reclamar que tales medidas fueran tomadas hace mucho tiempo. El Gobierno, con Zapatero como abanderado, siempre se ha mostrado remiso, poniendo sobre la mesa otro tipo de ajustes y medidas dirigidos a paliar la caída del empleo a la vez que se ha agilizado siquiera suavemente la economía, y se ha procurado tener cuanto más activo el consumo. Llegado el momento de la verdad, su espantada ha sido esperpéntica. Su europeísmo, su concepción económica conservadora, su preferencia por el libre mercado y su ultraliberalismo demostrado no le permitían otra alternativa que votar afirmativamente la propuesta del Gobierno. Analizadas sus escuetas propuestas de esta última legislatura bien cabe concluir que debieran haber facilitado su acción al Gobierno, pero no sólo le negaron el apoyo en esta ocasión, como en otras, sino que intentaron retrasar su aplicación solicitando que el decreto-ley se sometiera a la larga tramitación de cualquier proyecto de ley.

Basta con tirar de hemeroteca para comprobar la diferencia entre esta derecha soberbia y egoísta y las izquierdas cuando han sido requeridas para algún esfuerzo especial. Revisemos una crónica del mes de octubre del 1977, cuando España atravesaba una crisis económica importante y gobernaba la derecha, bajo las siglas UCD. Los famosos Pactos de la Moncloa, firmados el 25 de octubre de 1977, bien pueden equipararse, salvando las distancias, al intento de acuerdo que Zapatero propició en el hotel Zurbano de Madrid que, como ha quedado claro, cultivó un fracaso por la cerrazón del PP desde el saludo de bienvenida. Observemos algunas frases del la crónica del Cambio 16 de entonces: "A trancas y barrancas, Gobierno y oposición llegaban a un acuerdo durante el último fin de semana para sacar al país de la crisis... Mientras el compromiso histórico italiano, con el que se ha querido comparar, costó tres meses de debates e intensas reuniones, el Pacto de la Moncloa que permitirá gobernar a la minoría de UCD se lograría en un corto week end frío y lluvioso". Ciertamente, esta crónica se publicó el 23 de octubre, sólo quince días después del viernes 7 (en que el Gobierno de UCD entregó el borrador) y trece días después de la aprobación por el Gobierno de Adolfo Suárez, que culminaría con la solemne firma del día 25.

España aún no se había integrado en Europa, pero aspiraba a estarlo y, por tanto, escuchaba y atendía cuanto las reuniones anuales del FMI y del Banco Mundial proponían. "En Europa -relata el cronista-, el grupo menos afortunado fue el del sur: Italia, Portugal y España expusieron ante sus colegas su triste y dramática situación". Más o menos como ha ocurrido en los últimos tiempos: Sin embargo, las medidas propuestas por aquel gobierno fueron aceptadas, mínimamente modificadas, por la oposición de entonces, formada en su gran mayoría por fuerzas de izquierdas. El ministro de Hacienda puntualizó que "los partidos de izquierdas sólo enriquecieron el texto". Lo más digno de elogio fue el comportamiento de los agentes sociales y de los líderes políticos, no sólo por su disposición a firmar los Pactos sino por la labor pedagógica que desplegaron con cada uno de sus pronunciamientos. Puesto que contenía medidas duras para los trabajadores, el Partido Comunista no dudó en afirmar: "Habrá sacrificios para todos", aunque tuviera claro que "quienes más tuvieran, pagarían más". De igual modo pensaban los socialistas, por boca de Felipe González. Se llegaron a equilibrios muy "positivos" (adjetivo que usó la derecha de la derecha, AP, en boca de Silva Muñoz) tras las aportaciones de todos, incluidas las minorías vasca y catalana. El PCE reconoció que se trataba de "una reducción de salarios encubierta que empeorará la situación de los trabajadores, pero habrá que afrontarla si no mejora la situación de las industrias". Otra frase del cronista: "Gobierno y oposición coinciden en que es necesario devolver la confianza a los empresarios. Se preconizaba la austeridad desde el Gobierno, pero la oposición, armada de responsabilidad, apoyó incondicionalmente las medidas: "Dentro de año y medio, si se acepta el plan, vivirán mejor" (Santiago Carrillo)".

Las diferencias entre aquella oposición de izquierdas y la actual de derechas resulta evidente. Desde luego, es imposible hacer conjeturas en torno a la actitud que hubiera tenido la formación de Adolfo Suárez si hubiera sido la izquierda la propositora de los Pactos de la Moncloa. Sólo sabemos que la actual derecha española quiere el poder a cualquier precio, porque el bienestar de la sociedad española sólo es la coartada que utilizan para ganar las elecciones y adueñarse, también, de las arcas del Estado. También porque ese mercado que ellos desean cuanto más libre, ya está en su gran mayoría en sus manos.

* Diputado del PSE-EE