La inmensa soledad del periodista a los 60
Cada uno llora a sus muertos. Cada persona habla de su edad. Y se siente normalmente en la más absoluta soledad. Están siendo tantos los golpes que ahora recibimos los periodistas, que no sabes bien qué camino escoger. No es por faltar a nadie, pero no tienen segura su aventura ni los que se apuntan a los que están en el poder. Bueno, de eso me alegro. Sin embargo, he llegado a una edad, tras 37 años de profesión, que me asusto. Es la vejez, me dicen. Seguro, porque también tengo lágrima fácil ante cualquiera de los miles de desastres que contemplamos a diario en nuestras vidas. Tengo miedo a quedarme sin trabajo, como los casi cinco millones de personas que viven en España y los muchos millones más en el mundo, que no pueden llevar a casa una sonrisa, al no poder llevar -tampoco- cuatro euros, libras, dólares... He cogido miedo, aún más, a los políticos, a quienes votan y a quienes no votan. Tengo miedo y me siento inmensamente solo, con mi soledad, cuando me prometían jubilarme en breve. Es la inmensa soledad del periodista de 60 años. Digo periodista, porque es mi profesión; empero es la terrible soledad de toda aquella gente que pasados los 50 no saben qué puede ser de su presente y de su futuro en cualquier momento. Nos han roto la bondadosa nostalgia y poder creer en el futuro. Como la frase de "la inmensa soledad del portero ante el penalti", pero disparado el balón por todos aquellos que ostentan el mayor de los anhelos de la humanidad para respirar, sin apreturas, el dinero.
Quieren alargar el comienzo de jubilación a los 67 años, a los 70... Llegaremos, quienes lleguen, entre lágrimas y las espaldas destrozadas. En algún lugar del mundo tiene que haber justicia y no dejar abandonadas a las generaciones que se han machacado durante toda su vida y ahora se ven sin perspectiva alguna.