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Dos gestiones, dos resultados

La inauguración de la Alhóndiga por Philippe Starck e Iñaki Azkuna coincide con la paralización por Odón Elorza del proyecto de Tabakalera en Donostia, lo que refleja el dispar nivel de endeudamiento fruto de modelos de administración diferentes

LA inauguración, reinvención más bien, de Alhóndiga Bilbao como centro cultural y de ocio multidisciplinar en pleno centro de Bilbao supone culminar un enrevesado pero exitoso proceso de transformación del edificio ideado y construido por Ricardo Bastida. Una conversión que es, al mismo tiempo, el reflejo arquitectónico de la metamorfosis que ha llevado a la ciudad a regenerarse, a rediseñarse a sí misma en contenedor de un futuro urbano que la sitúa ya hoy en el cénit internacional como muestra el LKY World City Prize, el Nobel de las ciudades, que le fue confirmado oficialmente ayer en Shanghai. Pero esa culminación de la Alhóndiga, del prolongado y complejo desarrollo de su proyecto durante casi una década, no hubiese sido posible sin el empeño y la capacidad de gestión indispensable para llevar a la práctica una idea, otra idea, en este caso impulsada por el equipo que lidera Iñaki Azkuna y que a través de la peculiar conjunción del diseño de Philippe Starck aporta nuevos matices a la proyección internacional de la capital de Bizkaia, aunque prime ante todo el servicio a sus ciudadanos. Porque si la Alhóndiga ha vuelto a abrir sus puertas se debe a que Bilbao ha sido capaz de financiar por sí misma la obra de 71 millones de euros merced a una situación de las arcas municipales envidiable: es la capital con menos deuda viva del Estado, apenas 3,9 millones. Y valga como nítido contraste de esa realidad la paralización o replanteamiento de un proyecto prácticamente idéntico en Donostia, el de Tabakalera, que Odón Elorza se ha visto obligado a proponer unilateralmente a sólo dos semanas del inicio de las obras y pese a contar en su caso con el apoyo financiero del Gobierno vasco y la Diputación Foral de Gipuzkoa. En esa decisión de Elorza sobre Tabakalera, proyecto que también se empezó a alumbrar en 2001 y cuya remodelación recayó en 2008 en los arquitectos Jon y Naiara Montero, pesan evidentemente los 88 millones de deuda viva que arrastra la capital guipuzcoana, así como la menor creatividad a la hora de limitar los costes, que ascienden a 89 millones en el caso de las obras de Tabakalera y a una previsión de quince millones anuales de gestión de la infraestructura por los alrededor de nueve contemplados en el proyecto que ayer vio la luz en Bilbao. Y pesan incluso por encima de que el nuevo equipamiento era uno de los emblemas de Donostia en su afán por conseguir en 2016 la capitalidad europea de la Cultura para la que Elorza tantas veces ha reclamado apoyo. Son en definitiva y a la vista de la disparidad de los resultados, dos modelos de administración diferentes y achacables a quienes han tenido la responsabilidad de dirigir los respectivos ayuntamientos durante el dilatado proceso de ambos proyectos, dos modelos que afectan al desarrollo urbanístico de las dos ciudades y al nivel de servicio que ofrecen a sus respectivos habitantes.