No aprender la lección
El cierre de los aeropuertos, total en el caso de los aeródromos vascos, con la cancelación de decenas de vuelos demuestra que la experiencia vivida hace tres semanas no ha servido para tomar medidas eficaces para evitar el caos aéreo
lA nube de ceniza proveniente de la erupción del volcán islandés Eyjafjalla volvió ayer a afectar a gran parte de la península ibérica provocando el cierre total de numerosos aeropuertos, entre ellos los vascos, que debieron cancelar todos sus vuelos desde las 12.00 horas. Los pasajeros que tenían previsto coger algún vuelo se vieron atrapados ante una situación de difícil comprensión y en los aeródromos se experimentó la pesadilla de vivir una especie de Día de la Marmota, condenados a sufrir el irritante trance ya experimentado hace tres semanas, cuando toda Europa sufrió un caos aéreo. Así, los usuarios de Loiu y el resto de aeropuertos revivieron una situación conocida y, por tanto, absolutamente previsible sobre la que, es evidente, no se han tomado las medidas adecuadas. La irritación entre los pasajeros era patente, sobre todo porque se ha repetido el mismo esquema de funcionamiento que llevó al colapso anterior: información escasa o nula, ausencia de explicaciones por parte de las líneas aéreas, falta de sistemas de transporte alternativos para paliar en alguna medida los efectos de las cancelaciones y, en definitiva, la impotencia y la frustración. Durante los días en los que la nube de ceniza volcánica comenzó a hacer estragos en el espacio aéreo europeo, es decir, a mediados del pasado abril, el ministro español de Fomento, José Blanco, aseguró que la Unión Europea se había enfrentado a "algo nuevo" para lo que "probablemente" los protocolos no estaban actualizados y en los que no había una respuesta para poder actuar con mayor claridad. Asimismo, avanzó la creación de un comité de emergencias para afrontar situaciones similares en el futuro. "De esta lección tenemos que aprender (...) No podemos quedarnos de brazos cruzados (...) Tenemos que crear un organismo que cuando haya una emergencia pueda dar una respuesta comunitaria y tener unos niveles de respuesta en todo lo que tiene que ver con el control y la seguridad en la navegación aérea", aseveró. La triste realidad es que, tres semanas después, aquellas palabras han sido engullidas por la misma nube de cenizas. Para las compañías y, sobre todo, para los pasajeros, la situación no ha variado un ápice: se han quedado en tierra y se han frustrado sus planes. La sensación que queda tras esta sucesión de hechos es que la tardía reacción al comienzo de esta crisis aérea y el descontrol subsiguiente obligó a los gobiernos y a la UE a improvisar una salida y dejar para un incierto y etéreo futuro la toma de medidas reales. Una vez que la nube volcánica se alejaba, los mecanismos se relajaron, tal vez con la errónea convicción de que difícilmente se daría una situación semejante. Pero a la vista está que ha vuelto a suceder -aunque a menor escala- y lo peor es que no es difícil prever que el caos se repetiría a nada que este volcán u otro se empeñara en hacernos revivir otro Día de la Marmota.