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Responsabilidad compartida

El escasísimo resultado de la reunión de Zapatero y Rajoy en plena vorágine por el recrudecimiento de la crisis y de la desconfianza internacional contribuye al deterioro económico y supedita el interés de la sociedad al meramente electoral

EL resultado de la reunión mantenida ayer, año y medio de crisis después de la última cita, entre el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder del principal partido de la oposición, Mariano Rajoy, en pleno recrudecimiento del temor en la sociedad por la situación económica y con una caída vertiginosa de la confianza internacional en las políticas económicas españolas, sólo puede inscribirse en aquella definición que, poco antes de caer derrotado ante el laborista Clement Attlee en las elecciones de 1945, hizo Winston Churchill del éxito: aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse. Es, al parecer, lo único que pretenden Zapatero y Rajoy, inmutable en su incapacidad para proponer y ejecutar medidas frente a la recesión el primero y constante en su incompetencia para presentar alternativas creíbles el segundo, como si ambos pertenecieran a la casta de hombres que no suben después de caer, que decía Arthur Miller. Que en plena vorágine económica y tras más de dos horas de reunión, el único ámbito de acuerdo presentable a la sociedad sea la reforma a tres meses vista de la legislación sobre las cajas de ahorro para agilizar las fusiones o, lo que es lo mismo, una pequeña parte de la reforma del sistema financiero -premisa que, junto a la reducción del gasto y del déficit, nadie parece cuestionar y nadie parece capaz de llevar a cabo- únicamente puede significar que bien los dos principales partidos del Estado español no tienen fórmulas que presentar a la sociedad o bien que no las presentan ante el temor a las consecuencias electorales de las mismas. Y en ese caso, tanto Zapatero como Rajoy estarían haciendo renuncia de la obligación que recae en primer lugar en el partido que gobierna pero que se extiende asimismo a la oposición y a un PP que, sin embargo, busca en la crítica y el bloqueo a los socialistas su bandera de enganche electoral incluso en Euskadi, donde su co-responsabilidad es tan nítida como el apoyo parlamentario que permitió al PSE alcanzar el Gobierno hace un año y le posibilita mantenerse en él. Todo ello lleva a un mayor deterioro de la influencia en la situación socio-económica -ya reflejada ayer en la indiferencia bursátil ante la cita de ambos políticos- e incide en la preocupación interna y externa a un contagio moderado de la crisis griega, que se aviva por la cadencia diaria de datos negativos, centrados ayer en el nuevo bajón del Ibex y el aumento de la prima de riesgo (interés a pagar a los inversores en bonos del Estado) hasta niveles de 1997. Y la combinación de ese deterioro con una actitud que supedita al interés partidario la ética de la responsabilidad con la que Felipe González ya admitió en su día haber superado la ética de los principios, aumenta las ya fundadas dudas sobre la viabilidad económica del sistema y pone en discusión la legitimidad política del mismo.