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Seamos utopistas, pidamos lo posible (y II)

A la nueva narrativa capaz de acoger la complejidad de la sociedad vasca, expresada en el artículo de ayer inserto en la reflexión "Think Gaur Nafarroa 2020", le debe acompañar la constitucionalización por la vía de los derechos históricos. ¿Difícil? ¿Improbable? Factible.

AVANZAR en la utopía de lo posible nos exige hoy la búsqueda de una nueva narrativa que propicie el entendimiento mutuo. A este fin, lo primero que conviene aclarar es la diferencia entre los términos nacional y nacionalista. El primero apela a un resultado de integración de la población alrededor de una determinada idea nacional, y el término nacionalista designa una voluntad explícita de intervención para lograr tal resultado. Por lo tanto, lo nacionalista no tiene por qué coincidir con lo nacional.

Si el proyecto de construcción nacional pretende lograr la adhesión de una gran mayoría de la ciudadanía, no puede pretenderse que los mitos, símbolos y proyectos nacionalistas, socialmente parciales, aparezcan como generales, en tanto no abandonen su parcialidad. El problema de nuestra construcción nacional es el mismo que el de aquellos otros que han surgido dentro y en contra de estados-nación establecidos, esbozado por una élite política, y que, hasta el presente, no ha descansado en un proyecto de progresión institucional. Y, si bien es cierto que las instituciones son un producto histórico y por lo tanto cambiante, no lo es menos que ningún proyecto puede imponerse como una necesidad natural, ni puede obviar cualquier referencia a lo real, a lo existente

Dicho de otra manera: el nacionalismo vasco tiene que decidir si quiere representarse sólo a sí mismo, es decir, a la comunidad nacionalista o si quiere representar a la sociedad en su conjunto. En el primer caso, las dificultades son grandes porque en estos momentos hay cinco partidos que disputan la representación de la comunidad nacionalista, unos más prevalentes que otros pero todos reclamándose nacionales vascos. Por eso creo que la labor del nacionalismo no debería consistir tanto en la afirmación de aquellos rasgos que le son propios, sino en la capacidad que demuestre para coser los puntos básicos de la red que crea la interdependencia social.

La pluralidad se encauza pero no se agota con los partidos: confundimos demasiadas veces pluralismo con pluripartidismo. El pluralismo de la sociedad vasca indica que está formada por un mosaico de mundos sociales y políticos interdependientes, pero ninguno, por sí mismo, puede arrogarse la capacidad de construir ni de representar a los vascos en su conjunto. La articulación de la sociedad vasca no debe ser pensada desde ideas hegemónicas sino desde los mínimos comunes que comparten la mayoría de la población.

No resulta ajeno a esta situación precisar el concepto de nación. Se puede recrear un concepto de nación que equipare nación a sociedad. La nación, en el tiempo presente, para una sociedad compleja y radicalmente plural como es la vasca, sólo puede representar a todos los ciudadanos si asume en su definición la estructura inclusiva del programa de mínimos comunes. En consecuencia, habría que pactar, tanto en términos sociales como políticos, cuáles son esos elementos o mínimos comunes. En Vasconia hay una realidad estructural evidente: el pluralismo de ideas, de orígenes geográficos, de adscripciones políticas, de recursos electorales... La sociedad vasca no tiene, pues, que reinventar el pluralismo sino coexistir con él, porque éste es el hecho más incuestionable de su historia moderna.

Sin embargo, por parte del Estado español, se exige al nacionalismo que acepte como punto final de su proyecto político el Estatuto, que entierre el programa máximo, que se olvide de él, o bien que lo reconduzca hacia la solución estatutaria en los términos expresados por el Estado. Esto supone tanto como exigir al nacionalismo que deje de ser lo que es para convertirse en una fuerza política estatutaria. Es evidente que el nacionalismo no puede asumir estas pretensiones porque, entre otras razones, si esto fuera así representaría arrumbar el proyecto político y negar su naturaleza.

En este sentido, resulta de interés repasar el debate habido durante la elaboración de la Constitución de Bayona de 1808. Se perfilaron dos posturas antagónicas. Por una parte, la representada por Juan José Yandiola y el Conde de Montehermoso (Bizkaia y Araba), quienes propiciaron una Constitución española que acogiese en su seno las Constituciones Forales Vascas. Y, por la otra, la que representaban el Canónigo Llorente y los representantes de Burgos, que sostenían que no podía haber una constitución dentro de otra, anticipándose a la posición central española (encarnada en Posada Herrera y Cánovas del Castillo) de que "no cabe un Estado dentro de otro Estado". La abolición foral de 1876 sancionó esta última postura, y de ahí surge la doctrina de Sabino Arana de contradicción insalvable entre Fueros y Constitución.

Este callejón sin salida, existente en la actualidad, puede pasar a ser una anacronía en el futuro puesto que hemos estado ya a punto de tener una realidad similar: una Constitución española dentro de una Constitución Europea.

Mi convicción es que conforme a los retos del siglo XXI, el Estatuto de Autonomía, todos los Estatutos de Autonomía, se encuentran en la disyuntiva de transformarse en Constituciones reconocidas dentro de otras superiores, o, si no, en degradarse hacia una simple descentralización administrativa.

El camino correcto es el que lleva a un pacto fundacional, incorporando también nuevos contenidos. Es ahí donde podría encontrarse el suelo para asentar un gran pacto interior de las fuerzas políticas y de los agentes sociales del país. Se trataría de precisar y convenir el nuevo corpus competencial, la nueva posición de Vasconia en el Estado, inspirada en el principio foral de la bilateralidad. Para lograr este objetivo, para caminar en esta dirección, el nacionalismo vasco debe consolidar un nuevo centro político a través de la institucionalización de los procedimientos y de las organizaciones políticas que aspiran a lograr estabilidad. Se trataría con ellos de suscitar la adhesión de la mayor parte de la sociedad, con independencia de las propias fuerzas políticas y sociales a las que han dado nacimiento.

Nadie que desee tener éxito político y social puede manejar el tiempo político ignorando el tiempo social, forzando la situación de tal manera que aquello que se propone no pueda ser asumido por una parte sustancial de esta sociedad. A no ser que se esté dispuesto a asumir desde un inicio que la propuesta sólo tiene interés para aquellos que se identifican con ella.

¿Es necesario reformar la Constitución española al objeto de conciliar reivindicaciones nacionales vascas y estabilidad democrática española? Sí. Y además con carácter previo es necesario además inventariar las competencias exclusivas necesarias para el mejor autogobierno, así como establecer un mecanismo de resolución de conflictos con el Estado desde la bilateralidad; actualizando el constitucionalismo foral que no llegó a cristalizar en el siglo XIX. Y es necesario también constitucionalizar las reivindicaciones nacionales vascas por la vía de la disposición de los derechos históricos, desarrollando así la afirmación plurinacional del Estado español reconocida en la propia Constitución.

Aquí entraría mi propuesta de Constitución Foral, de constitucionalización de las reivindicaciones nacionalistas, a través de la Disposición adicional, mediante el desarrollo del vigente artículo 150.2 de la Constitución en el camino de conseguir una Constitución vasca dentro de la Constitución española y la previsible Constitución europea. Esta propuesta se contiene en los términos en los que se expresó Juan José Yandiola ante el Rey durante el debate constitucional de 1808 en Bayona: "Convivencia, coexistencia y combinación". En los tiempos que corren, después de lo sucedido con el Plan Ibarretxe, el actualísimo "cepillado" del Estatut, sé que la propuesta, aunque legalmente plausible, es difícil e improbable sin la aquiescencia de una mayoría de los españoles y, algo casi tan complicado, de una mayoría de los vascos, lo cual precisará de una profunda reforma democrática. Por eso termino como comienzo: Seamos utopistas, pidamos lo posible.

* Abogado y Patrono de Sabino Arana Fundazioa