LA carta escrita desde la cárcel zaragozana de Zuera por Carmen Gisasola y Joseba Urrosolo Sistiaga, presos de larga trayectoria en el seno de ETA y al mismo tiempo críticos desde hace años respecto a la práctica de la lucha armada y la subordinación a ésta de la autodenominada Izquierda Abertzale, vuelve a constatar en el seno de ese sector político el debate que, iniciado hace ya más de una década, ha adquirido en los últimos meses aparentemente la profundidad e intensidad de que careció durante las oportunidades que, desde 1998 pero también antes, se propiciaron para dar respuesta a la exigencia y la necesidad mayoritarias en la sociedad vasca del fin de la violencia. La nítida divergencia de Gisasola y Urrosolo con las directrices oficiales de ETA y su entorno no son nuevas. Ya en setiembre de 2008 publicaron otra carta, en solidaridad con Kepa y Txelis, en la que hacían patente su postura, anunciaban su desvinculación del Colectivo de Presos y afirmaban tajantemente que "llevamos 15 años conscientes y planteando que, dados los parámetros en que se va a dar un posible acuerdo, hay que tomar ya la decisión de materializarlo" por lo que "defendemos seguir con los acuerdos de Loiola". En ella, aludían además a un artículo publicado diez años antes, es decir, en 1998 y con motivo del proceso de paz irlandés, "como una forma suave de decir lo que pensábamos". Sin embargo, esos más de quince años de maduración ideológica, de comprobación de la realidad social y política de Euskadi así como del fracaso de la estrategia político-militar y del reiterado sabotaje interno a los diversos intentos por poner término a ésta, confluyen ahora en la claridad que exige el escrito, fechado hace tan sólo doce días, para dar "fin a la lucha armada" como primera premisa indispensable, criticar el imperio de "sólo unos pocos en ETA y otros pocos desde algunos aparatos de la Izquierda Abertzale" que "se empeñaron en seguir" con ella en plenas conversaciones de Loiola y apuntar la posibilidad de que sea esa Izquierda Abertzale quien plantee seriamente el fin de la violencia "convenciendo a quien tenga que convencer o imponiéndose de facto" y hasta, si es necesario, quien decida su separación de "lo que queda de ETA" con la seguridad de que se trataría de "una situación posible y preferible" a que "unos pocos sigan imponiéndose y acumulando más frustración". Esa rotundidad -también al admitir que ni siquiera el abandono de la actividad armada "es suficiente a estas alturas" y al abogar por una posterior nueva alternativa política- junto a un análisis en perspectiva de los escritos firmados por los mismos autores en 1998 y 2008, apuntan al tramo final de una evolución que, si ciertamente está tan extendida, precisa ya de la misma claridad en la concreción teórica y en su puesta en práctica por el conjunto de la izquierda abertzale radical y que, en cualquier caso, ni puede ni debe esperar a la siguiente década.
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