bilbao- Estados Unidos afronta en noviembre unas elecciones cruciales. El ganador tendrá que retomar el legado de Barack Obama, un presidente cuyo trabajo ha analizado Vicente Palacio en su último libro.
¿Cuáles son los principales asuntos domésticos que deja Barack Obama a su sucesor?
-Un asunto importante es el relacionado con la economía y el empleo. Obama consiguió recuperar a la economía norteamericana en las cifras macro. Hizo un rescate bancario, un gran esfuerzo de impulso fiscal, un estímulo monetario muy fuerte a través de la Reserva Federal? Consiguió que al final se plasmara en el empleo, que hoy está en unas cifras muy aceptables, en torno al 5% de desempleo. Pero hay un empleo muy precario, con salarios muy bajos, por lo que el nivel de renta ha bajado mucho. Esto ha propiciado que haya una clase media descontenta. Otro tema que deja es el de haber conseguido una cobertura médica universal. Ha conseguido dar cobertura a 10 millones de personas en cuatro años y ha descendido mucho el número de norteamericanos que están sin seguro médico. Aún así, ha sido muy controvertido. Cómo garantizar que haya una cobertura universal es un asunto importante. Hillary quiere mejorar este programa, mientras que los republicanos quieren hacer unas modificaciones. Quieren que sea más un sistema de mercado libre y que no haya tanta participación y obligación del gobierno federal. Luego está el control de armas. Obama ha puesto en marcha una orden ejecutiva hace poco para limitar la venta de armas y las licencias de armas. Los republicanos están a favor del uso libre de armas acogiéndose a la segunda enmienda.
¿Cuál ha sido el gran objetivo de Obama en política exterior?
-Quizás su gran objetivo haya sido pacificar lo que son las relaciones exteriores de Estados Unidos e intentar recuperar un cierto prestigio de Estados Unidos, que estaba muy tocado después de la administración de Bush. E intentar reordenar las piezas geopolíticas, que estaban en plena transformación. Le han tocado las primaveras árabes, lidiar con una Rusia que se ha vuelto más agresiva en su entorno vital, con una China que tiene todavía muchas incertidumbres internas de desarrollo, con una Europa en gran crisis? En un momento de mucha incertidumbre y de muchos cambios él ha intentado minimizar los daños para Estados Unidos y también para el mundo, porque ha intentado evitar escaladas y guerras que quizás, con otro presidente, hubiésemos visto un escenario mucho más complicado. Ha intentado evitar, en la medida de lo posible, intervenciones militares. Ha hecho mucho uso de los drones, como otra forma de guerra. Ha tratado de maximizar la imagen de su país con los medios que ha tenido y en el momento que le ha tocado, que ha sido complicado. También ha querido pasar página de la Guerra Fría con los pasos dados en Cuba o Irán. Ha sabido meterse en el Siglo XXI y dejar atrás todo lo que ha sido el Siglo XX americano.
¿Ese talante conciliador ha sido a costa de renunciar a ser un dominador mundial?
-Absolutamente. Estados Unidos no está en declive o en decadencia, pero sí que está en transformación. Obama ha visto que no podía comportarse como en el pasado, que Estados Unidos no podía hacerlo todo solo. El unilateralismo es imposible. Esa es la lección que saca de Irak y Afganistán, que el intervencionismo y que las políticas de cambio de régimen por la vía militar no funcionan. Mientras Obama trata de minimizar los conflictos con los vecinos, Trump, por ejemplo, quiere hacer un muro en México. Hay un cambio en la retórica. Da valor a la palabra y al discurso.
Obama ha sufrido altibajos de popularidad. ¿A qué niveles deja la presidencia?
-Ahora su popularidad está bastante baja. Las últimas encuestas hablan de un cuarenta y pico por ciento, por debajo del 50%. Tampoco es una novedad, porque casi todos los presidentes que han hecho dos mandatos han terminado con esos índices de popularidad o muy poquito por encima. Su popularidad ha ido cayendo, sobre todo a partir de 2010, tanto dentro de la clase trabajadora americana como fuera del país, porque los países árabes ven que los Estados Unidos no han servido para sacar adelante las revoluciones árabes. Es quizás la paradoja de un presidente que tiene tantas virtudes y que, sin embargo, ha terminado con un índice de popularidad bastante inferior del que tenía cuando llegó, que generó muchas expectativas. Es un presidente que a pesar de todo será recordado como alguien muy importante, que ha intentado llevar en la dirección correcta una serie de políticas.
¿Qué puede suponer en términos de relaciones internacionales la llegada de Trump al poder?
-Hay que ser cauto. Es muy pronto para sacar conclusiones de lo que puede ser la política exterior de Trump porque estamos en precampaña y todavía no se han enfrentado los candidatos. Los discursos que se dan en las primarias para atraer a las bases de los partidos luego no tienen nada que ver con lo que se dice en la campaña. De lo que se dice que se va a hacer a lo que después se hace hay mucho trecho. Hay muchísimos casos anteriores, como el propio Obama. Puede pasar de todo. Puede haber un conflicto en Oriente Medio o haber un importante atentado que haga que este hombre se vuelva muy intervencionista a pesar de decir que ya está bien de que Estados Unidos actúe en el exterior. Ha soltado una serie de ocurrencias muy heterodoxas, que no tienen nada que ver con la política exterior tradicional americana, que no tienen nada en cuenta el establishment de la política exterior de Washington, ni las opiniones de los expertos. Es una cosa muy anárquica que consiste, por un lado, en mano dura con la inmigración, con los vecinos de México. Quiere una especie de revisionismo de las alianzas internacionales. Ante Naciones Unidas podría llevar una política muy parecida a Bush, con mucho unilateralismo. Posiblemente, con China podría propiciar un gran conflicto comercial y eso sería una catástrofe, porque un enfrentamiento con China sería malo económicamente y estratégicamente. Tiene otra visión mucho más egoísta y mucho más caótica que Obama. Cuando se enfrente a Hillary habrá un cambio y se irá mucho más al centro. Moderará el discurso.
¿Cómo se explica que Donald Trump haya podido hacerse con la candidatura republicana?
-El fenómeno Donald Trump es, por un lado, bastante inesperado. Es de esos fenómenos que ocurren a veces en la política norteamericana de un nuevo candidato que cambia el discurso por completo y le da un vuelco a la situación. Obama lo hizo en su momento. La paradoja es que tenemos un candidato que hace un discurso diametralmente opuesto al de Obama: irracional, de repliegue, de apelar a los instintos y no a la razón. Trump es el primero que se ha dado cuenta de que el partido republicano no estaba conectando con una mayoría social que es, sobre todo, la clase trabajadora blanca, que está en una situación difícil social y económicamente. Y él ha sabido conectar muy rápido y muy fuerte con ese descontento, gracias también a un talante, a una idiosincrasia y a su atractivo personal, que lo tiene a su manera. Es muy excéntrico, un poco histriónico. Es un perfil similar al de Berlusconi: un magnate de los negocios que tiene un lenguaje muy cercano al pueblo. También están el cansancio por las guerras y los costes de los conflictos en el exterior. Está apelando al nacionalismo norteamericano. Los otros candidatos no han sabido conectar con todo esto. Es gente del establishment, como Jeb Bush o Hillary Clinton, que pertenecen a una saga de políticos. En Estados Unidos, como está ocurriendo en Europa, hay una corriente de desconfianza hacia la élite. Se le pone en el foco y todo lo que suene a eso, no funciona y no conecta. Él ha sabido conectar con una parte importante del electorado, cosa que el resto de republicanos, con un discurso antiguo, representaban una clase social o al establishment y no han sabido conectar. Ahora veremos si seguirá en esa línea y si podrá seguir ganando adeptos.
¿Qué papel han tenido los medios de comunicación en su escalada?
-Sin duda Donald Trump se ha aupado un poco en la polarización de la sociedad americana. Los grandes medios se han alineado con alguno de los dos bandos. A pesar de que Trump ha tenido enfrentamientos incluso con los medios de comunicación más conservadores, se ha apoyado en esa gran división mediática que existe para jugar como alguien nuevo. Los medios han ido haciendo una bola de nieve para aumentar y alimentar ese fenómeno con una lógica que ya conocemos de otras veces: cuando algo es noticia, sigue siendo noticia y cada vez es más noticia. Si tiene una buena audiencia, sube y pasa al prime time. A medida que dice cosas más disparatadas, va saliendo más en los medios, bien sea para denigrarle o ensalzarle. Todos los medios, tradicionales o no, le han aupado a donde está. Y luego están las redes sociales. Trump es un tuitero nato y utiliza esta red muy bien. Tiene mucha habilidad para atacar, insultar y provocar en las redes. Tiene 8,7 millones de seguidores en Twitter y subirá más. Es algo que domina y funciona muy bien a tiempo real. Provoca y saca mensajes diferentes. Es un fenómeno mediático del Siglo XXI, como muchos populismos. En esa confrontación que tiene con los medios tradicionales se ha generado una dinámica que ha hecho que Trump suba como la espuma.