LOS bonetes rojos, que se reclaman herederos de un levantamiento popular del siglo XVII en Bretaña, protagonizan una ola de protestas desde ese territorio que pone en cuestión la política económica y territorial del Gobierno del presidente francés, François Hollande. Se trata de un movimiento nacional bretón que aglutina todo tipo de reivindicaciones, obreras, campesinas, pesqueras, empresariales, estudiantiles... pero cuyo denominador común es el rechazo a la decadencia de este territorio del noreste del Estado francés. "Vivir, decidir y trabajar en Bretaña" es la asociación creada para organizar un movimiento que, de momento, cuenta por éxitos sus llamamientos a la manifestación en un territorio muy afectada por la crisis económica y la despoblación rural.

En el origen, la revuelta se oponía a la aplicación de la llamada ecotasa a los camiones, un nuevo impuesto ideado por el Ejecutivo socialista para favorecer el uso de transportes menos contaminantes.

En torno a esa primera oposición al impuesto se sumaron otras reivindicaciones atizadas por los anuncios de cierres de empresas, sobre todo en el sector agroalimentario. El resultado fue un conglomerado de asociaciones, sindicatos, patronales y gremios que constituyen el movimiento de los bonetes rojos, que al no tener una gran cohesión interna se define, ante todo, como bretón.

Los característicos gorros suponen un guiño histórico, ya que enlazan con los que portaban los agricultores de la región en el siglo XVII y que en 1675 se levantaron contra un impuesto creado por el rey Luis XIV.

Si entonces el movimiento unió a campesinos y burgueses, en lo que muchos historiadores ven un precedente de la Revolución Francesa que estallaría un siglo más tarde, el nuevo también une a trabajadores con empresarios en un movimiento que transciende a las fronteras entre la izquierda y la derecha.

En las manifestaciones, la mayor de ellas convocada el pasado día 2 en las calles de Quimper, donde según los organizadores hubo más de 30.000 personas, pudo verse juntos a líderes sindicales y patronales.

El dueño de una empresa alimentaria, por ejemplo, se manifestó junto a sus trabajadores.

Una diversidad que descoloca a los analistas tradicionales que se resienten a identificar esa unidad con el sentimiento nacional bretón.

Sus dos cabezas visibles son el alcalde de Carhaix, Christian Troadec, un hombre de izquierdas que ha basado su carrera política en el nacionalismo y en la defensa de la nación bretona, y un líder sindical campesino muy asentado en Bretaña, Thierry Merret.

primera victoria bretona Por el momento, su firmeza ha obligado al Ejecutivo a replegar sus líneas. La entrada en vigor de la ecotasa, prevista para el 1 de enero próximo, ha sido retrasada sine die.

El impuesto afecta a todos los camiones de más de 3,5 toneladas que circulen por las carreteras francesas no sujetas a peaje y con él el Ejecutivo pretende recaudar unos 1.200 millones de euros al año.

El dinero recaudado será destinado al mantenimiento de las infraestructuras de transportes, aunque el fin último de la tasa es, según el Gobierno, fomentar otro tipo de medios menos contaminantes.

El Ejecutivo ha optado por negociar con los bonetes rojos. El primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, convocó una mesa por el futuro de Bretaña, que reúne a todos los sectores que conforman el movimiento.

Sobre la mesa, el Gobierno ha puesto medidas de estímulo económico para una región golpeada por la crisis, en particular, 15 millones de euros para el sector agroalimentario. Pero Ayrault ya advirtió de que no suprimirá la ecotasa, que sigue siendo el caballo de batalla más visible de la revuelta.

Su fuerza volverá a pasar la prueba de la calle en otra manifestación convocada para el próximo día 30. Pese a que los organizadores piden calma a los manifestantes, cada una de sus convocatorias se ha cerrado con enfrentamientos violentos con las fuerzas del orden.