Bilbao. Muamar Gadafi, el excéntrico dictador que gobernó Libia durante 42 años, fue asesinado hace un año por los rebeldes que se levantaron en armas contra su régimen cruel y despiadado. No solo eso, antes de morir fue torturado y humillado por una turba exaltada, y su cadáver fue expuesto como un trofeo que fue fotografiado hasta la saciedad. Un año después de aquellos acontecimientos, que desataron el júbilo entre muchos libios que esperaban desde hacía décadas el fin de su régimen, la situación en el país norteafricano no invita especialmente a la esperanza. La inseguridad, la presencia de las milicias que con sus armas aún controlan el país, la circulación incontrolada de armas, la lenta construcción de las fuerzas de seguridad y la debilidad de las instituciones es la realidad de la Libia post Gadafi.

A pesar de esta situación, muchos libios viven estos momentos con optimismo. Es el caso de Sabriya, natural de Bengasi pero residente en Bilbao. "La gente vive más tranquila y, sobre todo, hay libertad de expresión. Ahora puedes decir lo que quieras sin que nadie te pegue después un tiro", señala. Sobre la inseguridad, esta joven libia asegura que "antes era muy parece, solo que ahora el miedo está provocado por otras personas".

Sabriya se refiere a las milicias que asumieron el control de seguridad tras el derrocamiento del régimen y que ahora se niegan a desarmarse. "Uno de los mayores desafíos de Libia es controlar a esas milicias bien armadas y poner fin a sus atrocidades", manifiesta la organización Human Rights Watch en un informe publicado el pasado miércoles, en el que denuncia la ejecución de 66 leales a Gadafi el mismo día de su muerte, entre los que se encontraba su hijo Mutassim.

Violaciones Varias ONG acusan a estas milicias armadas de graves violaciones a los derechos humanos. Las nuevas autoridades libias impulsaron un plan de integración de estos jóvenes en el Ejército regular, pero fracasó porque la mayoría de ellos se negó a ser reclutado individualmente. Esto obligó a integrar a milicias enteras, con sus propias armas y sus jefes. "Las instituciones oficiales son débiles y los revolucionarios dirigen todavía el país", señala a la agencia AFP uno de los jefes de seguridad de Bengasi, Ibrahim al Barghati.

El resultado es una policía y Ejército débiles y en proceso de creación frente a unas milicias fuertemente armadas, entre las que se encuentran también islamistas extremistas. De hecho, los observadores advierten sobre el aumento de la influencia de grupos ligados a Al Qaeda, especialmente después del atentado contra el consulado de Estados Unidos en Bengasi.

La debilidad institucional tras el derrocamiento del régimen anterior también se manifiesta en que, tras las elecciones del 7 de julio, aún no se ha creado un nuevo gobierno. El primer candidato del Parlamento con esa misión, Mustafa Abu Shagur, fracasó, por lo que finalmente le retiró su confianza. Ahora le toca el turno a Alí Zidan, abogado especialista en derechos humanos.