En las numerosas villas del clan Gadafi, los saqueadores encuentran estos días pruebas de lo que siempre sospecharon: que los hijos del coronel vivían con todo tipo de lujos, cada uno de ellos como un pequeño déspota en su propio reino. Residencias de varias plantas en Trípoli y casas de fin de semana frente al Mediterráneo. Cada uno de los ocho vástagos -siete hombres y una mujer- vivía en medio de unas comodidades que el pueblo libio no tenía derecho ni a conocer. Ahora, con la caída del régimen despótico, los insurgentes están arrasando y saqueando esas viviendas, símbolo del lujo y despilfarro de un Gobierno que no le ha tenido en cuenta ni ha compartido con él sus riquezas.

Las ventanas blindadas desde las que Saadi Gadafi podía ver el mar Mediterráneo desde su escritorio están astilladas. La alfombra en la casa de fin de semana de uno de los hijos del líder libio está salpicada de cristales y restos de porcelana, mientras que en la barra del bar se pueden ver botellas rotas de Moët Chandon y Habana Club. "Saludos de los revolucionarios de Misrata", ha escrito alguien en negro en una de las paredes. En la habitación se pueden ver todavía las cajas de calzoncillos de diseño regadas por todas partes. Los saqueadores de los barrios aledaños que han entrado en la villa en los últimos días se han llevado todo lo que han podido.

Como también lo hicieron días antes en el complejo presidencial de Bab al-Aziziya los habitantes de Trípoli y los rebeldes que tomaron la residencia. Allí se encontraron multitud de joyas, fotografías, armas y la extravangante indumentaria del coronel ahora huido. También en la capital, en el distrito de Fashloom, los rebeldes entraron y saquearon la vivienda de la única hija del dictador, Aisha Gadafi. Su lujosa mansión consta de tres plantas, rodeada de un inmenso jardín con varias fuentes. En el interior, los insurgentes se encontraron con escaleras de mármol, muebles de oro, una piscina interior y hasta dos baños en su habitación. Los rebeldes posaron la semana pasada eufóricos en el famoso sofá dorado en forma de sirena con la cara de Aisha. Todo un símbolo para los libios, que hasta entonces tenían incluso prohibido contemplar el palacio.

Los castigos Detrás de la casa de fin de semana de Saadi, los insurgentes y periodistas que les acompañan hallan también jaulas de perros vacías y un bloque con cuatro celdas de baldosas azules. El retrete consiste en un agujero en el suelo. "Aquí encerraba de vez en cuando a ciudadanos normales o también a gente de sus fuerzas de vigilancia cuando hacían algo que le molestaba", explica uno de los rebeldes que custodian la casa. Entre las celdas y las jaulas hay una rotonda de adoquines rodeada de cañas de bambú. En el suelo se ve una lata de desodorante para perro. "A veces Saadi encerraba a alguien ahí con los perros. Miraba cómo lo mordían y se reía", continúa.

"La gente del barrio nos lo contó cuando vinimos", explica. Al lado de las jaulas se hallan también dos carpas donde se refugiaban los guardaespaldas de Saadi Gadafi, entre sacos de arena y colchones. Ahora duermen ahí los rebeldes de las ciudades de Misrata y Al Zintan que llegaron a Trípoli como refuerzo. Uno de ellos muestra un álbum de fotografías que encontró en la villa. "Feliz Año Nuevo, Saadi 2006", se lee en la cubierta. En las primeras páginas se ve al propio hijo de Gadafi con chicas que apenas llevan ropa abrazadas a él. En una de las imágenes, Saadi posa al lado de una rubia. "Es su novia", dice un rebelde que porta un kalashnikov.

"Aquí están las Pussycat Dolls probándose sus nuevas joyas", reza una frase debajo de otra imagen. En el garaje de la casa, varios rebeldes pasan el tórrido día de agosto metiendo granadas y munición para los kalashnikov en una cara maleta que han encontrado en la casa. El plan es seguir luchando con las armas que encontraron en un cuartel no muy lejano de la villa. Hasta que los últimos mercenarios y soldados de Gadafi se hayan rendido también. >DPA/DEIA