Historia viva de la Gran Guerra
Claude Choules y Florence Beatrice Green, de 110 años, son los últimos veteranos de la Primera Guerra Mundial
CLAUDE Choules se ha convertido en uno de los pocos protagonistas de una parte fundamental de la historial de la humanidad: la Primera Guerra Mundial. Hoy cumple 110 años, la misma edad de Florence Beatrice Green, miembro de la Real Fuerza Aérea Femenina británica. Ambos son ahora las dos únicas personas vivas que formaron parte de la Gran Guerra, después de que el domingo falleciera Frank Buckles, el último veterano estadounidense que seguía con vida de aquella contienda. Choules, que en la actualidad vive en la ciudad australiana de Perth, está ciego y sordo, aunque muy lúcido.
Nacido en el Reino Unido en 1901, mintió sobre su edad para poder enrolarse en la Royal Navy, cuando apenas tenía 15 años. Este anciano dice odiar la guerra, aunque también participó en la Segunda Guerra Mundial, en la cual combatió como funcionario en la Marina australiana, tras emigrar a ese país en 1926. Durante ese tiempo sirvió como Oficial de Manejo de Torpedos en Fremantle y como Oficial en Jefe de Demoliciones en el lado occidental de Australia. Estaba encargado de sabotear los puertos y suministro de combustible en caso de que hubiera una invasión japonesa.
"Odiaba la guerra. La guerra era para él un sustento", asegura su hijo Adrian. Este veterano ya no concede entrevistas, vive tranquilo en su residencia de Perth junto a su familia, con los únicos con quienes comparte ya sus vivencias, que forman una parte fundamental de la historia mundial. Según Adrian, la Marina le enseñó que los alemanes eran "monstruos, un pueblo terrible", pero, poco después, aprendió que "todos eran iguales".
Ejército de EE.UU. Una historia similar es la del estadounidense Buckles, natural del Estado de Missouri, que también mintió sobre su edad, 16 años y medio, aunque dijo tener 18 para poder incorporarse al Ejército, tras lo cual se convirtió en uno de los cinco millones de estadounidenses que participaron en la Gran Guerra entre 1917 y 1918. Buckles trató de alistarse antes en el Cuerpo de Marines, pero fue rechazado por ser menor y porque su peso era inferior al requerido; la Armada tampoco lo quiso porque tenía pies planos, pero el Ejército le aceptó en agosto de 1917 gracias a que mintió sobre su la edad y se ofreció como voluntario para conducir una ambulancia.
Buckles fue cabo y nunca estuvo a menos de 50 kilómetros de las trincheras del frente occidental, aunque en Estados Unidos se convirtió en una especie de "tesoro" nacional. Tras la guerra, este veterano viajó mucho debido a su trabajo en empresas navieras.
En uno de esos viajes, en 1941, fue detenido por los japoneses cuando se encontraba en Manila, y fue liberado por una unidad de paracaidistas en 1945. Cuando volvió a Estados Unidos, Buckles se estableció en su granja en Charles Town, Virginia Occidental, y hasta los 104 años estuvo manejando su tractor. "Su vida es una auténtica historia de compromiso y heroísmo que inspira a muchos que se preguntan cómo pueden ayudar a su país", señalaba su página web, desde la cual se informó de su muerte. En sus últimos años, Buckles participó en campañas para que se establezca en Washington un monumento que conmemore a los soldados que combatieron en la Primera Guerra Mundial.
La camarera Florence La otra veterana de guerra que aún sigue con vida es la británica Florence Beatrice Green, de 110 años. Nacida en Londres el 19 de febrero de 1901, se unió a la Real Fuerza Aérea Femenina británica a la edad de 17 años, donde trabajó como camarera. Green fue reconocida como veterana de la Gran Guerra en junio de 2010, entrando en el reducido grupo de miembros vivos de aquella contienda, en la que lucharon 65 millones de soldados. Entre ellos estaban el veterano británico Enrique Allingham quien murió en 2009 con 113 años; el último soldado alemán, Erich Kästner, fallecido el 1 de enero de 2008 a los 107 años; el último combatiente francés, Lazare Ponticelli, quien murió el 12 de marzo de 2008 a los 110 años, y Delfino Borroni, último superviviente italiano, fallecido el 26 de octubre de 2008 a los 110 años.
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