Será que estas-fechas-entrañables (pronúnciese de corrido) ablandan, pero casi se me cae un lagrimón al leer el titular de apertura a todo trapo de La Razón. "Génova ya no quiere fichar a más cargos de Ciudadanos", anuncia el diario de Marhuenda. Debajo, el remate definitivo, con olor a último parte de guerra y a anuncio de extrema unción: "La dirección nacional considera que las siglas naranjas están amortizadas. No habrá listas conjuntas o coaliciones para atraer el voto, porque viene solo". La crueldad de la política era eso.

La lectura mayoritaria en Diestralandia es que Arrimadas y su ahora ejército de Pancho Villa se lo han buscado. "Los naranjitos actuales son bastante traidorcetes, qué le vamos a hacer. En lugar de afrontar su desaparición con dignidad, siguen actuando como si fueran los amos del cotarro. Lo mejor que le puede pasar a Ciudadanos es desaparecer de la vida pública", sentencia Pablo Molina en Libertad Digital. Qué tiempos, cuando Sor Inés era la heroína del rancho mediático de Jiménez Losantos.

El editorialista de El Debate (llámenle Bieito Rubido y acertarán) también acusa a los fundados por Rivera de su triste destino: "Si alguien ha dado pruebas de su inestabilidad como socio, de su disposición a entenderse con el PSOE y de su capacidad para interrumpir la acción de gobiernos de los que formaba parte es Ciudadanos, concentrado casi en exclusiva en su supervivencia y quizá por ello dispuesto a todo".

En El confidencial, no les puedo decir si denunciando o simplemente enunciando, Javier Caraballo apunta a las fauces genovesas: "Tras la caída abrupta del Gobierno de coalición de Castilla y León, ya no cabe ninguna duda de la estrategia de depredación que comenzó a desarrollar el Partido Popular en cuanto su antiguo adversario electoral le ofreció una coartada. Murcia fue el detonante buscado, deseado, para dotar de un revestimiento formal el acto crudo de la aniquilación; un discurso político con el que justificar la ofensiva contra aquellos que, hasta ayer, iban de la mano". Hasta ayer, sí, pero anteayer Ciudadanos le hizo un roto al PP de cuatro pares de narices. La venganza es más sabrosa en frío.

Todo esto tiene muy disgustado al veterano —90 años y no se cansa de teclear— José María Carrascal, que pide casi cada día que los buenos se arreglen para poder echar a los malos: "¿Tan difícil es unir al PP, Vox y Ciudadanos? Pienso que no, siempre que se tenga altura de miras y menos afán protagonista. Para unirlos, bastaría que se sienten a una mesa y corroboren las tres cosas en las que teóricamente están de acuerdo. La primera, la unidad de España. La segunda, la igualdad de todos los españoles y españolas, faltaría más. La tercera, no atacarse entre sí". Va dado, me temo.

Y como hoy la cosecha se ha quedado corta, la completo con la mentecatez del día. La firma Salvador Sostres (qué raro) en ABC. Según él, las nuevas restricciones decretadas en Catalunya son otro ataque contra los españolistas: "El gobierno independentista vuelve a imponer el toque de queda. La excusa es el Covid pero simplemente quiere controlarnos, encerrarnos, realizar ni que sea por unas horas su delirio totalitario. No es que los independentistas hagan esto, es que son así".