a ópera es una gran desconocida. No es estrictamente un subgénero musical ni tampoco es una pieza de teatro al uso. Pero las piezas operísticas suceden sobre un escenario con un desarrollo argumental específico, una orquesta acompaña la acción y sus protagonistas se expresan cantando entre sí. Nació en Italia hace más de cuatro siglos y aún se le sigue dando vueltas a su definición y características. Quizás porque es un milagro que se mantenga viva después de tanto tiempo. O por eso mismo.

La ópera es densa y banal, tupida y accesible, como cualquier otra expresión artística. Trata historias universales: amor, traición, amistad, crímenes, infidelidad, fiestas, batallas, creencias... Hay reyes y princesas como en los cuentos clásicos y en las películas de época. La ópera es compleja porque habla de la vida y la vida, ya se sabe, consiste muchas veces en salir de laberintos en los que quedamos atrapados no sabemos muy bien cómo. Está llena de vericuetos. Pero la vida es hermosa. Como la ópera.

El veterano historiador y crítico musical Roger Alier, de 80 años, colaborador habitual de La Vanguardia y desde 1979 profesor en la Universidad de Barcelona, es una eminencia absoluta. Ha publicado una docena de libros sobre el género lírico, entre ellos una obra de referencia para melómanos titulado ‘Guía universal de la ópera’ y la no menos importante ‘Historia de la ópera’, donde arranca con el primer operista, Claudio Monteverdi, y termina disertando sobre las últimas tendencias. Un largo viaje desde el siglo XVI a las nuevas formas operísticas del siglo XXI. En 2011 le dedicó una mirada entre bastidores al mundo de la ópera, acusado de elitista y formalista, con el divertido anecdotario ‘Historias sobre historias de la ópera’

Chrissie Hynde, vocalista del grupo de The Pretenders, dijo una vez que la música pop era la venganza de los ingleses por la ópera. Los Beatles empezaron a mostrar sus canciones al mundo hace 60 años. La ópera lleva 400 años sobreviviendo a guerras mundiales, revoluciones industriales, sequías y hambrunas severas. No desfallece. Es indestructible. Y por algo será. Esta es su historia resumida, junto a algunos de los chascarrillos, sucesos y curiosidades que han jalonado su trayectoria.

Camaradas ‘artys’

A finales del siglo XVI Florencia era ‘the place to be’, el París de los felices años 20 que atraía a artistas, escritores, bohemios e intelectuales. En la cuna del Renacimiento, concretamente en los salones de los condes Bardi y Corsi, se reunía un elitista grupo de humanistas para discutir de sus cosas; es decir, música, danza y poesía, principalmente. Volvieron la mirada a la época clásica en busca de los atributos de las bellas artes. La tragedia griega era la influencia, pero no podían limitarse a un ejercicio nostálgico. Tenían que innovar. Buscar algo nuevo. Este selecto club de compositores, músicos, profesores y gente de letras pasó a la historia como la camerata florentina. Pusieron las brasas de lo que más tarde se conoció como ópera.

Dafne, la primera

Se representó durante el carnaval de 1597 en el palacio Corsi. Fue el resultado de la unión del dramaturgo Ottavio Rinuccini y los músicos Jacopo Peri y Giulio Caccin. Desgraciadamente, no se conserva la música de esta obra pionera. Solo queda el texto. Se sabe que fue un intento de reformular los temas de la Grecia antigua a través del mito de la bella ninfa Dafne en un universo de magia, símbolos y dioses. El propio Peri es autor de Euridice (1600), pieza que sí se conserva íntegra.

El maestro Monteverdi

Sin la irrupción de Claudio Monteverdi (1567-1643), la historia de la ópera hubiera sido otra. Su labor fue decisiva para impulsar el género desde su Venecia natal. Le dio realismo, musicalidad, introdujo temas históricos y aportó ligereza con la incursión de personajes humorísticos que avanzaban la ópera buffa. La peste se cruzó en su camino, así como la guerra de los 30 años: perdió primero a su esposa y luego desaparecieron muchas de sus obras. La fábula de Orfeo, de 1607, lleva su firma y se sigue representando. En Barcelona se estrenó por primera vez en 1955. Monteverdi fue un visionario y un adelantado a su tiempo: se adelantó al siglo XVIII, donde la ópera conquistó al público.

Farinelli, el castrado más famoso

Durante el punto álgido del periodo Barroco, en la época de los ‘castrati’, a los hombres se les amputaba los testículos para que conservaran sus bellas voces angelicales. La castración se prohibió en el siglo XIX, pero durante años los cantantes eunucos levantaron pasiones entre la población femenina, un fenómeno que recuerda al de las estrellas de rock. Eran consentidos, caprichosos, ricos y famosos. Farinelli fue el ‘castrati’ definitivo de la época, el más grande. Como Michael Jackson, Prince o David Bowie. La reina Isabel II lo invitó para aplacar el grave trastorno bipolar de su hijo, Felipe V, y acabó formando parte de la corte madrileña durante 25 años. En el pueblo segoviano de La Granja de San Ildefonso, a pocos metros del palacio veraniego de los borbones, una estupenda librería lleva su nombre a modo de homenaje.

Rossini, mina de anécdotas

El popular compositor italiano Gioachino Rossini no solo revolucionó la ópera en la primera mitad del siglo XIX, sino que fue una fuente inagotable de habladurías y curiosidades. Con Rossini es difícil separar la leyenda de la realidad. Se decía que era tan perezoso que realizaba sus óperas desde la cama; si alguna partitura se le caía al suelo la volvía a escribir con tal de no levantarse a recogerla. Era todo un gourmet. Varios platos llevan su nombre, así como el cóctel Rossini, hecho a base de vino espumoso y pulpa de fresas. Otra anécdota más. Un grupo de seguidores estaba recaudando una suma de dinero para levantar una estatua en su honor y el compositor interrumpió las intenciones de los fans con una sorprendente declaración: “Dadme el dinero y ya me subiré yo mismo al pedestal”.

La bomba de ‘Tosca’

El 14 de enero de 1900 la ópera de Roma estaba en vilo. La excelsa obra de Giacomo Puccini se estrenaba sobre sus tablas, pero un aviso de bomba estuvo a punto de echar al traste el magno acontecimiento. Hubo varios parones durante la representación de ‘Tosca’. El rumor de un atentado terrorista corrió como la pólvora entre la platea. Cuando la reina Margarita acudió al palco pasados unos minutos se creó otro murmullo. Todo quedó en un monumental susto. Fue un debut accidentado en una noche para la historia.

Händel y los contratenores

Recuerdan a Farinelli y compañía, donde se rompe la relación preestablecida entre los hombres y las voces graves. Los contratenores hacen que todo se vuelva más fluido y flexible. Han surgido compositores contemporáneos que escriben para ellos, cantantes cada vez menos exóticos en el panorama operístico actual. La cómica y rompedora ‘Parténope’ del compositor alemán Georg Friedrich Händel, estrenada en Londres en 1730 y que quedó arrinconada hasta no hace mucho, regresó al Teatro Real de Madrid a finales del año pasado. Signo de que algo está cambiando en el modelo de masculinidad.

En continua reinvención. La ópera mira al pasado y al mismo tiempo muta de piel con nuevas formas. Entró con buen pie en el siglo XXI: una nueva generación de seguidores se unió al nacimiento de varios coliseos en todo el mundo. Hay óperas de todos los formatos, para todos los bolsillos, de estilos diversos y estéticamente clásicos o rompedores, a gusto del espectador. Aunque hubo quien durante el siglo XX le auguró la muerte, el género continúa arrastrando espectadores. Se sigue alimentando la creación operística en Irun, Hamburgo, París y con proyecciones abarrotadas en las salas de cine.