Después de una infancia difícil, marcada por el abandono, la pobreza y los problemas de visión, fue durante toda una vida la puerta de Keller para conocer el mundo. Anne Sullivan encarna el apoyo y la ayuda en la educación especial aunque sus primeros años fueron trágicos. Nació en Massachusetts en 1866, en una familia con origen irlandés que había llegado a EE.UU huyendo de la hambruna de la patata.

A los cinco años contrajo tracoma, una enfermedad infecciosa que hizo que perdiera la vista progresivamente. Con apenas ocho años, su madre murió de tuberculosis y, abandonados por su padre, Anne y su hermano pequeño fueron enviados al asilo para niños de Tewksbury. Allí vio morir a su hermano de tuberculosis y fue operada dos veces de la vista sin éxito. Las inhumanas condiciones del centro marcadas por los abusos sexuales, el maltrato físico y psicológico o incluso- según se dijo- el canibalismo, provocaron su cierre con el traslado de Anne a otros centros.

Las operaciones de sus ojos continuaban sin resultados mientras vivía el tránsito entre instituciones y hospitales de caridad. Gracias a las gestiones de un inspector social, llegó al Colegio Perkins. Fue una alumna ejemplar y estudió el lenguaje de signos de mano de Laura Brigdman, la mujer que inspiraría a la madre de Hellen Keller a buscar un futuro para su hija. 

En 1887 fue asignada como maestra de la niña que, con 20 años y la ayuda de Anne pudo escribir su primer libro El mundo en el que vivo. Un tándem perfecto marcado por la determinación y la resiliencia. Dos vidas en una. Anne se casó con John Macy, trabajador en Harvard que ayudó a publicar el manuscrito de Helen, que incluso vivió con ellos ya que Anne acompañaba a Helen en sus charlas como traductora simultánea. Murió en 1936 en Nueva York a los 70 años, con Helen a su lado y delegando en la escocesa Polly Thomson su tarea de una vida entera. Las cenizas de ambas reposan juntas en la Catedral Nacional de Washington.