Tendemos a pensar que algunas arraigadas tradiciones de nuestro entorno no se repiten en otras partes del mundo. Y no es así. Ocurre, por ejemplo, con las comparsas de gigantes y cabezudos. Están presentes en las fiestas locales de muchos países europeos y latinoamericanos desde hace siglos. La típica escena de hacer bailar y girar a una figura de cartón-piedra de extraordinarias dimensiones al son de la música es más común de lo que podríamos imaginar. Sucede lo mismo con los cabezudos, que infunden miedo a los más pequeños con sus grotescas máscaras de tamaño desproporcionado y persiguen a sus presas con rápidas carreras. Para los niños de prematura edad pueden llegar a ser un suplicio; para los chavales más espabilados son sinónimo de diversión y pillería.

¿A qué vienen estos desfiles callejeros? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo es que se han extendido en tantas y tantas fiestas patronales? Lo primero que hay que señalar es que nacieron para infundir miedo. Aún lo consiguen, pero solo sucede en una población infantil muy concreta. Lo que hoy en día asociamos a los festejos y celebraciones en la Edad Media tenía una misión distinta y su objetivo era diametralmente opuesto. Los gigantes y cabezudos surgieron, de hecho, para alertar a la población de los excesos asociados al ambiente festivo y evitar así situaciones que podían llevar al pecado y el desenfreno. Hoy, estas figuras que representan arquetipos populares y personajes locales, se suelen esperan con ilusión. Su aparición va aparejada a una inofensiva alegría callejera. En sus inicios, era al revés: daban pavor.

Remontémonos a los primeros compases de esta costumbre acompañada de pasacalles y charangas. Su presencia en zonas de África, Asia, América Latina y Europa viene de tiempos remotos. Antes de la llegada de Colón, diversas tribus contaban con gigantes entre sus representaciones. En Europa, Navarra fue una de las cunas. Existen referencias escritas de finales del siglo XIII en las que tres gigantes representaban a sendos personajes de Pamplona: un leñador, una aldeana y un judío. Más allá de la ficción novelesca no hay constancia de una comparsa de gigantes en Iruñea hasta el año 1600.

En Donostia la tradición no cuajó y tuvo sus idas y venidas desde que en la segunda mitad del siglo XVII un grupo de reyes moros danzó por la ciudad. Las comparsas que han recorrido la capital guipuzcoana han aparecido y desaparecido a lo largo de la historia. En los años de la Belle Époque los gigantes y cabezudos no “encajaban” con las costumbres de la época. Su presencia es habitual solo desde 1982 como uno de los elementos distintivos de la Semana Grande donostiarra

Irene, Ekai y Asier construyen estos personajes con ayuda de sus aitites, Dora y Victoriano.

Irene, Ekai y Asier construyen estos personajes con ayuda de sus aitites, Dora y Victoriano. AIDA M. PEREDA

ITZURUN: MEDALLA AL MÉRITO CIUDADANO

Desde entonces, la asociación Itzurun, compuesta por 90 socios, se ha encargado de portar los gigantes y cabezudos. Han sido 40 años ininterrumpidos que tuvieron como colofón la entrega de la Medalla al Mérito Ciudadano en 2016 por parte del ayuntamiento de San Sebastián.

Durante los últimos años, la comparsa ha celebrado con éxito una iniciativa solidaria llamada ‘Gigante’. La recaudación obtenida de la venta de camisetas con los simpáticos diseños de Iñigo Garvi ha sido destinada a asociaciones benéficas y sin ánimo de lucro como Aspanogi, Gure Nahia, Juneren Hegoak, Dravet y Pausoka.

El claustro del museo vasco, ubicado en el Casco Viejo de Bilbao, acogió el año pasado una exposición sobre la relación histórica entre los gigantes y cabezudos con la villa. En la muestra, un plan ideal para familias con niños, se daba la opción de poder conocer un poco mejor a personajes tan queridos como Don Terencio y Doña Tomasa -una pareja que perdura desde el siglo XVIII en el imaginario colectivo bilbaíno-, junto con el futbolista Pitxitxi, el inglés, y la cigarrera de Santutxu, entre otras generaciones de gigantes.

Los primeros gigantes y enanos (eran mozos disfrazados y enmascarados, los ‘rabis’) documentados en la capital bilbaína datan del siglo XVI, coincidiendo con las procesiones del Corpus Christi. Por su parte, la comparsa de Vitoria-Gasteiz se creó en 1917. No era gran cosa: cuatro gigantes y otros tantos cabezudos se incorporaron a los actos festivos de la ciudad. Aquellos aldeanos de cuatro metros emulaban a los habitantes de la montaña alavesa. Los cabezones eran Celedón, Cachán, Escachapobres y Pintor.

Coincidiendo con su primer centenario, el 30 de julio de 2017, el domingo anterior a las Fiestas de la Virgen Blanca, un total de 56 gigantes y cabezudos venidos de Euskal Herria desfilaron por las calles de Vitoria-Gasteiz. A los diez personajes de la capital alavesa, se unieron ocho de Donostia, seis de Bilbao, otros seis compartidos por Amurrio y Orduña, dos de Laguardia, dos de Oion, cuatro de Txantrea, cuatro de Buztintxuri, cuatro de Noain y diez de Bergara.