Presente hoy en casi todos los países del mundo, Amnistía Internacional fue fundada en 1961 por el abogado británico Peter Benenson. Años después, un grupo de vascos creó la rama de este movimiento a favor de los Derechos Humanos en Venezuela, más concretamente en su capital, Caracas. Uno de aquellos pioneros fue José Ignacio Rodríguez Seijó, natural de Ea y criado en la recién bombardeada Gernika, de familia represaliada durante la Guerra Civil en Euskadi. A él se sumó también su esposa, la argentina Ana María Fernández. Ambos se habían conocido estudiando en la Universidad de Indiana Bloomington, en Estados Unidos. “Las primeras reuniones de Amnistía Internacional se hicieron en nuestra casa, como en las de Jesús Dolara –quien contó con apoyo del literato Gabriel García Márquez– o Luis Las Heras. Corrían los años 70”, precisa a DEIA Jon Paul Rodríguez, una eminencia mundial en materia de ecología.

Foto familiar, con Jon Paul a la derecha, en Caracas. | FOTO: ARCHIVO FAMILIAR

De hecho, este venezolano de sangre vasco-argentina ha recibido una medalla de oro que solo han sido concedidas en la historia a diez científicos y se otorga únicamente a quien antes ya ha sido galardonado con el prestigioso premio Whitley de conservación. Rodríguez la recogió en 2019 en Londres de manos de la princesa Ana de Inglaterra. Él es el fundador y presidente de la ONG Provita que salvó de la extinción en la venezolana Isla Margarita a una carismática especie de ave, la cotorra margariteña, amenazada principalmente por su caza para el mercado de mascotas. Esta misma semana ha vuelto a la actualidad al ser incluido de nuevo en el ranking en ecología y evolución del mundo.

Este ecólogo recuerda “un cuento” –como lo denominan en el país americano– que en su familia se ha preservado y que es una muestra de cómo sus mayores salieron adelante en la vida tras haber perdido todo lo que tenía en el bombardeo de Gernika de 1937. “A mí siempre me han contado que la bisabuela de mi aita siempre vestía una capa y que en el borde cosió monedas de oro que había ahorrado. Gracias a ir vendiéndolas una a una lograron progresar mientras vivían en Ea”, afirma Jon Paul, quien estudió Biología en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, y Ecología y Biología Evolutiva en Princeton.

Consultada su tía, Itziar Rodríguez, abunda en este recuerdo familiar del que fue protagonista la tastarabuela de Jon Paul. “Mi bisabuela Claudia Gaintza se casó con Luis Ruiz de Azua. Tuvieron cinco hijos: tres mujeres y dos varones. Bien. Uno de ellos montó un periódico en México y él enviaba cada cierto tiempo una moneda de oro a mi bisabuela”, pormenoriza, y va aún más allá: “Ella era una mujer que nunca usó abrigo, siempre vestía capa. Entonces, previendo que pudieran pasar penurias durante la guerra, ¿qué hizo? Fue cosiendo las monedas de oro del tío en el borde de una capa. Tras perder todo en el bombardeo de Gernika y yendo a donde la familia a Ea, ¿quién tenía algo? Pues, mi bisabuela, la tatarabuela de Jon Paul, sí. Y gracias a esas monedas fuimos tirando durante un tiempo. Más, cuando mi padre estaba en la cárcel”. Itziar hace referencia a José Rodríguez, contable del Hospital de sangre del Gobierno vasco Karmele Deuna, en el paseo de Los Tilos, de Gernika y a continuación gudari del batallón EuskoIndarra de ANV.

El padre del científico Jon Paul Rodríguez, por su parte, llegó al mundo en los últimos compases de la guerra en el Estado en Ea y creció en Gernika, jugando entre las ruinas de la simbólica villa foral. Su familia acabó huyendo del franquismo y emigró a Venezuela. Tras sus estudios y contraer nupcias con la bonaerense Ana María Fernández, ambos decidieron poner en marcha Amnistía Internacional junto a otros vascos.

Su talante de izquierdas, socialista, les llevó a apoyar las primeras campañas de defensa de los Derechos Humanos; de Seguridad Ciudadana; de derecho al agua; de crisis humanitarias; de mujeres, jóvenes y diversidad.

Congreso mundial de AI

Todo ello desde Amnistía Internacional, movimiento independiente de todo gobierno, ideología política, interés económico y credo religioso. De hecho, esta organización ha sido reconocida con diferentes galardones, entre los que se encuentran el Premio Nobel de la Paz en 1977 y el Premio de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1978. “Mi madre participó en el Congreso Mundial de Amnistía Internacional en Inglaterra de 1977”, apostilla Jon Paul. Tan solo dos años después, en 1979 fallecía muy joven el padre, en un siniestro de tráfico. Viajaba solo. “Yo entonces tenía solo 11 años y no recuerdo haberle oído hablar de la Guerra Civil. Sí hacía algo muy vasco, que era pescar. Lo hizo en Euskadi cuando era niño y luego lo mantuvo aquí en Venezuela”, evoca el hijo.

Amnistía Internacional Venezuela ya había pasado de hacer sus primeras reuniones en las casas de sus cofundadores al Ateneo de la capital, en la Plaza Morelos de Bellas Artes. En la actualidad, el movimiento internacional cuenta con su sede en el decimoséptimo piso de la Torre Phelps.

Cuando el ecólogo visita Gernika-Lumo siente algo especial en su persona. Lo pormenoriza: “Siento la sensación en el pueblo –concluye Jon Paul– de resiliencia y superación. Es un sitio muy bello y social. Tienen una forma de vida en la que se reconoce el pasado, pero también el salir adelante a pesar de lo sucedido”.