“Cuando empiezas a llegar a la cima de la curva, entras en una ley de rendimientos decrecientes en términos de la cantidad de desarrollo que se está ganando su lugar en el automóvil”. Así explicó Christian Horner, jefe de Red Bull, la actualidad del monoplaza que ha sentado una de las mayores épocas de dominación de la Fórmula 1 pero que un día después de esas palabras firmaba la sexta posición para la parrilla de salida con Max Verstappen, que hasta llegar al Gran Premio de Mónaco había logrado el pleno de siete poles. Esa “ley decreciente” se cruza con la amenazante línea ascendente de Ferrari y McLaren, empeñados en abrir el Mundial. No en vano, ambas escuderías coparon la clasificación en el Principado.

En el corazón del lujo y la opulencia, esa diminuta nación que centra las miradas del planeta con un minúsculo, ratonero y añejo trazado, se confirmó la “preocupación” a la que hacía alusión Verstappen: hay tres escuderías en condición de lograr victorias. 

Esta vez fue el turno de Ferrari, que completó un viaje en el tiempo para firmar una conquista que no obtenía en Montecarlo desde 2017 con Sebastian Vettel, aquel día secundado por el también ferrarista Kimi Raikkonen. La obra fue de Charles Leclerc, ídolo local que no ganaba desde Austria 2022. El monegasco se sacudió los fantasmas del pasado. En cinco participaciones solo había podido finalizar la carrera en dos ocasiones y siempre sin elevarse al podio. En 2021 no tomó la salida desde la pole al sufrir una avería que se proyectó en la vuelta de calentamiento y en 2022 una mala decisión estratégica de equipo le hizo caer desde el liderato hasta el cuarto lugar. La maldición se propagaba desde su época en Fórmula 2. En 2017, cuando fue campeón, firmó la pole y no acabó ninguna de las dos pruebas disputadas; fue la única cita del año en la que no logró puntuar.

“Es la carrera con la que siempre he soñado, la que me hizo ser piloto”, explicó Leclerc, que completó las últimas vueltas recordando a su difunto padre: “Pensaba en él; lo ha dado todo para que yo esté aquí. Era un sueño mío y de él que yo estuviera aquí. Era un sueño que compitiera aquí y que ganara”. El sueño de infancia que tanto se le ha resistido al fin se pudo cumplir con una carrera en la que paradójicamente corrió a no correr, haciendo un tapón para imponer un ritmo que prolongara la vida de sus neumáticos. Pero al fin hubo justicia.

Un fuerte accidente de Sergio Pérez y los dos Haas en la primera vuelta provocó la aparición de la bandera roja. La prueba se detuvo durante 40 minutos. Los garajes comenzaron a echar humo divagando sobre qué plan ejecutar ante el nuevo escenario, porque la cita se reanudaría con una nueva salida en parado pero con la opción de cambiar de compuesto de neumáticos. Carlos Sainz tuvo la fortuna de poder reincorporarse tras sufrir un pinchazo en un contacto con Oscar Piastri. Los cuatro primeros –Leclerc, Piastri, Sainz y Lando Norris, en este orden– sustituyeron las gomas medias por las duras con la idea de no realizar paradas en boxes. Ello exigía controlar el consumo, lo que propició que Leclerc ralentizara la carrera tras la resalida. El monegasco echó el freno de mano. Planteó un ritmo cuatro segundos más lento de lo que podría girar. Carrera de tortugas. Montó un muro infranqueable y pudo dedicarse a disfrutar del paseo por las calles que le vieron crecer. “En las últimas vueltas, ver a tantos amigos y familiares en los balcones, a tanta gente conocida, ha sido muy especial”, expresó.

Sin adelantamiento en el 'Top 10'

Tanto conocen los pilotos la escasez de los márgenes de adelantamiento de Mónaco que todos, al unísono, se dieron cuartel. La prueba entró en una fase de espera a la sucesión de posibles acontecimientos. Las vueltas se fueron agotando sin movimientos en la zona delantera. Y así acabaría este anodino capítulo de la F-1, sin ningún cambio de posición entre los diez primeros. En Montecarlo las carreras se deciden los sábados, a una vuelta, en formato de tanda de calificación.

La única incertidumbre era saber el alcance de la vida de los neumáticos. No hubo sorpresas. “Simplemente, voy a llevar este resultado a casa”, dijo Leclerc al aproximarse el ocaso. Solo la mecánica podía frenar su talento.

La parada de Lewis Hamilton en la vuelta 52, cuando rodaba séptimo, pareció poder agitar el avispero. Max Verstappen, sexto e irreconocible por su pasividad, se protegió del undercut un giro después. Montó gomas nuevas y, ya sí, se lanzó a por George Russell, quinto, otro que propició la formación de un trenecito. Verstappen permaneció hasta la definitiva vuelta 78 tratando de ganar una plaza pero resultó imposible. “Me podía haber llevado la almohada. Ha sido extremadamente aburrido, probablemente la más aburrida de mi carrera”, criticó el tricampeón. De este modo, los resultados sabatinos se repitieron el domingo: Leclerc, Piastri, Sainz, Norris, Russell, Verstappen, Hamilton, Tsunoda, Albon y Gasly, este justo por delante de un Fernando Alonso que partió decimocuarto y gracias a un adelantamiento en la salida y dos abandonos pudo avanzar.  

“Parece que vamos yendo más y más fuerte”, certificó Sainz. Leclerc está a 31 puntos de Verstappen y Ferrari a 24 de Red Bull. Verstappen ha venido dominando el campeonato pero no lo hace como antaño. Su actitud de tratar de sumar sin asumir riesgos deja ver que considera que la regularidad podría ser crucial este año, en el que sufre la ley de rendimiento decreciente suscrita por Horner.