Seis carreras, seis victorias de Red Bull. No cabe duda que el título viaja a bordo del monoplaza de la marca energética. Pero he ahí también la diferencia entre unos y otros, la distancia entre un buen piloto y un piloto estratosférico, digno de ser comparado con las grandes leyendas del automovilismo. Los primeros hacen de un aciago día un mal resultado, mientras que otros transforman las jornadas adversas en valiosos puntos. Cierto que en el Gran Premio de Mónaco las remontadas son situaciones quiméricas. Son sueños de alcoba que se tornan realidad en contadas ocasiones, muchas de ellas como producto del azar que combinadas con diestras manos pueden dar lugar a momentos épicos. Pero eso, ganar posiciones en las calles del Principado es como adelantar en un Scalextric de un solo carril, apenas un descarrilamiento puede abrir el paso.

Sergio Pérez, esta temporada quizá en su mejor versión, por eso de que ya puede decir que conoce bien el jerárquico coche de Red Bull, no dio la talla. Falló en la Q1, donde no superó el corte al accidentarse. Por ello salió último, algo imperdonable para tratar de batir en la lucha por el título a un tipo como el talentoso Verstappen, que además no sabe aflojar, que no levanta el pie del acelerador ni padeciendo sustos –tocó las protecciones en dos ocasiones– cuando goza de un margen de medio minuto y restan metros para finalizar la carrera. Eso sucedió en Mónaco, donde ratificó su voracidad. Es una suerte de caníbal que no conoce la piedad.

Dos galaxias y luego los demás

La principal víctima de Verstappen, más allá de un Pérez que es segundo en el campeonato y por lo tanto su principal y se puede decir que único adversario en la pugna por la corona de la F-1, fue Fernando Alonso, el guerrero eterno. Pero si el asturiano parece un juvenil en la voluntad de dar lo mejor de sí mismo, porque anhela a sus 41 años no haberlo ofrecido aún, está a una galaxia de Red Bull. Eso le da para ser segundo, el mejor resultado de la temporada por otra parte. Progresa, porque en Mónaco él mismo estuvo también a otra galaxia de diferencia en relación al resto de escuderías.

Casi dos horas de carrera en el ratonero circuito dan para dormirse –hasta los primeros pit stops no hubo cambios en las doce primeras posiciones–, pero también para soñar, porque en cada recodo aguarda un contacto, y todo puede suceder con la aparición de un coche de seguridad. Además, esta vez también se citó la lluvia, concretamente en la vuelta 52. Entonces surgen los valientes, los inconscientes, los que no tienen nada que perder... La pista es la jungla, plagada de manglares con cocodrilos al acecho. 

Pero nada inquieta a Verstappen, cuyo mayor rival es uno mismo. Arriesgó incluso en exceso derrapando y dando cariño a los muros. Alonso realizó una apuesta de casino, lanzó una moneda al aire montando neumáticos lisos cuando todos instalaban los rayados que exigía la pista. Aunque la exposición fue relativa, porque gozaba de margen como para probar fortuna, tenía una ventaja con respecto a Esteban Ocon como para intentarlo, como para realizar una parada extra –de ahí que el asturiano esté en otra dimensión–. Le salió mal, porque de inmediato tuvo que calzar los intermedios. Pasó de los 10 segundos de desventaja sobre Verstappen a los 22, pero reteniendo la segunda posición.

Bastante tenía Ocon con protegerse de los Mercedes de Lewis Hamilton –tercero a la postre– y George Russell –cuarto–. Y ahí murió el intento de Alonso de firmar su 33ª victoria. Verstappen, por su parte, alcanzó la cuarta del año, la 39ª de su trayectoria. “No ha sido sencillo”, subrayó. Suena irónico. “Hemos mantenido la calma con la climatología”. Parece insultante dada su superioridad, su dominio.

Supermax abre así una importante brecha en el Mundial, donde amplía su ventaja desde los 14 puntos sobre Pérez a los 39. Asimismo, Alonso recorta 18 puntos al mexicano, que se queda con 12 de margen sobre el asturiano, tercero en el Mundial. Pérez fue el gran damnificado en Mónaco con su decimosexta posición.

“La única opción que teníamos de ganar era a lo mejor hacer algo diferente a Max”, confesó Alonso, que celebró el segundo puesto, “el mejor resultado posible”. Salió con gomas duras en vez de las medias que montó Verstappen para tratar de estirar la primera y única parada, pero su apuesta perdió cualquier efecto con la aparición de la lluvia. Aunque ya previamente el neerlandés había establecido una diferencia de hasta 10 segundos con un compuesto distinto. “Me ha sorprendido que no haya incidentes ni coches de seguridad”, comentó Alonso. Hubo trompos, toques, pero ningún safety car. Extraño en semejante trazado.

Los Mercedes se toparon con una mala gestión de Ferrari, que condenó a Carlos Sainz, quien llegó a pelear por el tercer cajón del podio que pisó Ocon, y a Charles Leclerc. El madrileño chocó con Ocon sin mayores consecuencias que la rotura de su alerón delantero, que ni fue reemplazado; ya se sabe que en Mónaco la aerodinámica pierde incidencia. Más adelante, la idea de su box de emular la estrategia de Ocon le privó de aspirar a más. Para más inri, Ferrari falló con ambos pilotos al renunciar a los calzos de lluvia que tuvieron que montar más tarde. Resultado: Sainz, que salió cuarto, acabó octavo y Leclerc terminó como empezó, sexto.