La voluntad del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela no puede ser más inequívoca: continuar con la apropiación del poder y retenerlo por todos los medios con el respaldo de una estructura institucional monolítica sin garantías democráticas y en abierto desafío a los llamamientos al diálogo. Maduro no muestra ninguna voluntad de restituir los derechos civiles de la ciudadanía venezolana, que claramente exigió su salida del poder en las elecciones del pasado mes de julio. Devolver a su pueblo la soberanía usurpada no es previsible en el corto plazo y no resultaría ético ni razonable dejar la responsabilidad de la recuperación de libertades a un combate cívico que en el pasado fue respondido con represión o directamente con la amenaza de un baño de sangre. La satrapía de Maduro merece la condena internacional y carece de la legitimidad que solo otorga el refrendo popular. No es ya momento de insistir en lo ya conocido: el fraude electoral cometido en connivencia por todas las instituciones maduristas, incapaces de ofrecer las pruebas de su proclamada victoria frente a los hechos contundentes –documentales, testificales y periciales de los observadores internacionales en el proceso electoral– que acreditan que Edmundo González debió ser investido ayer presidente de Venezuela. Se abre el casi imposible camino de que la presión internacional quite aire al régimen sin asfixiar a la ciudadanía. Más de siete millones de exiliados que han huido de la miseria y la represión acreditan el fracaso del discurso ideológico que pretende asociar el régimen a igualdad y lucha contra la pobreza. Deberá revisarse la relación comercial –la importación de crudo venezolano ha aumentado considerablemente, también por parte del Estado español– y deberá aplicarse un sistema de sanciones más eficiente. Pero a quien más apela la situación es a quienes, desde la comodidad, siguen siendo incapaces de calificar por su nombre a la dictadura de Maduro. Que confunden fundamentalismo ideológico con progresismo y dan coartadas desde la izquierda a regímenes autoritarios. La izquierda democrática latinoamericana se revuelve ya mientras en Europa, en España y en Euskadi, hay otra cómplice de la usurpación, con su silencio a veces, con su presencia en los fastos y con un discurso justificativo trasnochado.