Venezuela vuelve a encarar horas trascendentales en vísperas de la proclamación de presidente, el próximo viernes. Poca –o ninguna– esperanza de reconducción del actual modelo de represión que practica el régimen de Nicolás Maduro y tampoco de que reconsidere su reelección, basada en unos resultados electorales oficiales ficticios, sin sustento documental ni garantía democrática. Es preciso seguir recordando que la desinformación, la ocultación y la represión a la que somete a la disidencia siguen siendo la respuesta del chavismo a la demanda de transparencia y compromiso democrático. El régimen solo ofrece un cierre de filas irracional en torno al caudillo contra la voluntad de una mayoría de la ciudadanía que votó el pasado verano y lo hizo por un cambio que debería hacer presidente el viernes al opositor Edmundo González Urrutia. Su eventual llegada a Venezuela, tal y como ha anunciado que es su voluntad, no está asegurada y puede ser respondida con otra operación de violenta represión como las que vienen ejerciendo la militancia y los aparatos del Estado chavista. Durante casi medio año, Nicolás Maduro ha tenido ocasión de acreditar su victoria ante el pueblo venezolano y ante la comunidad internacional. No lo ha hecho y carece de credibilidad para reivindicar la retención del poder, que solo es posible mediante la imposición armada. Las irregularidades del proceso, denunciadas por todos los observadores democráticos –desde la Fundación Carter, a Naciones Unidas y, ayer mismo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos– no impidieron que las únicas actas oficiales conocidas, representativas del 80% de las mesas electorales, acrediten la victoria de la oposición. La desfachatez del régimen llega al punto de que, aún hoy, el Consejo Nacional Electoral alineado con Maduro no haya acreditado públicamente resultados oficiales que justifiquen la proclamación de su victoria. Millares de detenidos, decenas de muertos y la promesa de una nueva campaña de acoso a la oposición son los argumentos para retener el poder. Solo cabe reclamar que un atisbo de dignidad y sentido común impida la imposición por las armas, el derramamiento de sangre y dé paso a un diálogo constructivo que permita la transición hacia la democracia que exige la ciudadanía de Venezuela.
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