El reciente golpe militar en Níger ha dado lugar a un éxodo de civiles occidentales del país que, más allá de la lógica preservación de su seguridad en momentos de inestabilidad, es una prueba gráfica del cambio de influencias en la región. El África francófona y, por extensión, toda la región del sahel desde el Atlántico a la costa oriental, se distancia de Europa, cuyos errores explota Moscú. Los golpes de estado en Malí y Burkina Faso y ahora Níger reproducen un sentimiento anticolonial ,pero también la sibilina asistencia de los intereses rusos. La importancia de una herramienta como el grupo Wagner –aunque haya aflorado para la opinión pública con motivo de la invasión rusa de Ucrania– se revela especialmente en la región, con mercenarios desplegados desde hace años en esos países, además de República Centroafricana y Sudán. Los acuerdos con los nuevos gobiernos militares transfieren los intereses económicos y la explotación de los recursos naturales de manos occidentales a empresas rusas. Europa ha errado en su política de cooperación en la región durante el presente siglo, atascada en sus propias crisis económicas y globales, y ha dejado de invertir en las condiciones de vida de sus antiguas colonias. El modelo europeo de cooperación al desarrollo se basó en la financiación de programas ligados a la preservación de sistemas democráticos. La reducción de recursos abrió la puerta a intereses menos comprometidos éticamente y, en el caso de Rusia, a una dependencia que explota políticamente. El 30% del grano que recibe África y el 80% del que llega a su región oriental depende de Moscú directa o indirectamente. Es el principal proveedor de armas y ha aprovechado la presencia del yihadismo para introducir asesores militares y tecnológicos en los gobiernos nacidos tras los golpes de estado. Pero no hay desarrollo comercial que beneficie al continente, ni estrategia de crecimiento económico ni avances reales contra el terrorismo yihadista. Las banderas rusas que, literalmente, se ondearon por los golpistas en estos países no han reducido el hambre ni la dependencia exterior. Sólo han sustituido una influencia por otra. Pero la inmigración hacia el norte no se dirige a Rusia sino a Europa Occidental y esta también es una herramienta interesante para el régimen de Putin.