LAS informaciones y las imágenes que llegan desde la localidad ucraniana de Izium sobre el hallazgo de cientos de tumbas de personas asesinadas por las tropas rusas remiten de nuevo al horror y la conmoción provocadas por el reporte de fotografías y vídeos similares en ciudades como Bucha o Mariúpol. La retirada del Ejército de Vladímir Putin de este territorio que han mantenido controlado –y que es estratégicamente clave dada su situación cercana a Donetsk– ha vuelto a hacer visible la inhumanidad y brutalidad que ejercen sus soldados tanto contra las tropas ucranianas como contra la población civil indefensa, incluidos niños. Según Kiev, en Izium se han encontrado al menos 440 tumbas en una fosa común, con cuerpos que presentan signos de tortura y las manos atadas e incluso habría una decena de cámaras supuestamente utilizadas para el tormento de prisioneros. Aunque Moscú niega –como ha hecho habitualmente– su responsabilidad, los precedentes indican que los hechos son verosímiles, a expensas del análisis e investigación por parte de la ONU. Los hallazgos en Izium han sido posibles tras la inesperada contraofensiva ucraniana en la región de Járkov, que ha provocado el repliegue de las tropas rusas, cerca ya de cumplirse el séptimo mes de guerra. El avance del Ejército de Kiev está siendo posible gracias a la ayuda económica y militar de Europa y Estados Unidos y se produce tras muchos meses en los que el conflicto había entrado en un impase. El fracaso de la pretendida guerra relámpago, la determinación de Europa, EE.UU. y la OTAN en su férreo apoyo a Ucrania, las sanciones emprendidas y las alternativas que se están articulando –no sin problemas ni importantes sacrificios– a la falta de suministro de gas ruso están poniendo en solfa la estrategia de Putin incluso en la hermética Rusia. Nada hace prever, sin embargo, que Moscú vaya a renunciar a sus objetivos básicos con los que inició la invasión, que se basan en el control absoluto del Dombás y otras zonas de Ucrania que aspira a anexionar, y nada hace pensar en una victoria de Kiev. Las críticas internas –significativas, aunque escasas y a buen seguro acalladas por el régimen– no harán mella, al menos de momento, en Putin, presionado, a su vez, por sus halcones para recrudecer la ofensiva, lo que hace prever una guerra aún muy larga y, con ello, la extensión del horror. l