Hace años me dieron un consejo formidable: que aprendiese a mirar y ver, en las personas y en los proyectos, el futuro que tienen por delante, mejor que su trayectoria pasada. No es fácil seguir este consejo, porque como suele decirse en broma: es difícil hacer predicciones, especialmente si se refieren al futuro? Pero educar nuestra mirada para que explore el futuro incierto, es mucho más útil que educarla a contemplar un pasado que, aunque cierto, cada vez es menos relevante.

Por eso cuando en las charlas se ponen a contar la vida pasada de los conferenciantes, no suelo prestar demasiada atención y trato de pensar en las cosas que le quedan por hacer, en cuáles serán sus proyectos. Sería mucho más útil e instructivo que nos acostumbrásemos a escribir el curriculum al revés: el año que viene hará esto y lo otro, y dentro de tres cambiará de trabajo, y dentro de cinco años montará una empresa?

Claro que quien cuenta su futuro puede equivocarse, porque el cristal por el que mira está empañado por el velo de la incertidumbre. Pero si estuvieras conduciendo un coche con el parabrisas empañado ¿preferirías mirar por el retrovisor, por muy nítida que fuese su imagen, o mirarías hacia adelante, clavarías tus ojos en las sombras que te llegan a través del vaho? Piensa en ello?

Suponiendo que ya te he convencido, te interesará ahora que te dé algunos consejos sobre cómo educar la mirada para leer el futuro de las personas y de los proyectos (también para leer el futuro de los países).

El primero es sencillo: los que saben dónde quieren llegar tienen una ventaja infinita sobre los que dejan que les lleve la corriente. Porque antes nuestras vidas se parecían más a un río y ahora, con esto de la globalización, se van a parecer cada vez más al mar abierto, con sus olas desordenadas, que te llevan y te traen. Así que cuando encuentres una embarcación con brújula y con timonel (se las distingue rápido), síguela con atención. A las otras, las que han decidido hacer rafting en el océano, no las dediques tiempo: seguirán aproximadamente en el mismo sitio cuando vuelvas a mirarlas (o, alternativamente, se habrán hundido).

El segundo también es fácil: los que tienen su referencia en las estrellas llegan más lejos que los que ponen su referencia en la espuma de las olas. Antes, a estas estrellas se las llamaba valores, eran puntos de referencia que no cambiaban con el paso del tiempo. Siguen siendo válidas, me parece. El futuro, por fortuna, siempre lo acaban escribiendo las personas que están guiadas por valores (aunque su camino sea difícil).

Y el tercero es un poco más difícil de descubrir, porque va bajo la superficie, como la orza de los veleros, como las raíces en los árboles, que les aportan estabilidad y equilibrio. Y es que nos vamos acostumbrando a un mundo superficial, con dos dimensiones, y a veces nos olvidamos de la tercera dimensión, la de la profundidad. No hacen falta tantas conversaciones para descubrir si una persona, si un proyecto, si un país, saben dónde quieren ir, tienen claros sus valores, y también tienen claras sus raíces. En esas tres pistas podemos descubrir su futuro (siempre matizado por la incertidumbre).

No puedo acabar el artículo sin dejar una referencia a mi querido sistema de ciencia, tecnología e innovación, al que le llevo dedicadas ya bastantes conversaciones, y las que me quedarán todavía. Conozco su pasado, pero mi mirada se dirige a su futuro, y a las claves que nos permitan construirlo al servicio de la sociedad y las empresas a las que debe servir. Para descubrir su futuro, me sirven los tres consejos: un sistema que sepa dónde quiere ir, un sistema guiado por valores, un sistema con raíces, con raíces y alas. Con eso me conformaría. Dentro de poco, el Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación 2015 verá la luz. Hazme caso, y escríbele el curriculum al revés, deja que tus ojos sueñen con el País que todos podemos construir juntos.