Diana Burkott, miembro de Pussy Riot: “El mundo es una pesadilla, pero sigo creyendo en los cuentos de hadas”
El colectivo femenino artístico y de denuncia ruso recalará en el Kariña Fest el 12 de abril en el Bilbao Arena de Miribilla, en una cita con la colaboración de DEIA
El Bilbao Arena acogerá el 12 de abril el primer Kariña Fest, festival protagonizado por mujeres y ecléctico en lo estilístico en el que actuarán La Bien Querida, Chica Sobresalto, La Terremoto de Alcorcón, Nawi y el colectivo feminista y artístico Pussy Riot, azote del régimen fascista de Putin. “Convertimos la protesta en algo parecido a una fiesta. Ser activista y tener una postura clara y políticamente responsable puede ser divertido”, explica Diana Burkott, miembro del grupo. “Soñar es un acto de libertad”, apostilla.
Regresan a Bilbao seis años después. ¿En qué ha cambiado el colectivo y su forma de manifestarse?
—A menudo se sigue malinterpretando lo que somos realmente. Nunca fuimos una banda musical, sino un colectivo artístico. Aunque en principio se percibía como una especie de banda de punk feminista, siempre hemos sido más una declaración artística y política. Hoy en día, los miembros realizamos acciones, exposiciones, sesiones de Dj, teatro, actuaciones musicales, talleres y charlas públicas, cualquier cosa que nos inspire y emocione.
¿Artística o política?
—Cualquiera, pero la idea sigue siendo la misma que hace más de 10 años. Desde aquel Riot Days en Bilbao, una representación teatral multimedia experimental basada en las memorias de Masha, ha cambiado mucho en el mundo y en mí. Es maravilloso crecer y explorar nuevas formas de expresión. Es un proceso natural, en constante evolución, haciendo algo fresco y nuevo, ante todo para mí misma. Ser y hacer lo que eres hoy.
Por motivos obvios, sus miembros siempre han estado difuminados. ¿Prosiguen las condenas y moverse casi en la clandestinidad?
—Las cosas han empeorado, incluso. Casi todas las integrantes no podemos vivir en Rusia. A mí se me abrió una causa penal en virtud de la nueva Ley de Noticias Falsas sobre el Ejército, una de las muchas leyes represivas introducidas tras el inicio de la guerra en Ucrania. Hubo un juicio, y fui declarada culpable y detenida en rebeldía. La condena es de 5 a 10 años de cárcel. Fue por la canción y el vídeo Mum, Don’t See The TV. ¿Lo imaginas? Son tres años sin vivir en Rusia, lo que es surrealista.
Y Rusia amenaza ahora la seguridad de Europa.
—Es una pesadilla. Llevamos más de 10 años señalando con el dedo a Putin, advirtiendo de que es peligroso, y se ha hecho evidente. Es un representante de la triada oscura de la personalidad, una peligrosa combinación de narcisismo, maquiavelismo y sociopatía. Ojalá hubiera pruebas psicológicas estandarizadas para todos los que aspiran al poder.
Y cada vez cuenta con más aliados.
—Sin simplificar, en casi todos los países hay un político que colabora con el Kremlin, y a veces es financiado por él. Y cada vez ganan más influencia y apoyo público. Basta con mirar a Austria, Alemania o a Estados Unidos. Son políticos manipuladores muy hábiles, que convierten cuestiones como la amenaza de los refugiados en parte de su propaganda, presentándolos como peligrosos y una sangría para los presupuestos. La mayoría de la gente quiere una vida pacífica y predecible, libre de forasteros’ así como una economía estable. Por eso quieren creer a los políticos de extrema derecha. Y la izquierda no encuentra el lenguaje adecuado y la estrategia para explicar que la democracia es el sistema más justo.
Ese peligro inminente quizás nos haga entender mejor la violencia y falta de derechos de la autocracia rusa. ¿A ustedes se les apoyó?
—Ahora deberíamos hablar de apoyar a Ucrania. La guerra continúa, pero en un segundo plano. La gente se cansa de la violencia en los medios y se olvida de que son personas reales las que mueren. Se trata de un proceso de deshumanización. Lo más justo, aunque en la realidad actual sería un milagro, es una victoria ucraniana. Y Putin debe ser juzgado en La Haya. Sería ejemplo para todos los políticos enredados en la violencia y la corrupción. La humanidad necesita ejemplos del bien triunfando sobre el mal.
Y Trump se alía ahora con Putin.
—Sí, y el mundo lo ve en sus pantallas. Y tras condenas iniciales, entramos en una etapa de aceptación o resignación, como si ya no pudiéramos influir en los procesos. Es parte del mecanismo humano, adaptarse a las circunstancias, pero ¿adónde nos va a llevar esto? Trump tiene sus propias ambiciones y estrategias: llama tirano a Zelensky, y al día siguiente no cree que lo dijera. Todos estos juegos tienen que ver con el ego y las audiencias. Sería risible si no fuera tan horripilante frente al valor de la vida humana.
Esta ola fascista nos acecha a todos. Aquí, la ultraderecha tilda de ‘feminazi’ a las mujeres que luchan por sus derechos.
—Tiene razón, no advertimos la magnitud del horror. No se trata sólo de Rusia. Así que cuando la gente dice que no hay libertad de expresión y que hay represión, por ejemplo en Rusia, como para contrastarlo con su propio país, suena extraño. ¿Qué garantías tenemos de que el resto del mundo no siga el mismo camino? En cuanto a la caza de brujas, diría que como el feminismo es un recién nacido en el contexto de la civilización, estamos en el principio de la lucha. Los mitos que lo relatan como algo malo, son propaganda, deseos de controlar desde lo físico a lo mental.
¿Y cuál sería el papel del hombre?
—El problema no es la mujer y su deseo de ser independiente, son los hombres que inician guerras como violadores y maníacos. El feminismo da a las mujeres el derecho a elegir: si quieres ser esposa y madre, estupendo; si quieres una carrera, también. Y os da libertad de elección: no tienes que ser un machista cargado de testosterona al que no se le permite mostrar emociones. Sé tú mismo.
La música es vital en su lucha. ¿Es por su capacidad para emocionar y su carácter democrático?
—Tienes razón: es una herramienta de democratización. En la época de Mozart, los músicos eran considerados parte del personal de servicio de la aristocracia. Componían para bailes, ceremonias y cenas, es decir, creaban bandas sonoras para la vida social de la elite y dependían de la realeza o la iglesia. Escuchar música era un privilegio. Hoy, es accesible a casi todo el mundo y se ha convertido en una forma de democracia: libre, expresiva y abierta. Y nos permite transmitir un mensaje a través de los sentidos: la empatía ayuda a conectar con ella, a sentirla, a encontrar una respuesta dentro de uno mismo.
La suya, no por estilo, sino por filosofía, entronca con las ‘Riot Grrrl’: Bikini Kill, Le Tigre, L7, Le Tigre...
—Crecí y me formé con todas esas bandas que cita (risas). Muchas llegamos al feminismo a través de la música. A veces es más fácil y más divertido así, no todo el mundo tiene el tiempo o la energía para leer libros o asistir a conferencias, pero la música cargada de energía puede enseñar mucho. Yo conocí el genocidio armenio con System of a Down. La música puede ser una forma poderosa de abordar temas muy serios, pero de una manera más intuitiva y accesible. Los tiempos y la tecnología cambian, pero el mensaje, la energía y las ideas, no.
Scott-Heron cantaba ‘The Revolution Will Not Be Televised’. ¿Es posible hoy, así, en mayúsculas?
—Nos enteraremos en X (risas). El mensaje de la canción es maravilloso y relevante. Habla de la revolución como una verdadera transformación de la sociedad, consciente, interna y colectiva. Y lo contrapone a los medios, donde todo es espectáculo. Yo lo describiría como la teoría de los pequeños actos, donde cada persona, como unidad política, asume la responsabilidad de ser ciudadano y utiliza activamente ese poder en una sociedad democrática: votando, participando en protestas pacíficas y utilizando todas las herramientas. Con personas libres de propaganda. Sigo creyendo en los cuentos de hadas.
¿Qué ofrece ‘Sweet and Blood’?
—El título, Sudor y sangre, es una forma de apropiación inversa de un eslogan fascista: “Sangre, sudor y tierra”. Hermosas palabras, manchadas por la violencia y la propaganda de Hitler, usadas para justificar la agresión, la colonización, las políticas raciales... La utilizo irónicamente para reivindicar y purificar estas palabras, para despojarlas de sus connotaciones nacionalistas y raciales, y devolverlas a un espacio de humanismo y derechos humanos.
No solo incluirá música, ¿verdad?
—Es un proyecto polifacético sobre la vida de cada uno de nosotros y de todos nosotros, juntos. Se presenta como exposición, videoarte y música. Se centra en personas como usted y como yo. Lo personal es político es uno de sus principios clave. Nosotros somos los héroes reales.
¿Cómo combate el miedo?
—No me olvido de él, simplemente forma parte de mi vida. La ansiedad es un trasfondo constante, pero no pasa nada. Tener miedo no es algo a lo que haya que temer (risas). Sí, me encanta el humor negro. Además, sigo creyendo. Tenemos que seguir haciendo lo que podamos y avanzar. No hay secreto alguno: el amor es lo más importante. l