Cigarettes After Sex, el dolor dulce y oscuro de la ruptura
El grupo del estadounidense Greg González vuelve por sus fueros de sonido envolvente, lento, sombrío y mágico con su tercer disco, ‘X’s’
Romanticismo y crudeza, amor y sexo a un ritmo lento, envolvente y oscuro, heredero de Cocteau Twins, Portishead, Leonard Cohen, los New Order más sombríos y de unos The Jesus & Mary Chain a bajas revoluciones. Eso es Cigarettes After Sex, el grupo de slowcore de Greg González, que acaba de publicar su tercer disco, X’s (Partisan Records), tras un largo silencio y, aún así, lograr un ascenso de popularidad inusitado para un proyecto de culto y minoritario como el suyo.
El álbum es fruto de los escombros emocionales del final de una relación y sigue fiel a su patrón de música tenue, sombría y monocorde pero mágica. “Tengo que enfrentarme a todo lo que he vivido, así es como hago las paces”, explica González.
“Me importa una mierda si soy demasiado sensible”. Este verso se oye en el último disco de Cigarettes After Sex y arroja luz sobre la discografía de González, tres discos de larga duración, alguna versión –mágica ya su recreación de Keep On Loving You, de los AOR Reo Speedwagon– y algún Ep volcado en el amor y que rezuman romanticismo y sexo, y se maridan a ritmo de una música minimal, bella, oscura y perezosa en la que se advierten trazos de slowcore y dreampop.
La sensualidad, la entrega, el abismo y el dolor colorean de más sombras que luces –desde la propia portada en blanco y negro, en la que se adivina a una pareja besándose– el tercer disco del grupo, que tiene su origen en una ruptura de su líder ocurrida hace una década tras una larga relación sentimental. Y, más concretamente, el autor de gemas como Cry fija su idea en un Día de San Valentín, cuando conducía con el corazón roto desde su ciudad natal, El Paso, al lugar donde iba a dar un concierto. “La experiencia de aquel día se me quedó grabada: era una idea que no podía olvidar”, dice González. “Pensé: ¿cómo hago un disco que se sienta así?”, apostilla el estadounidense. Un tipo que ha adquirido una notoriedad sorprendente tras la pandemia a pesar de su renuencia al culto a la personalidad y a la exposición a las redes sociales, a las fotografías coloristas, a los videoclips y al propio estilo alejado de la comercialidad de su banda. Cuenta con 23 millones de oyentes mensuales en Spotify, con canciones usadas 6.400 millones de veces (y subiendo) en TikTok o ventas de 200.000 entradas de sus conciertos el año pasado. Y sin disco que promocionar, algo ilógico para un grupo indie.
El amor, su lado positivo y el reverso de su crudeza, recorren como fantasmas la discografía de González aunque, hasta ahora, fruto de una amalgama de relaciones. Ahora, en Y’s, se centra en una única que duró cuatro años. “El disco es brutal, sinceramente”, admite el músico. “Podría sentarme y hablar de esta pérdida con alguien, pero eso no rascaría la superficie. Tengo que escribir sobre ello, cantarlo, ponerle música, y entonces podré empezar a analizarlo y aprender de ello. O simplemente revivirlo, en el buen sentido. No tengo esa sensación de querer olvidar”, admite González.
Como tantos otros en la música popular, Y’s es una catarsis emocional artística, fruto de la reflexión y del dolor provocado por el romance roto. Grabado al pie de las colinas de Hollywood, en un pequeño dormitorio de la casa donde compartió vida con su expareja, y con la mayoría de tomas en directo, el líder comparte sus 10 canciones con Jacob Tomsky (batería), Randall Miller (bajo) y Jeff Kite (teclista), entre recuerdos de “un ambiente relajado y abierto”, conversaciones entre amigos e ingestas de vino.
Sin sorpresas
El trémolo de la guitarra de González, su voz susurrante y andrógina, un ritmo lento que imaginas creado por un batería y un bajista adormilados y con los ojos cerrados, el dominio de los silencios, tenues, muy tenues líneas de teclado… Todo lo que espera de Cigarettes After Sex sigue ahí. Y esa es su máxima virtud… y su tara, que puede alejar a algunos por su atmósfera monocorde y su renuncia a la evolución.
La magia se manifiesta desde el arranque con el tema que da título al disco, en el que González nos muestra la celebración del amor, la honestidad y verdad del inicio del romance con viñetas que van de la cama a la desnudez de los cuerpos, los besos, las velas encendidas, la dulzura de las palabras dichas al oído y regadas en alcohol, el guiño a Marilyn Monroe… Y del romanticismo se pasa a la crudeza, al sexo explícito –“queríamos follar todo el tiempo”– y a un ritmo más vivo en Tejano Blue, que entronca con la niñez en El Paso de González y recuerdos al Holiday de Madonna y al baile de los 70 y 80.
No es el único tema en el que surge la luz del estribillo lindante con el pop y el ritmo se aviva (algo), también sucede en Baby Blue Movie y Holding you, Holding me, pero la máxima del slowcore y el discurrir suave y sensual se mantiene en temas como Silver Sable, Hot o un Hideaway que nos traslada a la intimidad de la pareja en una playa solitaria, de esas que “no gustan a nadie”, con música y vino blanco, escondidos del mundo, ajeno a sus convulsiones. Y la música se ralentiza todavía más… si es posible.
Y suena entre tus oídos como un beso de cuatro minutos y medio con saliva de sabor a salitre. Hay también espacio para la incertidumbre, el dolor, la nostalgia, las drogas para combatir la vigilia, la idea (lejana) del suicidio cuando González le canta a “estrellarse y caer”… Dolor, sí, pero, sobre todo, la fortuna de “ser tan jodidamente afortunado” de haber querido tanto.