Francisco de Goya, Francis Bacon, Doménikos Theotokópoulos El Greco, Fernand Léger, Francisco de Zurbarán, Cy Twombly, Joseph Beuys... y así hasta 80 artistas, entre los que también se encuentran reconocídisimos autores vascos como Chillida, Oteiza, Ameztoy, Herrero o Mendiburu, son los que se exponen en las principales salas de exposiciones de la primera planta de Tabakalera. Más de un centenar de obras de esas ocho decenas de artistas se aglutinan en la muestra That time, una propuesta que pretende desafiar el tiempo cronológico y que sólo ha sido posible tras el cierre del Bellas Artes bilbaino debido a sus trabajos de reforma y ampliación.

La importancia específica de las piezas expuestas y de sus creadores, así como el conjunto reunido en un único lugar, colocan a That time, probablemente, entre las mejores, sino la mejor, exposición propia producida por el Centro Internacional de Cultura Contemporánea, desde su inauguración en 2015. Como es lógico, la organización elude hablar en términos maximalistas, pero sí apuntan a decir que esta muestra “refuerza” el carácter de la institución como centro de creación. De hecho, los papeles se han invertido, haciendo que el centro de creación se museifique, mientras que el “artefacto” que envuelve los fondos originales, es decir, el Bellas Artes, se ha “diluido” en favor de las propias obras y de la nueva narrativa diseñada para Donostia.

La directora de Tabakalera, Edurne Ormazabal y su homólogo del Bellas Artes de Bilbao, Miguel Zugaza, presentaron ayer jueves las líneas generales de That time –Aquella vez–, que toma su nombre –y se articula– en torno a la obra homónima de Samuel Beckett. El responsable del programa público del centro donostiarra, Oier Etxeberria, y la conservadora de Arte Moderno y Contemporáneo de la pinacoteca bilbaina, Miriam Alzuri, han ejercido la labor de comisarios y han organizado un itinerario circular en el que se explora el pasado, el presente y el futuro, al mismo tiempo que se huye del relato cronológico.

En total, han dispuesto las 107 obras –que abarcan un abanico que comienza en el siglo II dC y llega hasta la actualidad– en tres espacios comunicados, que suman 1.500 metros cuadrados, y que se nombran de la misma manera que Beckett bautizó las tres voces que pueblan su obra y que representan la vejez, la madurez y la juventud.

LAS TRES VOCES

Antes de entrar al espacio denominado Voz C, un numeroso grupo de bustos de artistas como Eduardo Arroyo, Joan Borrel o Enrique Pérez Comendador, dan la bienvenida al visitante, junto a una de las tres obras encargadas expresamente para esta muestra: una instalación sonora titulada Pausa pulsar con la que Ainara LeGardon, inspirada por los bustos silentes, intenta darles voz, mientras se hace preguntas cómo cuál es la relación entre una voz grabada y la original. Asimismo, Ilke Gers ha aportado la obra The same ground, que recorre parte del piso del exterior de la sala de exposiciones, y Jorge Moneo ha reflexionado sobre la creación en el film-ensayo Exergo.

Un San Juan tallado en madera y policromado del siglo XIV, descontextualizado de un retablo, parece dialogar con una Pietá todelana del siglo XV de origen anónimo a la entrada del espacio Voz C, “sobre un pasado que también está en el presente de formas múltiples”, expuso Etxeberria. Así, mediante un homenaje de Vicente Ameztoy a Joxe Miel Barandiaran, la exposición evoca la importancia antropológica de los tiempos pretéritos, al tiempo que enfrentan una lectura crítica posmoderna de eso mismo mediante una videoinstalación de Ibon Aranberri o el busto de yeso Retrato de mi mujer, de Jorge Oteiza. La “maravillosa” Dardara-burdinak II, de Chillida, por su parte, conversa con No lo sé, de Susana Solano y con otra obra de Julio González, “el gran creador de la escultura contemporánea en griego”. El recorrido por el pasado concluye con un broche inmejorable, que va de menos a más: el Tubo I, de Alberto Peral, suspendido en el aire; la pesada Raíces, de Remigio Mendiburu; y una de las joyas de la corona, la Figura tumbada en espejo, de Francis Bacon, que “funciona casi como una escultura”.

Tabakalera expone varias piezas de Goya. Iker Azurmendi

El espacio Voz A aborda el concepto de “madurez” y se enfrenta a cuestiones como la revolución industrial o la guerra. Para representarlo, han recurrido a trabajos del “gran pensador” de esos conceptos, Francisco de Goya, del que se presentan varias piezas, incluida un óleo de su última época pintado en Burdeos en el que representa a un amigo suyo. Enfrente, Acto de guerra (según Goya), una escultura de acero oxidado que evoca al cuadro de los fusilamientos del 3 de mayo.

También en este área, en una disposición “laberíntica” invita a conocer obras de Ibarrola, June Crespo o Daniel Vázquez Díaz o Aurelio Arteta que juegan a imaginar una sociedad tecnológica e industrial. Por último, en Voz B, centrada en la “juventud”, destaca una gran escultura de bronce de Mogrobejo que representa una escena mitológica, la de la muerte de Orfeo, da la espalda otra de las perlas de That time, el tapiz La creación del mundo, de Fernand Léger, del que se destila “el fervor por el arte negro y por el mundo del jazz” de la década de los 20 en París.