“Rock´n´roll cien por cien”. Así presenta un excitado Ariel Rot su gira actual, que este jueves recala en el Zentral de Iruñea y el viernes en el Kafe Antzokia, en el caso de la capital vizcaina con las entradas agotadas. El rockero argentino–madrileño ha aprovechado la reedición de 25º aniversario de su disco Hablando solo (Warner), con inéditos, maquetas y directos, para sacar de nuevo a la carretera a su banda de los 90: Tito Dávila (teclados), Ricardo Marín (guitarra), Jacob Reguillón (bajo) y Pablo Serrano (batería). “Soy afortunado porque me siguen pasando cosas a los 63 años, ya que tengo un espíritu joven”, explica el exmiembro de Tequila y Los Rodríguez, que defiende que sigue vivo porque “supe bajarme en la penúltima estación varias veces” en su juventud.

¿Cómo va la gira?

-Maravillosamente bien. De hecho, he estado unos días de fiesta para aterrizar y volver a la rutina diaria para compensar los desarreglos de la gira, pero ando ya con ganas de ir para allí. El público vive los conciertos como un suceso, igual que nosotros porque es una situación especial, ya que hacía años que no podía tocar con banda.

Está tocando con la banda con la que giró varios años desde finales de los 90.

-Exacto, no me juntaba con ellos desde hace 20 años. Nuestra unión trascendió más de lo habitual y compartimos 5 años y horas y horas de furgoneta, conciertos, camerinos y hoteles, lo que hizo que se establecieran unos vínculos más allá de los musicales.

No habrán tenido que ensayar mucho ¿verdad?

-Juntarnos ha hecho revivir aquella energía, tanto arriba como fuera del escenario. Sí es cierto que hay canciones que nunca toqué con ellos y que suenan en la gira, pero no hemos ensayado demasiado, sobre todo para la complejidad de algunas de mis canciones. No son tan sencillas como parecen (risas), ya que requieren sutilezas y matices, subir, bajar, retrasar, acelerar...

Rescata ‘Hablando solo’, su tercer disco, primero tras la disolución de Los Rodríguez, aunque no en su integridad.

-No, pero sí hacemos una selección importante de él porque hay canciones como Vicios caros, Confesiones de un comedor de pizza, Baile de ilusiones o Bruma en la Castellana, que he seguido tocando siempre como clásicos de mi repertorio junto a Cenizas en el aire y otros temas de Los Rodríguez. Para mis seguidores más fieles son como himnos.

¿Puede ser su disco en solitario más importante? Allí empezó su proyecto personal, se hizo adulto como compositor, cantante y guitarrista.

-Es así, con los dos anteriores no formé banda ni los toqué en vivo prácticamente. Mi vida iba a la deriva en aquel momento (risas) y grabé el primero porque tenía canciones importantes, las primeras con textos adultos y personales. Fue fruto del azar, llegó después de producir a Los Pistones y por entonces no tenía capacidad para iniciar una carrera sólida en solitario. Fue una oportunidad para seguir aprendiendo, volver a Argentina, conocer a Andrés Calamaro y formar Los Rodríguez, con quienes me pasaron un montón de cosas maravillosas. El azar trae grandes aciertos, pero con la edad y la experiencia uno va aprendiendo a llevar el timón de su vida. Antes, todo era como una gran jam session.

¿Qué le costó más, quizás atreverse a ponerse al frente, al micrófono, ejercer de líder?

-Yo soy muy introvertido, y por entonces lo era más, así que tuve que aprender el oficio de cantante y frontman. Hay que comunicarse con la gente y salir del hermetismo, salvo que hagas una música muy oscura.

O seas Dylan.

-Bueno… o Joy Division. Me costó cambiar de piel y dejar mi lugar a un costado del escenario, sin tanto compromiso ni exhibición. Al final, ofreces tu intimidad, ya que mis temas son muy personales. Lo que no quiero es que se entienda como una situación desagradable, fue un momento excitante y vibrante, como empezar de nuevo.

Me dijo que lo pasó mal al tener que cantar.

-Es que carecía de experiencia, ya que siempre me fijaba en los guitarristas de los discos, no en el cantante.

Y eso que tenía una cantante en casa.

-Mi madre, sí, incluso recibí clases de ella. Aquí trabajó de profesora. Con la voz, cada paso que di fue un gran logro, algo estimulante. Soy un afortunado porque me siguen pasando cosas a mis 63 años, sigo sintiendo el vértigo de iniciar un proyecto.

‘Hablando solo’, fue un disco con una gran producción. Le ayudó Moris en textos, Fito Páez cantó y lo grabó con The Attractions, el grupo de Elvis Costello.

-La conexión con The Attractions surgió de un trabajo que compartieron con Mikel Erentxun. Tienes razón, fue un disco muy lujoso para el que tuve a Joe Blaney (The Clash, Ramones, Prince) de productor. Lo grabamos en Las Landas y Madrid, y mezclamos en Nueva York durante casi un mes. El estudio se cotizaba más que ahora, no había otra forma de grabar, estaban a tope y te cobraban por horas. Tuvo un gran presupuesto, sí, pero se nota que allí estaban The Attractions.

¿Grabaron en directo y se implicaron en los arreglos?

-Es una maravilla cómo tocaron y lo creativos que fueron. Vivieron la grabación como si fuera un proyecto personal y grabamos en directo. Íbamos desglosando canciones, buscando cosas nuevas… Me enseñaron otro arte de grabar, dejar tanto ensayo previo y realizar una búsqueda constante en el estudio en cada canción. Tocamos y probamos mucho. Recuerdo que me dijeron: “los músicos estadounidenses tocan el 90& del tiempo; los ingleses hablan el 90%”. Son como una especie de intelectualidad del pop.

Además de unos maestros de la contención.

-Exacto, saben dar la nota justa. Y eso es lo más difícil porque, además, hace 25 años no era fácil editar la música, ya que no había ordenadores. Había que tocar lo justo para no complicarse. Con ellos, menos notas equivale a más volumen (risas). Y grabar en Du Manoir, en Las Landas, al ser un estudio residencia, nos permitió retomar canciones ya grabadas, estar a gusto tras cenar, tomar un vino, tener una gran sintonía y frecuencia… Y probar y probar. Fue un clinic y un aprendizaje, a la vez que una fiesta. Encima, tienen un fino sentido del humor. Luego, en Madrid, me junté con mis amigos golfos para los coros, con Andy Chango, Guille Martín, Tito Dávila… Fue caótico, pero memorable, el momento más rock´n´roll de la grabación (risas).

‘Hablando solo’ es un disco muy ecléctico. Siempre se le asocia a los Stones, pero en él hay también música negra, swing, jazz, funk, blues, rockabilly, reggae, baladas, palos latinos…

-Te agradezco que los aprecies porque, a veces, se minimiza lo musical. Los Stones siempre estarán ahí, toque lo que toque, su manera asalvajada… Fue el lenguaje con el que aprendí, pero mi universo musical es mucho más amplio y fui incorporando estilos que descubrí como el swing, la milonga, el tango… Convirtieron mi lenguaje en particular y personal.

¿Cómo recuerda el año que lo grabó? Lo digo porque hay muchas mujeres y adicciones en el disco. Se refería a la importancia de “bajarse en la penúltima estación” para sobrevivir a ambas.

-Esa letra es de Sergio Makaroff (risas). Yo empezaba una nueva relación con la que es mi mujer y madre de mis hijos, y tenía casa y carrera musical propia por vez primera. Fueron momentos de mucha excitación y de empezar a construir. Sin proponerlo, estaba sembrando la semilla y creando unas raíces, las que me convirtieron en lo que soy ahora.

Madurez, la temida palabra.

-Sí, se puede hablar de madurez pero, al mismo tiempo, creo que tengo un espíritu joven; y se nota, no son incompatibles sino una buena combinación. Hubo un momento que necesité echar un cable a tierra. Ahí sí que me bajé en la penúltima estación. Fueron varias veces y, lamentablemente, muchos compañeros no pudieron hacerlo.

“No hay nada más triste que recordar los sueños del pasado”, cantaba en ese disco.

-(Duda). No sé cómo salió esa canción, habla de un suicidio en una comida familiar. Es una historia muy trágica y no la pensé, no fui a escribirla. En mi cabeza se torcieron los acontecimientos y quizás revoloteara en mi inconsciente el suicidio del cantante Juan Antonio Canta. Al componer juegas con un material invisible e intangible que toma rumbos diversos. Jamás he dicho voy a escribir una canción sobre tal cosa. Nunca planifico.

25 años del disco y camino de los 50 como músico. Parece increíble.

-(Risas). Me encantaría volver al pasado como espectador, verme en Tequila, por ejemplo. No para ser yo, eso no, pero sí verme tocando con 18 años encima de un escenario. Lamentable, no hay material de audio y video de la época. No había cámaras apenas y eran caras. El documental reciente sobre grupo tenía imágenes de televisión y era todo enlatado, play back.

¿Cómo anda a los 63 años de ilusiones y sueños?

-A esta edad hay que crear los sueños, no vienen solos. No soy muy productivo, pero sí inquieto, siempre pienso en el siguiente proyecto. Hay que estimularse y si es con música, mejor (risas). Hay muchas cosas que me apetece hacer y gente con la que tocar, como el año pasado con Kiko Veneno. Saldrá con él algún concierto más, como el de Noches del Botánico, porque inventamos algo nuevo en sonido. De momento, estoy con la banda actual y con un proyecto de rock´n´roll 100% de mis canciones emblemáticas, de mis grandes momentos compositivos. Estoy entusiasmado.

Neil Young cantaba “rock´n´roll can never die”, pero se ha puesto difícil grabar rock. Su papel en los últimos años es secundario.

-Totalmente, pero tuvo un reinado de 50 años por lo menos. Probablemente ha sido el género musical, convertido en movimiento, más potente del siglo XX. Si tiene siete vidas, como los gatos, a lo mejor le queda una todavía, y si vuelve a las salas pequeñas me parece bien, es un buen hábitat para él, mejor que los estadios. Es su espacio natural y resulta maravilloso sentir al público tan cerca. Que entre él y el artista no exista casi separación.