Para José Sacristán el escritor Miguel Delibes fue, simplemente, Miguel. La cercanía que le confiere el poder presumir de su amistad hace que sea más singular su relación con la adaptación de Señora de rojo..., una obra “formidable” en la que el novelista se resguardó en el protagonista para narrar un amor en camino desenfrenado hacia la muerte. Llevar esta historia a las tablas y, con ello, recibir el apoyo incontestable del público impulsa a Sacristán a no parar. “Mientras pueda seguir jugando a que se crean que soy el que no soy, ahí seguiré”, promete el actor, que este año se ha ganado el Goya de honor.

¿Cómo es eso de meterse en la piel del álter ego creado por un amigo?

—Es un lujo, un privilegio. Tuve la suerte de conocer a Miguel Delibes e incluso tengo el orgullo de presumir que fui amigo suyo. Dar vida, encargarme de este testimonio, al mismo tiempo tan doloroso y tan esperanzado, de Señora de rojo... es un honor que me satisface no solo como actor, sino como ciudadano. El material dramático sobre el que trabajo es formidable y, además, la memoria de un hombre como Miguel Delibes me acompaña y me ayuda.

En esta obra, Miguel Delibes se refugió en la figura de un pintor por pudor. ¿Quizás porque lo autobiográfico se consideraba un género menor?

—No por eso. Recuerdo que yo estaba haciendo otra obra de Miguel, Las guerras de nuestros antepasados, y Miguel decía que el pudor era porque no quería que nadie le pusiera cara a este personaje. De hecho, nunca autorizó a que se llevara al teatro o al cine. El permiso lo conseguimos a través de sus hijos. Aunque él sí autorizó que yo hiciera una lectura dramatizada de un par de pasajes. El pudor era sencillamente porque Miguel era muy reservado, y pensaba que hacerlo público no podía ser sino a través de un personaje de ficción.

¿Y cómo acogieron sus hijos la adaptación teatral?

—La noche del estreno uno de los hijos me dijo que cuando se hizo la reunión familiar para decidir si se autorizaba a hacer la función él se opuso. Después de ver la función vino a darme las gracias, porque fue como volver a ver a su padre. Estoy convencido de que ahora Miguel estaría encantado de que estuviéramos haciendo esta obra.

Una crisis creativa es el origen para ahondar en el dolor de la muerte.

—Sí, pero por encima del dolor de la muerte está la memoria del amor, que hace que mientras seamos amados y recordados no acabemos de desaparecer. La última conclusión, al menos es el ánimo que nos llevó a hacer la adaptación, es que cada vez que este hombre recuerda a esta mujer es como si no desapareciera del todo.

La obra ofrece mirada sobre la condición humana que pasa fundamentalmente por la emoción.

—Básicamente, sí. Esta provocada por un material dramático formidable y por el manejo del idioma, el orden de las palabras empleado por Miguel Delibes, que es de una belleza espectacular. Lo que se dice es lo que Miguel escribió, no hay ni un solo cambio. Hay una musicalidad en el texto.

A Ángeles de Castro, mujer de Delibes, se la ha descrito como una mujer que “con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Es una de las descripciones más bellas que se puede hacer de una persona.

—Sí, indudablemente. En realidad fue Julián Marías el que lo dijo cuando tomó posesión de su cargo en Bellas Artes. Es una bellísima expresión. No la conocí puesto que esta mujer murió en el año 74, pero todos los testimonios dicen que fue el motor de la vida de Miguel, la otra cara de la moneda de Carmen Sotillo, personaje de Cinco horas con Mario. En tanto que la otra es la que sufre la historia, esta mujer fue hacedora de la historia de Miguel Delibes.

La obra habla de la memoria, lo que equivale a sucesos más tiempo. ¿El tiempo actúa como un fijador o como un disolvente?

—No sabría decir. Presumo de ser memoria, y procuro ejercitarla, entre otras cosas porque es parte de mi oficio. Me parece importantísimo tener presentes aquellas cosas que ocurrieron para impedir que se repitan las malas y profundizar en las buenas. La memoria es imprescindible en la vida de todo ser humano.

¿Es preferible recordar en positivo para validar la propia existencia o en negativo para facilitar el tránsito a la muerte?

—Tengo serias dudas de que uno pueda tomar una posición con facilidad, porque al final se impone la realidad. Por más que pretendas insistir en lo positivo o en lo contrario, la realidad es más tozuda y te obliga a colocarte donde ella quiere. Ojalá pudiésemos optar por acercarnos al lado positivo de las cosas, pero en ocasiones las cosas nos llevan al lado contrario.

La época en la que está ambientada, en 1975, ¿condiciona la obra?

—Sí. En esa época fueron encarcelados la hija y el yerno de Miguel Delibes. Es el telón de fondo. Indudablemente el tema central es el proceso de la enfermedad y la muerte de su mujer, pero aparece también la agonía de Franco y lo que supuso que la nieta fuera criada por ellos tras el encarcelamiento de la hija y el yerno.

“Yo no dejo ‘Señora de rojo...’ ni aunque resucite John Ford”. Es una frase suya.

—Algo hay que decir a veces. Con Señora de rojo... no solo disfruto de un material dramático formidable, sino que tengo la suerte de poder rendir un homenaje a alguien a quien admiré y quise. Llevamos más de tres años con Señora de rojo... y los compromisos abarcan hasta el año que viene. Va a ser muy difícil que encuentre un texto que me satisfaga tanto como actor y me ocupe tanto como persona, que complemente de una forma total lo que me ocurre cada vez que salgo a escena.

Estrenó la obra en 2018, poco después del auge de la extrema derecha, ¿hacer una ‘Señora de rojo...’, una obra que está dirigida a un público determinado, es una decisión política?

—No, las decisiones políticas no las resuelvo en mi trabajo. Mi compromiso político es como ciudadano, no es pura y estrictamente personal o profesional. Esta obra me cautivó desde que se publicó. Pero en lo profesional, el componente político no está presente y no tiene nada que ver en este proyecto. Aunque desde luego deploro el auge de la extrema derecha, también porque muchas veces ha sido la torpeza de la izquierda la que lo ha propiciado.

Le ha tocado vivir una guerra, una posguerra y una transición. ¿Cómo está viviendo lo que ocurre ahora en Ucrania en medio de una situación distópica tras una pandemia?

—Y luego están la calima y el volcán de La Palma. Lo estoy viviendo, imagino que como la mayoría, jodido y preocupado. No tiene ni puta gracia esto que está pasando. Lo de la violencia de este señor en Ucrania uno pensaba que no lo iba a ver.

Este año ha ganado el Goya de honor, con un agradecimiento expreso al público que lo ha seguido durante seis décadas. ¿Es un impulso para seguir?

—Sí, porque para mí, y es algo que aprendí de mi maestro Fernán-Gómez, la verdadera medida del éxito es la continuidad en el trabajo, y esa continuidad está en la medida en la que el público te sigue y confía en tu trabajo. En mi caso, afortunadamente, después de casi 60 años en esto, sigue dándose, además con propuestas singulares como Señora de rojo... El impulso del público sigue siendo fundamental.

¿Se ha recuperado al público perdido durante la pandemia?

—Con Señora de rojo... no lo he notado. Se aplazaron las fechas y se han recuperado. No ha decrecido. Al contrario. Aprovecho la ocasión para dar las gracias porque, con o sin mascarilla, con un nivel u otro de ocupación, la presencia del público ha sido muy fiel.

Comentaba Josep María Pou, un actor que como usted nunca se ha bajado de los escenarios, que durante el confinamiento experimentó lo que es no hacer nada y para su sorpresa, no le disgustó. ¿Cómo se sintió durante ese periodo de inactividad?

—No hubo una inactividad como tal, estuvimos en una casa en el campo y siempre había cosas que hacer. El tiempo del confinamiento hice más o menos lo que suelo hacer cuando no me subo a un escenario o me pongo frente a una cámara. Pero nunca tuve la sensación de que algo distinto estaba pasando, viví una situación de privilegio en el campo.

¿Que a partir de una edad a uno le pregunten cuándo tiene previsto dejar los escenarios resulta tan fastidioso como cuando a una mujer en edad reproductiva le preguntan cuándo tiene previsto ser madre?

—No me molesta porque ya son 84 años, es normal a una determinada edad. Mientras la madre naturaleza sigue siendo generosa, mientras pueda seguir jugando a que se crean que soy el que no soy, ahí seguiré. Es verdad que cada vez siento más ganas de permanecer en mi casa, pero no todo el tiempo.

¿Hay un relevo generacional consolidado en el teatro?

—Sí, por supuesto, en el teatro, en el cine, en la literatura... No soy nostálgico. Hay gente con talento, coraje, ganas de contar historias, ganas de interpretarlas. Las diferencias son de tipo técnico o mecánico pero las afinidades, o lo que nos une, es lo mismo: el amor a este oficio de contar historias.