Bea Insa escarba en el pasado convirtiéndose en Begoña, Carme, Manuela, Miren y Tamara para recordar algunos de los episodios más trágicos de sus vidas. “Muchas todavía no quieren hablar”, afirma la actriz, autora y directora teatral castellonense, afincada en Bizkaia, en referencia a aquellas mujeres que vivieron la Guerra Civil siendo niñas. Ella rescata su memoria y escenifica sus vivencias con el fin de homenajearlas y, sobre todo, tratar que la historia no se vuelva a repetir.

Cuando se habla de la Guerra Civil a menudo es desde la perspectiva masculina. En esta ocasión, no.

—Queríamos contar la historia desde el punto de vista de ellas, mujeres que pertenecen al pueblo, que no son ni políticas ni guerrilleras, sino que son personas corrientes que vivieron la Guerra Civil cuando eran niñas. Cuentan la historia de su familia, de cómo vivieron la guerra. A través de sus testimonios se conoce la vida en los refugios, el racionamiento... Es una especie de homenaje a estas mujeres.

Aunque lo vivieron siendo niñas, la huella queda ahí.

—Sí, todas las historias tienen una carga emocional. Aunque en ese momento no supieran muy bien qué es lo que estaba sucediendo, a lo largo de los años lo fueron entendiendo.

Cuenta que a su bisabuela la metieron en la cárcel durante dos años a 600 kilómetros de casa.

—Mi bisabuela estaba afiliada a UGT y era simpatizante del gobierno rojo. Hubo unos altercados en la calle y ella estaba ahí, mirando, y se la llevaron también. Fue curioso que se la llevaran a una cárcel tan lejana, era un castigo muy usual para las mujeres que encerraban. A mi bisabuelo, por ser de izquierdas, también lo metieron en la cárcel, pero a 40 kilómetros de casa. Sorprende que a ella y a otras mujeres se las llevaran a 600 kilómetros de Onda, el pueblo en el que vivían.

¿Cómo le llegó a usted ese suceso?

—En mi casa se ha hablado muy poco de ello. Lo que me dio el empuje para llevarlo a escena fue que estuve leyendo libros donde aparecían las historias de estas mujeres, entre ellas, mi bisabuela. Me chocó mucho que en casa se tapara y silenciara tanto. Eso también me ha sucedido cuando he estado buscando testimonios para que contaran cosas. Muchas todavía no quieren hablar.

Quizás por lo doloroso que resulta.

—Doloroso, pero también por el miedo que provoca. Está muy interiorizado que no se tiene que hablar de ello.

¿Cómo marcó a su familia ese episodio?

—A nivel ideológico ha marcado, toda esa parte de la familia sigue siendo muy de izquierdas. Incluso algún familiar, un tío abuelo, tuvo que marcharse a Barcelona exiliado, porque siendo concejal en el Ayuntamiento unos individuos que iban vestidos con los uniformes de capuchinos, que se ponían para las procesiones de Semana Santa, le pegaron una paliza.

La obra de teatro parte de los trabajos ‘Lo que fue de ellas’, de la periodista Amalia Rosado, y ‘Del soroll al silenci’, del historiador Ximo Huguet. Pero usted también se entrevistó con mujeres.

—Estos dos libros me dieron el arranque de montar la obra. A partir de ahí decidí hacer el trabajo de investigación, de memoria histórica, y buscar a mujeres de donde había nacido y de donde vivo ahora. La dramaturgia es a partir de los testimonios de las tres mujeres que entrevisté sumados a la historia de mi bisabuela, que he reconstruido a partir de lo que he escuchado en mi familia y lo que he leído de cómo vivían en la cárcel.

Intercala testimonios de mujeres de Castellón y de Bizkaia. ¿Hay diferencias entre sus vivencias?

—Las experiencias son bastante similares. Hay algunas cosas que dependen de cada caso. Una de Castellón, por ejemplo, cuenta que no pasó tanta hambre por tener tierras, y otra de aquí, de Portugalete, narra que sí que pasó más hambre. Pero no está tan marcado por lo geográfico.

También se infiltra la historia de una niña bielorrusa en escena.

—Sí, en un momento aparece el dato de una niña que huye con su madre a Francia y tienen que volver porque empieza la Segunda Guerra Mundial, así ampliamos el zoom para contar una historia de una niña de Bielorrusia que la vivió. Tras la representación de la obra, hablando en un debate, una antropóloga comentó que a una niña de Barakaldo le ocurrió lo mismo. Es algo que muestra que las guerras son iguales en todas partes.

La vida en los refugios, las fosas comunes, el exilio... La Guerra Civil va quedando cada vez más lejos y cada vez es más complicado encontrar testimonios de primera mano.

—Sí, cada vez quedan menos. Estoy muy emocionada porque una de las entrevistadas va a venir al Teatro Arriaga. Tiene 90 años y está muy lúcida todavía, pero es verdad que las otras no están para esos trotes. El teatro tiene la fuerza de que, a la vez que te cuenta la historia, también enfatiza en la emoción, en la empatía, en los sentimientos... para que no se olvide.

¿Por qué es importante recordar lo que vivieron nuestros antepasados?

—La historia está ahí para que no se vuelva a repetir y no volver a caer en los mismos errores. Recordar todo lo que vivió esta gente también es un homenaje para ellas, para que, de alguna manera, sigan vivas.

En ‘Contado por ellas’ interpreta a cinco personajes a la vez: Begoña Carme, Manuela, Miren y Tamara.

—Cada una de ellas tiene una energía, por lo que ha vivido, por su contexto, por la edad. En el caso de mi bisabuela, cuando la encerraron tenía 38 años. Interpretas a una mujer con unas ideas muy claras y con un carácter forjado. Eso ha sido bonito, porque a partir del espíritu que hay en las mujeres de mi familia, por el lado materno, he reconstruido esa personalidad. También hay otra mujer que habla en vídeo y yo le hago el coro, acompañándola con algunas acciones. Otra de las mujeres desprendía una energía muy inquieta, inteligente. Eso me ayudó a absorber su fuerza.

El espectáculo se estreno hace dos años y ha recorrido diferentes escenarios de Bilbao antes de llegar al teatro Arriaga. ¿Qué supone para usted este salto?

—Después de estos dos años, con una pandemia de por medio, es como volver a casa, porque hace meses que no la representamos en Bilbao. La obra contiene ahora todos esos comentarios que se han hecho sobre ella después de haberla representado en tantos sitios. Al terminar la función la gente siempre se te acerca a contarte cosas. Ha crecido mucho, a partir de historias que hemos añadido.

¿Cómo fue la recepción de la obra en Colombia?

—Nos decían que estas historias les llegaban desde muy cerca, veían a sus madres, a sus tías, a sus hermanas. Allí, por desgracia, aún viven una guerra, aunque no sea oficial porque está encubierta. La gente lloraba en las representaciones, fue muy catártico. Te agradecen que se hable de esto porque todavía tienen miedo de hacer este tipo de espectáculos. Si fuera colombiana y hablara de políticos locales sería más incómodo por el momento que están viviendo.

“El teatro tiene la fuerza de que, a la vez que te cuenta la historia, también enfatiza en la emoción, en la empatía... para que no se olvide”