Aabir Nasr es un adolescente que presencia, impotente, el asesinato de su familia durante una misión del ejército israelí en el sur de Líbano. Ante los cadáveres de su madre y su hermana pequeña jura que perseguirá a los culpables durante el resto de su vida. En este nuevo libro, Julia Navarro, periodista que dejó de serlo (aunque siempre añorará el oficio) y escritora que disfruta de serlo, quiere hacer un viaje a los confines de la condición humana. Su historia es una reflexión sobre los abismos que separan a Occidente y Oriente. Hablar de libros con ella siempre se entremezcla con la visión periodística que no ha perdido, y que quisiera mantener alejada de lo que es el mero entretenimiento.

Vaya, en esta ocasión ha cambiado el escenario de su historia.

Sí, es un escenario totalmente europeo: París-Bruselas. Esta es una novela en la que quiero reflexionar sobre la brecha, cada vez mayor, que hay entre Oriente y Occidente. Me gusta hacerme preguntas, y en este caso quería saber qué está sucediendo. Quería saber por qué el terrorismo de raíz islámica está azotando con tanta fuerza. Es que me gusta indagar en la condición humana.

¿Ha conseguido saber qué es más difícil, si morir o matar?

Las dos cosas pueden ser terribles, pero pienso que ningún ser humano está preparado para morir.

Aunque se repita hasta la saciedad que la muerte es parte de la vida.

Y lo es, pero no creo que estemos preparados para vislumbrar nuestra muerte como un hecho natural. Esa es quizá la pregunta que se hace un chiquillo al que le van a convertir en una bomba humana. Tiene miedo, está aterrado. Vivir es complicado, pero morir matando es el colmo de la tragedia.

Da la sensación de que algunos islamistas muy extremos no tienen un aprecio alto ni por su propia vida.

Eso es por el grado de fanatización al que someten a algunas de estas personas, a las que convierten en bombas andantes. Son productos de la fanatización. ¿Cómo es posible que un ser humano racional quiera morir, y además morir matando? Para empezar, hay que deshumanizarse a uno mismo para deshumanizar a los otros y matarles. Salvo que alguien sea un psicópata o un sociópata nunca es fácil matar.

¿Tiene alguna culpa Occidente de esta fanatización?

No, de la fanatización no tenemos ninguna culpa, pero vivimos en una sociedad que ellos consideran podrida, pecaminosa, sin valores, y con la que no tienen nada que ver, por eso matan. Ya digo que las personas que hacen estas cosas se han sometido a un proceso de fanatización por parte de otras personas que les están manipulando. Esto se ha convertido en una forma de hacer la guerra a Occidente.

En su anterior libro también conjugaba el verbo matar.

Tú no matarás. Es que la muerte, ya hemos hablado de ello, es parte del proceso de la vida. Creo que en todas mis novelas salen nuestras obsesiones, y viajar a la parte más recóndita de la condición humana forma parte de las mías.

Sin embargo, hemos conjurado a la muerte. Es como si viviéramos en una eternidad sin fin.

Enfrentarnos al concepto de la muerte es muy complicado. Yo tampoco soy capaz de hacerlo. Saber que es el reverso de la vida, que estamos todos condenados a morir, me parece la peor de las condenas.

Hace veinte años que usted no publica un libro puramente periodístico.

Es una etapa de mi vida a la que en su momento le puse punto y final. Decidí abandonar el periodismo para dedicarme a contar historias de otra manera. Me alejé de la profesión y estoy muy contenta de la decisión que tomé hace ya bastantes años. Pienso que el periodismo y la literatura tienen muchas cosas en común. El periodista cuenta historias reales, historias que están pasando, y el novelista también las cuenta, pero son fruto de su imaginación. Al final, siempre se trata de lo mismo, de contar una historia.

Aunque la literatura permite licencias que el periodismo no debiera permitirse.

Exactamente. Es que en el periodismo no hay licencias, hay que contar lo que sucede y punto. A mí el periodismo me ha dado unas herramientas extraordinarias para poder escribir mis novelas. No cabe duda de que los periodistas tenemos la posibilidad de poder vivir muchas vidas, la posibilidad de conocer a mucha gente, de viajar a muchos lugares y de ser testigos de acontecimientos desde la barrera, que no desde la distancia. Para mí son unas herramientas excelentes que me ayudan a la hora de escribir mis novelas.

¿Se deja de ser periodista cuando se ha sido?

Se puede dejar de ejercer el periodismo, pero la pasión, la pulsión por lo que ocurre, eso no desaparece nunca. Además, cuesta tomar la decisión de dejar de ejercer el periodismo. No fue fácil para mí. Siempre digo lo mismo: si hubiera tenido 30 años no la habría tomado, pero hacerlo con más edad es relativamente más fácil.

¿Qué exige más disciplina, el periodismo o la literatura?

La dos cosas exigen dar lo mejor de ti. No es posible ejercer el periodismo sin una gran pasión, y tampoco es posible llevar una historia al papel si no la tienes. Es igual en los dos casos. Para mí, la pasión es algo que tiene que estar en todas las profesiones, al menos en las profesiones que son muy vocacionales. Si no te apasiona lo que haces... Personalmente, no sabría vivir sin hacer las cosas que me gustan con pasión.

¿Se considera usted una mujer con suerte?

No podría decir lo contrario. Como en todas las vidas hay momentos duros y momentos muy buenos, pero he tenido la suerte de hacer un trabajo que me apasionaba y lo mejor de todo, me pagaban por ello. Hay mucha gente a la que pagan por un trabajo que no les gusta, y mucho menos les apasiona. En ese sentido soy una mujer con mucha suerte.

En esto se refiere al periodismo, pero, ¿aplica lo mismo a la literatura?

Afortunadamente puedo vivir escribiendo libros. Es una suerte contar con el favor de los lectores y que eso me permita vivir de las historias que cuento.

Mirando la Wikipedia, el 8 de octubre cumplió...

No he nacido un 8 de octubre, lo hice un 29 de julio.

¿Entonces?

No tengo ni idea de por qué sale esa fecha, pero yo no la desmiento nunca. Me da igual. De pequeña tenía un trauma, porque el 29 de julio todo el mundo estaba de vacaciones y yo no podía celebrar mi cumpleaños con mis amigos. Ahora sigo sin celebrarlo con los amigos ese día, porque todos están volviendo o yéndose de vacaciones, así que ahora mi cumpleaños se celebra el 8 de octubre, aunque no haya nacido ese día. Es el día que muchos me llaman para felicitarme, y yo encantada.

Usted quería ser bailarina. De haber sido así nos hubiéramos perdido a una periodista primero y a una escritora después.

Esa era mi vocación, y sigo sintiendo un temblor cuando voy al ballet. Siempre pienso cómo me gustaría estar en el escenario bailando. El ballet era con lo que soñaba y no pudo ser, pero tampoco me voy a quejar, no me ha ido mal en la vida.

¿Cómo ve el periodismo del siglo XXI?

Todos los paradigmas en los últimos años, todas las certezas, han ido cambiando. Las nuevas tecnologías nos lo han cambiado todo, y aún nos estamos acostumbrando a esos cambios. Lo que no me gusta es que no haya una separación entre lo que es entretenimiento y lo que es información. No existe una raya que ponga a estos dos conceptos en su lugar. Esto ocurre sobre todo en televisión, y a mí me parece un error. Vivimos en una sociedad en la que a los niños los tenemos agotados haciéndoles practicar actividades para que se entretengan.

¿Y a los adultos?

Pues diría que en esta sociedad tan infantilizada y tan banal también parece que a los adultos hay que tenerlos entretenidos hasta la hora de informarles, y también hay que entretenerles mientras se les informa. Ante esto me siento como antigua, como habitante de otro momento. Pienso que información y entretenimiento son diferentes y tienen códigos diferentes.

¿Se ha convertido la información en espectáculo?

Pongo un ejemplo. Ahora estamos asistiendo a la erupción del volcán en La Palma y nos lo cuentan como si fuera una película, cuando esto es una tragedia que a mí no me tiene que entretener, solo debo estar informada, nada más. Me tienen que informar, sin más, para que como ciudadana me pueda formar un criterio de lo que está pasando. Esa frontera entre periodismo de entretenimiento e información se está diluyendo, sobre todo en las televisiones. Naturalmente, eso no pasa en la prensa escrita ni en la radio.

El Covid también se ha convertido en espectáculo.

Sí, totalmente de acuerdo. Es que hay un afán impresionante por entretener a la gente. Mira lo que se hace con los niños. No permitimos que se aburran: estudian chino, van a baloncesto, hacen cerámica... Se les mantiene haciendo todo tipo de actividades para que no se aburran, y con los adultos empieza a pasar lo mismo.

Igual será porque si nos aburrimos nos puede dar por pensar.

Puede ser que sí. Estamos dispuestos a entretenernos y está bien, pero no cuando hablamos de información. Es cierto que estamos en un momento de cambio y necesitamos acostumbrarnos a él, pero que por favor no se convierta la información en entretenimiento. Los periodistas no tenemos que contar películas, tenemos que contar hechos reales, solo lo que está pasando y nada más. Ahora todo va muy deprisa, el mundo de los algoritmos está ahí y hemos de acostumbrarnos a vivir a golpe de algoritmo.

Ha pasado un año del estreno de la adaptación televisiva de su novela Dime quién soy. ¿Cómo ha visto la serie?

Fue una experiencia agridulce. Es muy complicado para un autor ver que su obra es reinterpretada. Yo me peleé mucho con los equipos de guionistas, y como no me gusta pelearme fue complicado. Tampoco encajaba con alguno de los directores que pasaron por el proyecto. Afortunadamente llegó Eduard Cortés a la dirección de la serie y todo empezó a cambiar. Es una persona muy inteligente y con una enorme sensibilidad. Desde el primer momento nos sentamos a hablar y a explicarnos el uno al otro cómo veíamos la serie, cómo convertiríamos mi libro en una historia audiovisual.

¿Controló los guiones?

Eduard me los mandaba y los discutíamos. Yo le decía lo que no me gustaba y lo que sí me parecía bien que saliera en la serie.

¿Es usted dura a la hora de ser convencida?

Ja, ja, ja... No, no lo soy. En algunos casos lograba hacerlo, pero no siempre, aunque lo intentaba, y a veces le convencía yo.

¿Un proceso agotador?

En cuanto a tiempo sí, sobre todo por el desacuerdo con otros equipos. Cuando las cosas cambiaron todo se volvió mucho más fácil y creo que el resultado fue muy digno. Los actores están todos estupendos. Ha sido una experiencia un poco agotadora, pero estoy satisfecha de haber aceptado probarla.

¿Para repetir?

No lo sé. Me gustó la serie y me consta que también a los espectadores, y estoy muy agradecida porque me ha dejado muchas cosas, sobre todo la amistad de José Manuel Lorenzo, el productor, que se ha convertido en uno de mis amigos más queridos. Y ha sido un placer haber conocido a Eduard Cortés. Hay que decir que vender los derechos de un libro no solo depende de mí, también está implicada la editorial.

¿Ve algún otro libro suyo en la línea de convertirse en serie?

No tengo especial interés, por no decir ninguno, en que mis obras se lleven a la pantalla. Ya he dicho que ha sido una experiencia y que al final salió bien, pero sinceramente, escribo pensando en los lectores. Cuando me siento a escribir no pienso en que mis obras lleguen a la tele, esa visión no la tengo nunca. Mi ambición es plantear porqués en mis historias. Tengo, y lo he dicho al principio, la ambición de indagar sobre la condición humana.

PERSONAL

Edad: 68 años (29 de julio de 1953).

Lugar de nacimiento: Madrid.

Familia: Está casada con el también periodista Fermín Bocos.

Trayectoria: Una de sus pasiones fue el ballet, pero al final pudo más la tradición familiar (es hija del periodista Felipe Navarro, Yale). Ha trabajado como periodista para los principales medios españoles. Tiene ensayos como Nosotros la Transición, 1982-1996: entre Felipe y Aznar, La izquierda que viene, Señora presidenta y El nuevo socialismo; y novelas como La hermandad de la Sábana Santa, La sangre de los inocentes, Dime quién soy, Dispara, yo ya estoy muerto, Historia de un canalla, Tú no matarás y De ninguna parte.