El verbo acariciar adquiere una nueva dimensión cuando sus dedos menudos juguetean con la guitarra. Son movimientos rápidos o lentos, pero armoniosos todos, según disponga la partitura.

Ágil y sin perder la concentración ni un instante, el baile sonoro producido por las yemas de Markel Intxaurbe Onaindia deslizándose sobre las cuerdas resuena también en las miradas de asombro de quienes escuchan a este chico de 13 años, de Miribilla para más señas.

Acaba de ganar un certamen europeo en su categoría. Ha sido un galardón ex aequo, compartido con una chica de Ucrania, otro prodigio de la guitarra.

El jurado del prestigioso concurso Anna Amelia valoró para ello que no hubiera patinazos en los compases y, sobre todo, la expresividad del intérprete en los distintos pasajes de cada pieza.

Y en eso, Markel venció y convenció. “Y no era fácil”, apostilla Jesús Melchor, su profesor en el Conservatorio de Música Juan Crisóstomo Arriaga.

Fueron tres piezas. Cada una de un estilo y una época musical diferente: Variaciones Opus 45 sobre la folia de España, de Mauro Giuliani, del siglo XIX; La catedral, de Agustín Barrios, de principios del siglo XX, y Paisaje cubano con fiesta, de Leo Brouwer, del siglo XX.

Las grabaron en el Auditorio del conservatorio y enviaron el vídeo a los organizadores del certamen en la localidad alemana de Weimar que este año, debido a la pandemia, se celebró de manera virtual. Y la sorpresa -o no- llegó para admiración de familiares, amigos y compañeros y profesores.

El nivel del resto de guitarristas -lo mejorcito de Alemania, Eslovenia, Países Bajos, Grecia, Noruega, Escocia, Gran Bretaña, Rumanía, Ucrania, República Checa…- era alto, pero el de Markel es un puntito mayor.

Porque ese modo suyo de tocar la guitarra ablanda emociones olvidadas y descose sonrisas de quita y pon. Aplasta un poquito los ojos para reencontrarse con la concentración, y todo fluye.

“Yo pienso solo en la música y luego intento tocar lo que siento”, resume el chaval ante la atenta mirada de su profesor que asiente con un “sabe cuándo es necesario emocionar”.

Los acordes, las armonías… cada nota tiene una significación. “Les enseñamos a identificar y reconocer esos momentos y Markel lo oye una vez y ya sabe cómo hacerlo”, apostilla Melchor complacido.

“Tiene la madurez de un chico de 18 años”, describe. Ejemplo de ello es que una de las piezas que interpretó para ese certamen -La catedral- es de Sexto curso de Grado Profesional y Markel está ahora en Primero. Ha estado varios meses preparándola. “Es que es muy difícil”, redobla.

Su relación con esta pieza -que combina expresividad y exigencias técnicas a partes iguales- empezó mucho antes, no obstante. Tenía 11 años cuando vio a un grupo de chavales de su misma edad llegados de China tocándola en una audición celebrada en Bilbao.

“Son niños elegidos en todo el país que están internos en el Conservatorio de Pekín. Tres horas al día de guitarra. Arrasaron”, recuerdan ahora con una amplia sonrisa profesor y alumno.

Lejos de sentirse intimidado por aquel poderío, Markel se picó y encontró una motivación. “Le puse La catedral a ver si podía y no lo esperaba… Cualquiera no puede tocarla y lo hace mejor que muchos que han terminado Sexto curso. Tiene un don, facilidad... Es estudioso, tiene capacidad…”, insiste Melchor ante la mirada cómplice de Markel.

Lo de menos es el premio en metálico, aunque parte del dinero lo gastará en comprarse un GPS para andar en bicicleta, otra de sus aficiones. La última salida con la Escuela Infantil de la Sociedad Ciclista Bilbaina, hace unos días, fue por Artxanda.

Le gusta pedalear. Desconecta y solo piensa en sentir el viento sobre su cuerpo. Como cuando abraza su guitarra y solo piensa en sentir las pulsaciones de las cuerdas en su alma.