josé Ignacio Lapido, como líder de 091 y en su actual carrera en solitario, firma uno de los viajes musicales más excitantes, emocionantes y libres de las últimas décadas del rock en castellano. Y de los menos reconocidos, como él mismo constata en uno de sus versos: "En el ángulo muerto, es el sitio perfecto, nadie me ve". Esa deuda -"nos quedamos siempre a las puertas"- conduce el libro firmado por Arancha Moreno que recoge sus 40 años de rock'n'roll a través de conversaciones con el granadino.

Como salido de un western crepuscular, especie de boxeador ilustrado, un bluesman sabio y con un gran sentido de la justicia. Así presenta Quique González a Lapido en el prólogo de este libro (Efe Eme), en el que reconoce, parafraseando a Springsteen, que "aprendí más durante un tramo de silencio en una furgoneta junto a él que en miles de charlas nocturnas, alcohólicas, rumbo a la nada". Libro realizado en pandemia, pretende "pelear contra el olvido" porque Moreno defiende, como Dylan, que "hay que cuidar nuestros recuerdos" aunque, en el caso de Lapido, a él le interese más "pelear contra el presente, que es un duro contrincante".

Conversaciones con José Ignacio Lapido, basado en una serie de largos y puntillosos diálogos cargados de información y anécdotas, traza un viaje cronológico a una vida marcada por "una sucesión de derrotas", explica el granadino. Admirado por Ríos, Quique, Amaral o Manolo García, Lapido, aficionado al dibujo desde niño y que empezó tocando la batería, llegó tarde a la música, alimentado por la zarzuela y Machín en casa, antes de descubrir a Beatles, Elvis, la Creedence, los Stones, Los Ángeles, Miguel Ríos, Lou Reed, Deep Purple, Pink Floyd, Ramones, Sex Pistols y los Clash.

091

Tras editar un primer single con los pioneros Al-Dar, ya a la guitarra y con su hermano Javier y Tacho a la batería, surgió 091, en 1982, tras el fichaje de Jose Antonio García a la voz (TNT) y Antonio Arias (luego Lagartija Nick) al bajo. "Tengo ya más pasado que futuro", le explica a Moreno, magnífica en sus preguntas, muy documentadas. Los recuerdos del músico nos permiten descubrir que la sede del grupo fue el bar Santa María, que su nombre es un plagio del grupo 999 (n.º de la Policía inglesa) y que sus primeros y desconocidos temas (¿para bien?) eran Pakillo, el esperma amarillo o Hoy he descubierto que mi padre es un agente de la CÍA.

Con una imagen deudora del punk y de Stray Cats, se estrenaron con el single Fuego en la oficina y un debut lastrado por la producción de la época. El fin era evidente, "hacer un rock primitivo y directo, de canciones cortas y sin alardes instrumentales y con melodía".

Magnífico resumen para una banda vocacional, "sin afán profesional"; y para un libro que, partiendo del análisis y el conocimiento de la obra del autor, retrata ese ángulo muerto en el que se movió siempre Lapido, a pesar de haber firmado temas como Qué fue del siglo XX o La torre de la vela, y discos como Doce canciones sin piedad, Tormentas imaginarias o El baile de la desesperación.

"Ser músico de rock en España es jugártela día a día y no tener nada seguro, pero cuando la vocación es más fuerte que la razón€", justifica el granadino mientras Moreno, casi con devoción, le saca curiosidades, como que los Cero montaron el equipo de sonido de un mitin de Felipe González; que el encuentro con Joe Strummer (The Clash) antes de compartir estudio de grabación se gestó en el pub Silbar; que durmieron en casa de Manu Chao en una gira por Francia; que hacían versiones con Chorrojumo y los Primos del Blues; que Chris Wilson, de los Flamin'Groovies, metió guitarras en un disco o que suele terminar las letras en el estudio.

En solitario

Los Cero, tras disolverse por hastío y falta de éxito, volvieron a girar hace un lustro, con cierto reconocimiento popular y la sorpresa de un Lapido volcado este siglo en su carrera en solitario, iniciada tras componer para otros (de Mclan a Erentxun) y mientras la ha ido alternando con música para cortos y obras de teatro, columnas en prensa y guiones para series.

En el libro se declara amante de las letras de Veneno, Aute y Serrat, muestra sus "titubeos" iniciales al micrófono, su afán por el "control absoluto" de su carrera, sello propio mediante, y arroja luz a sus seguidores respecto a su trabajo de una manera explícita. "Tengo creado mi mundo lírico", le explica a la autora del libro. En una charla lúcida entre ambos sobre personajes, imágenes, temáticas y simbiología, sabemos que Lapido, deudor de la obra de Kafka, Lorca, Baudelaire, Buñuel y Dylan, confiesa "la zozobra y agonía" de la composición, lucha marcada por "el exceso de exigencia y por no caer en lugares comunes".

Autor de un corpus artístico marcado por las metáforas oscuras y "una visión extremadamente pesimista de la existencia", Lapido aclara que "hago canciones intentando conjugar un contenido poético con el callejero" en un escenario que sobrevuela Granada pero se sitúa en "un paisaje sentimental y emocional, más que físico".

Persona y músico que huye de la pretenciosidad y marcado por la timidez, se abre a hablar de la muerte de su hermano y madre, y de su visión negativa de estos tiempos -"muchas canciones están pensadas para los festivales, pero un creador debe ser totalmente impermeable a estas demandas"-, consciente de su edad y de la pérdida de protagonismo del rock. Gran compositor, buen guitarrista y, lo más importante, un tipo íntegro y honesto. Uno que toma el fracaso como punto de partida y el amor como dogma de fe. Un libro fantástico.

"Tengo ya más pasado que futuro", le explica a Arancha Moreno, magnífica en sus preguntas, muy documentadas

Confiesa "la zozobra y agonía" de la composición, lucha marcada por "el exceso de exigencia y por no caer en lugares comunes"